Pero, ¿qué reclaman los veganos exactamente?
Una pintura vegana en las calles de Buenos Aires.

Medioambiente

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Tras los incidentes entre activistas veganos y personas ligadas al campo en Argentina, Sergio Elguezábal intenta poner un poco de claridad entre todos los chistes que se hicieron en la semana.

Ni yo sabía que había vegano (así sin «s»), ¿hay vegano?, me dice mi amigo florista de Bragado. Y eso que el negro no vive en un termo, es un gran conversador de esos que conocen a todos en el pueblo. Pero me dice así, «¿hay vegano?» Imaginen lo que era hace unos años. Ser vegano era una verdadera excentricidad. Ni remota idea de lo que era. O lo asociábamos a cualquier otra cosa. Vegano y albino, venía a ser más o menos lo mismo.

Ser vegano es una filosofía de vida, una postura ética que se opone al sufrimiento, explotación o muerte de cualquier animal. Los veganos no comen miel porque tenerla en un frasco en tu casa encierra un trabajo para las abejas y en muchos casos los apicultores les cortan las alas a la reina y las encierran en la colmena para que las obreras lleven el polen y el néctar a ese lugar y sea más fácil retirar la miel para su comercialización.

Así es que no usan cueros, no toman leche ni comen carne o huevos. Tampoco bebidas alcohólicas que pudieran tener compuestos animales (para clarificar vinos tintos y algunas sidras se usa gelatina de hueso, por ejemplo).

Me lo cuentan todo, lo aprendo, porque yo soy un bonaerense curioso pero que se crió comiendo perdices, peludos, patos, pavos, liebres, cuises llegué a comer, y regios asados con chorizos, morcillas, chinchulines y todas esas cosas que hoy causan cierto espanto. Por supuesto: milanesa con puré y el clásico churrasco a la plancha.

Tuve un programa de ecología en televisión durante veinte años y nunca se me ocurrió hacer una nota sobre el veganismo. Recién hace unos meses me apareció un deseo que identifiqué con cierto dolor: ya no tenía ganas de comer carne todos los días. Ni la panza ni la cabeza me lo piden.

Para no hacerlo demasiado largo, diría que estoy comiendo algo de carne una vez por semana. Pero ser vegano no es una cuestión de dieta, es una postura muy firme en reclamo de justicia y respeto a la vida y a la libertad de los animales.

En todo caso lo que comen es una consecuencia de lo que piensan y en lo que creen. Y ellos dicen que la violencia a los animales se ha normalizado tanto que ahora, cada vez que se la denuncia, los tildan de radicales intolerantes. Son activistas, persisten, porque es el único modo de que la causa no se pierda.

La mayoría de nosotros fuimos criados en un marco de violencia hacia los animales que con los años fue creciendo gracias a la descomunal industrialización de todo.

Del gallinero en el fondo, a los galpones de media cuadra con miles de gallinas enjauladas; del chiquero alejado de las casas por el olor, a más galpones donde las chanchas no se pueden mover para engordar y tener cría sin perder un gramo de energía; de una ensenada con las vacas pastando a los corrales de engorde de los novillos donde, como las gallinas y los chanchos, tampoco se pueden mover y navegan entre el barro y la mierda todo el día.

En todo el mundo, también en Buenos Aires y otras ciudades argentinas, se empieza a hacer notar el activismo juvenil ligado a la defensa del ambiente; una mayor empatía con los animales y un creciente reclamo a los adultos para que consumamos menos de todo, dejemos de utilizar combustibles fósiles y de tirar árboles.

De ese movimiento creciente son parte las trece organizaciones veganas que hay en Argentina. ¿Qué querrán decir estos chicos que, donde sea, se hacen oír y nos dicen cosas que jamás imaginamos? «No nos mientan más», «actúen ahora», «dejen de contaminar», «tengan miedo» y «déjense de joder con la esperanza, que no hay tiempo!».

El veganismo me interpela, me incomoda y me dice, cada vez que los cruzo, «¿qué estás haciendo?». De acuerdo, activemos, les digo yo. Pero ¿no deberíamos ayudar primero a los seres humanos que a los animales? ¿Por qué pedimos por el derecho animal si no hemos podido garantizar los derechos de las personas?

El 15% de las emisiones de gases de efecto invernadero son provocadas por el ganado vacuno a través del metano originado en el proceso digestivo de cada animal. Y como son millones de cabezas, una producción desbocada seguirá aumentando las posibilidades de calentamiento global.

Y ya hay evidencia científica de que si en once años no bajamos el total de emisiones a la mitad, se multiplicarán los pobres y habrá otros millones que se van a morir por inundaciones, sequías y otros fenómenos generados por las alteraciones climáticas provocadas por la actividad humana. Por lo tanto, frenar el impacto lo más rápido posible beneficia a todos los seres vivos.

Ahí empiezo a ver que cuando aparece un vegano no me está diciendo exclusivamente «qué bárbaro, seguís comiendo carne». También me dice «ojo con las consecuencias del proceso».

La escala trastocada les está dando la razón. No es lo mismo matar animales para satisfacer el hambre que enchufarlos en procesos industriales para hacer con ellos miles y miles de productos que no son de primera necesidad. Perdió vigencia el «todo bicho que camina va a parar al asador». Ahora debiera ser «todo bicho que camina… es procesado».

Todos estos temas son incomodísimos. Nadie quiere hablar de eso. Significa renunciar, decir (o asumir) que estoy haciendo las cosas mal.

Hace pocos días, cuarenta pibes de Acción Animal fueron a decir esto a la Exposición Rural de Buenos Aires y terminaron expulsados por jinetes que, agitando sus rebenques, los pecharon con sus caballos de quinientos kilos. Los arreaban como si estuviesen en el corral frente a novillos retobados. Es gracioso cuando dicen «cómo van a ir a protestar a la Rural». ¿Y a dónde pretenden que protesten? ¿En una verdulería? Se protesta donde el mensaje molesta, se protesta en el lugar donde está la muestra de lo que se quiere combatir. Si no, ¿cuál es el sentido?

Una señora enojadísima publicó esta semana en redes: «Que los veganos vayan a comer piedras». Gracioso también. Andá a saber qué leyó, cómo le presentaron la noticia. No es lo mismo titular: «Los gauchos sacaron a rebencazos a los veganos» que, por ejemplo, «Expulsaron violentamente de la Rural a un grupo de manifestantes».

¿Se entiende la diferencia? Sacarlos a rebencazos nos lleva a pensar en un correctivo bien dado. Luego, tratándose de jóvenes insolentes, no estaría nada mal. Pasaríamos a hablar de la desubicación y el riesgo que entraña invadir la propiedad privada.

Si el título hubiese sido el segundo, podríamos encaminar nuestras conversaciones en otro sentido: probablemente reconoceríamos que vivimos en un sistema perverso que emana violencia todo el tiempo y que por lo tanto la genera.

¿Por qué hoy estamos hablando de la “violencia” que ejercen chicos con pancartas, y no de la violencia institucional, o de los adultos incapaces de tolerar que alguien los interpele?

En la ciudad de Buenos Aires, durante lo que va del año, hubo acciones similares protagonizadas por los jóvenes en el Museo Nacional de Bellas Artes, en la Secretaría de Ambiente y hasta en una cancha de fútbol. Y nadie reaccionó con la violencia desmedida que vimos el domingo.

El año pasado, los chicos de Voicot, una de estas organizaciones, planificaron una acción en los interiores de la muestra «Carne» que se ofrecía en el Museo de la Ciudad. Entraron con sus demandas, mostraron sus carteles y leyendas y luego las personas encargadas de la seguridad les dijeron “bueno, chicos, ya dieron su mensaje, ahora retírense”. Acordaron pacíficamente la salida y siguieron con sus reclamos en la vereda. En ninguno de los casos la reacción fue tan desmedida y brutal como pudo verse en La Rural.

La estandapera Andrea Moya, a quien leí esta semana en Facebook, decía que las formas no pueden sacarle valor a la causa. La crueldad hacia los animales está mal, la destrucción del planeta está mal, y no importa cómo se visibiliza el problema.

Como esas personas que dicen “yo no soy feminista porque creo que protestar en tetas o pintar la Catedral está mal”. Separemos los tantos. No estás de acuerdo con protestar en tetas. Pero el feminismo, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, es algo con lo que todos podríamos estar de acuerdo porque es justo. Siempre hay que pensar en la causa. ¿Es justa? ¿Plantea algo real?

Creo que vale la pena escucharlos. Para que el legado que reciban no sea únicamente dejarles todo hecho pelota. Escuchar y aflojar un poco con nuestras creencias. Por ahí ayuda.