El sistema de la tía Negra
Ecosistema colapsado. GETTY.

Medioambiente

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Sergio Elguezábal vuelve a advertirnos: o cambiamos el modo de vincularnos con el ecosistema y los modos de producción, o estamos condenados.

Para todos nosotros (mis viejos y los tres hermanos) era una fiesta ir de visita a lo de la tía Negra. Vivía en las afueras de un pueblo chico en la provincia de Buenos Aires. En Estación Araujo, partido de 25 de Mayo. Ella era, en dimensiones, el doble del tío Toto. Una mujer corpulenta y enérgica con un hombre menudo de ojos claros y encendidos. Él era ferroviario, creo que fogonero, porque siempre llegaba un rato antes de cenar con su mameluco, las manos y la cara teñidos de negro. Sería por eso que me llamaban la atención esos ojos despejados y la sonrisa clara en medio de la negritud que le había pegado el carbón. 

La tía Negra tenía una piel muy clara, casi transparente; quién sabe por qué le habían puesto ese apodo. Pero le quedaba lindo. La acuerdo con un pato bajo el brazo e insistiendo para que nos quedáramos a cenar. Cuando mi viejo empezaba a amagar con irnos, ella ya estaba retorciéndole el pescuezo para, enseguida, desplumarlo, limpiarlo muy bien, adobarlo y derechito a ese fuego envolvente de la cocina Istilart que alimentaba con marlo seco. 

Nosotros, los chicos, andábamos atrás de la tía viéndola hacer, contar cuentos y lanzar carcajadas mientras destripaba al pato. Era como una niña grande y parecía feliz.

Ahora me acuerdo de ella porque tenía una palabra que solía meter para rematar cualquier situación. La tía Negra hablaba de «el sistema»  en un modo genérico y bastante amplio. Era un término sofisticado para la época, calculo que lo habrá leído en alguna revista Selecciones. Lo cierto es que usaba la palabrita siempre. Cuando la bomba de mano con la que sacaba el agua se quedaba seca, decía: «Tiene un problema en el sistema». Cuando se retrasaban las cartas «el sistema anda como la mona»  o para explicar alguna enfermedad de la cabeza «le falla el sistema», decía. 

Ahora que lo escribo pienso que bien podría haber sido la autora de la célebre frase moderna «se cayó el sistema», aunque los tiempos no me dan porque se murió antes. Como sea, el ejercicio que les propongo está inspirada en la tía Negra, en su palabreja que hoy gana actualidad y en el pato degollado también.

Hoy el mundo sigue a los tumbos, como vaticinaba Discepolín. En realidad, desde una perspectiva nunca estuvo bien, solo que ahora, además de los conflictos relativos a la condición humana, irrumpieron el cambio climático, la desaparición de especies y la degradación de los suelos, los ríos y los mares. Hasta el cielo se pobló de nuevas amenazas. Lluvias ácidas generadas por la quema de combustibles fósiles y toneladas de chatarra espacial orbitando sobre nuestras cabezas. Cuando todo eso se desbande será como una lluvia también. Imaginen una lluvia de cocos sobre la testa, pero más grande. 

Para mí que debiéramos empezar por preguntarnos todo de nuevo. Aun lo que está bien posiblemente deberá ser revalidado. El resto habrá que darlo vuelta. 

Estas son mis preguntas del ahora (mañana serán otras):

  • Teniendo en cuenta la deforestación galopante, ¿alguien tiene pensado inventar una fábrica que nos provea de oxígeno?
  • ¿Por qué insistimos con desenterrar combustibles fósiles a un costo cada vez más alto si las energías renovables irán bajando de precio hasta llegar prácticamente a cero?
  • ¿Por qué Argentina no cuenta con datos oficiales sobre el uso de agroquímicos y fertilizante? Pienso que eso debería ser importante en un país cuyo principal sostén económico proviene de la agricultura.
  • ¿Hasta cuándo los consumidores seguirán naturalizando la compra de alimentos (frutas, verduras y cereales) producidos con veneno?
  • ¿Por qué en Buenos Aires levantamos la basura que irá a parar a los vertederos con maquinaría que incluye robótica de última generación y la que destinamos al reciclado se recoge con tecnología del medioevo? Hombres y mujeres tirando del carro sin protección ni resguardo de su integridad.
  • ¿Por qué importamos naranjas o limones de España si las producimos de excelente calidad en Salta, Jujuy y Tucumán?
  • ¿Cuántas emisiones genera el transporte aéreo, marítimo y terrestre en el comercio de lo que sea? ¿Se contabilizan esos costos en la ecuación financiera?
  • ¿Por qué los aires acondicionados en Buenos Aires chorrean en la cabeza de los peatones? (Esta entra un poco descolocada, pero díganme si no…)
  • ¿Por qué sacamos con desesperación el oro de la montaña y lo volvemos a enterrar en la bóveda de los bancos?
  • ¿Por cuánto tiempo más sostendremos modelos que generan pobreza, exclusión y el deterioro de los ecosistemas en general?
  • ¿Por qué seguimos repitiendo que un país es exitoso si produce y consume mucho de todo? (¿Producir y consumir inacabadamente en un mundo finito?)

Mi tía Negra diría muy suelta de cuerpo que «es el sistema». Y Greta Thunberg, líder mundial de los sub 16, coincidiría. Hace unas semanas planteó en Naciones Unidas: «Si las soluciones dentro del sistema son imposibles de encontrar, quizá debiéramos cambiar el sistema. Se quedaron sin excusas y nosotros nos estamos quedando sin tiempo». Eso le dijo a los dirigentes mayores en la cara.

El mundo no está bien y las transformaciones no llegan. Los chicos de 16 años han salido a decir que el problema es el modo de producir y consumir que tenemos. Tienen la lucidez y la determinación de la que carecen los principales líderes mundiales. O los escuchan o se los van a llevar puestos. Como al pato degollado en los pagos de Araujo.