Medioambiente
Licántropos
Primero se analizó el impacto sobre la salud: ¿cuánta gente moriría por causa del nuevo coronavirus? Después, el foco estuvo puesto en la economía: ¿cuánto más pobres seremos todos los que estamos naufragando en este barco de incertidumbre? Por último, los analistas del medioambiente y la ecología empezaron a hacer preguntas nuevas: ¿en qué nos habíamos convertido durante todos estos años de «normalidad» que ahora quedaron expuestos con el mundo en pausa? Sergio Elguezábal, nuestro cronista ambiental, está en ese camino.
En la mitología tradicional, los licántropos son seres humanos que pueden transformarse durante un determinado tiempo en animales. En ese estado mixto, mitad humanos, mitad animales, un licántropo se siente poderoso porque aumenta su fuerza pero, al mismo tiempo, va perdiendo el control de lo que hace. Tiene deseos irrefrenables de matar y cazar, no importa si en el camino lo destruye todo porque no tiene la capacidad de medir los riesgos. Cuando regresa a la forma humana, recuerda y se arrepiente de todo lo que hizo.
Los invito a considerar una novena de índices cotidianos jamás vistos, originados durante las semanas de cuarentena. La idea es relacionarlos con la vida «normal» que llevábamos.
- En la ciudad de Buenos Aires la generación de residuos disminuyó el 50 por ciento.
- Descendieron un 80 por ciento los reclamos por campanas sucias, rotas o llenas y por el vuelco de escombros, barrido y recolección.
- La contaminación bajó a la mitad en Buenos Aires, Córdoba, Tucumán y Rosario. Tiene que ver con menor circulación de vehículos impulsados por combustibles fósiles.
- La venta de naftas disminuyó el 70 por ciento en todo el país, según YPF. Miles de millones de barriles de crudo quedarán bajo tierra por la baja en el consumo global de petróleo.
- Los delitos cayeron un 90 por ciento en Capital Federal.
- Los accidentes de tránsito bajaron en todas las provincias. Disminuyeron los accidentes y las muertes. En las últimas semanas de marzo, comparando con la misma fecha del año pasado, las muertes en argentina se redujeron en un 87 por ciento. De 95 víctimas fatales pasamos a 12.
- El tráfico aéreo comercial global disminuyó un 70 por ciento, casi cien mil vuelos menos. Como si hubiésemos quitado parte del techo de aluminio y titanio que venía coronando las capitales.
- En Barcelona se produjo un desplome de los decibeles. El pico sonoro es a las 20, cuando los vecinos aplauden a los equipos de salud. No hay turistas ni autos. El tránsito de unos 50 mil vehículos por día, bajó a menos de mil.
- Las emisiones globales podrían caer 4 por ciento este año como consecuencia del coronavirus.
Con el paso de los días nos vamos dando cuenta de la tremenda dificultad con que nos encontramos para retomar nuestros hábitos. ¿Volveremos a ocupar trenes repletos? ¿Seguiremos viajando una hora de ida y otra de vuelta para ir a una reunión de 45 minutos? ¿Reanudaremos la costumbre de tirar alimentos, materias primas y abono sin considerar su valor primordial? ¿Seguiremos dejando fuera a millones de personas porque «así están dadas las cosas»? Prácticamente nada de lo que hacíamos reúne estándares saludables. No es el virus, es la mala gestión, la desorganización en la que vivíamos.
Los datos relacionados con la pandemia nos dejan ver todo lo que pasa cuando salimos de «la normalidad», es decir cuando detenemos la marcha. Cuando nos ponemos en funcionamiento contaminamos el aire, aumentamos el ruido en las ciudades donde vivimos, generamos basura que ya no tenemos dónde enterrar, batimos récords de accidentes fatales, alteramos el clima y dañamos al resto de las especies.
Nuestra organización genera disturbios en las ciudades y en el campo. Pareciera que al salir de nuestras casas, abrimos la puerta para ir a romper. Una especie de licántropos, que cuando nos convertimos en lobos hacemos cosas de tal ferocidad que después nos arrepentimos. Si de verdad fuese un trastorno de identidad, por ahí estamos a tiempo de revisarlo todo y volver a empezar. Quién soy, de dónde vengo, a dónde voy.