Medioambiente
La riqueza contamina
Sin pecar de apocalíptico, Sergio Elguezábal vuelve a la carga y pone la lupa en el dedito de los que deciden el destino del mundo con sus billeteras explotadas de dinero y egoísmo. Es hora de la evolucion.
El lugar donde vivo, América Latina conserva el 40% de la biodiversidad del mundo y a la vez es la región más desigual del planeta. Ricos muy ricos y pobres muy pobres. A nivel global, el 82% de la riqueza está concentrada en el 1% de la población.
Todo en nombre de la ley de la oferta y la demanda, la libertad de mercado, las libertades individuales, las religiones, el Estado presente, la generación de trabajo, la investigación privada que nos ayuda a progresar… Diría que hay muchas razones prácticas y emocionales para que esto siga pasando. ¿Podríamos desmoronar semejante mecanismo? ¿Qué revolución haría falta?
Nadie imaginaría hoy que cierto equilibrio planetario vaya a surgir de una caravana de hombres decididos y muy barbudos como en los ‘60. Los harían pelota. Sin embargo, la sola enunciación del paradigma ambiental pone en jaque al sistema. Propongo ver todo lo anterior desde esa perspectiva. ¿A que lo jaquea de un modo inapelable?
Los que detentan la concentración de la riqueza pretenden acaparar el control de todo. De lo que decimos, lo que pensamos y lo que hacemos. Si fuera por ellos (los acaparadores) inventarían un GPS que redirija todo a favor de su exclusiva conveniencia. Podrían decretar el fin del ocio para el resto o tomar la decisión de fumigar hasta en el patio de las escuelas. Recalculando y recalculando, diseñarían nuestra alimentación, los métodos para curarnos, cuándo y dónde serían las guerras y en qué sitios habría que firmar la paz. No es un mundo ilusorio, es el mundo real, descompensado y al borde del colapso ambiental.
La concentración de riqueza contamina. Engendra sociedades corruptas, insensibles y violentas. Perjudica el comercio justo y las buenas prácticas en general. Sus beneficiarios rompen las reglas todo el tiempo aunque pregonen la salvaguarda de la institucionalidad. No hay que creerles, todos sabemos que defienden otra cosa. Entre esa porción menor de habitantes están aquellos que se apoderan de los bosques y de los mares, derribándolos en un caso y vaciándolos, literalmente, en otro. ¿No saben que ahí está la fábrica natural que produce el oxígeno que usamos para respirar?
La falta de oportunidades para estudiar, trabajar y tener vivienda digna asfixia a millones de personas en todo el mundo. No es sustentable. Tienen una incapacidad para ver eso. Creen que la sociedad violenta, insegura e intolerante tiene que ver con pibitos descarriados que no han tenido «una buena educación». Y ahí viene la parte de Finlandia y su sistema educativo de excelencia, las pruebas PISA y otros parámetros bastante estrambóticos para que sean aplicados en medio de la Pampa.
La concentración de riqueza es voraz. Tan insaciable para acumular dinero como para derrochar alimentos, generar desperdicios y malversar los bienes comunes en general. La concentración de riquezas decide dónde habrá espacios verdes y en qué momento serán destinados para la inversión inmobiliaria con laguito artificial. Es fácil de ver: si taponan con cemento hasta los cementerios, todo lo que sea vida y no «cosa» colapsará.
La concentración de la riqueza nos empobrece. Siempre están deshilachando la trama o rompiendo el matiz. Los vínculos les importan un pito.
Y, finalmente, la concentración de la riqueza es suicida. En medio del calentamiento global que amenaza con arrasarlo todo siguen pensando que será posible salvarse solos y dejan de lado una ecuación elemental: es imposible producir y consumir inacabadamente en un planeta finito. Además, si no tenemos qué respirar, ¿cómo haremos para seguir hablando de economía, de la libertad, la ciencia o el cine?
La mínima fracción que concentra la riqueza representa el atraso de la familia humana actual. Una gran ocasión para activar y ser parte de una nueva revolución que quizá debiéramos empezar a llamar Evolución.