La semana que nos dimos cuenta
Furor coronavirus. THE GUARDIAN.

Medioambiente

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Cada determinada cantidad de años, los títulos de los diarios dicen: «El mundo que conocimos ya no existe». El brote de coronavirus que explotó alrededor de todo el planeta nos invita a poner el foco en pensar qué es lo que realmente importa en la vida. Sobre eso, nuestro especialista Sergio Elguezábal nos trae una catarata de preguntas con invitación a la reflexión.

¿Cuántos temas de los que creíamos importantes ya no lo son? El riesgo país, la banalidad de ciertos debates, las ecuaciones imposibles de la economía y las finanzas, lo que piensan los senadores… Mucho de todo eso ya no nos importa. Como si se hubiese corrido el mantón que nos tapaba la vida que llevamos.

Cuarentena no son 40 días sino 15. Creo que fue lo primero que descubrimos.

¿Qué haremos con todas las horas que estábamos fuera, en el trabajo generalmente, 8, 9 y hasta 12 horas? Si podría morirme mañana, ¿es lógico que siga laburando 12 horas diarias?

Ponele que me tengo que quedar en casa un par de semanas, ¿qué haré en esas 360 horas?

¿Será una oportunidad para que terminemos de ver el valor del trabajo remoto en el que algunos gerentes todavía no terminan de confiar?

¿Estamos conviviendo con las personas que queremos? Aquellas más cercanas y también las otras relaciones que desarrollamos. ¿Quién está cerca? ¿Quién está lejos?

¿Cuál es la naturaleza de las relaciones que tenemos con nuestros hijos? Acostumbrados a que los cuiden otros, ahora que estaremos todo el día en casa y ellos posiblemente también. ¿Se imaginan cómo podría funcionar eso?

¿Por qué viajamos? ¿Cuáles el fin? ¿Consideraremos que hacemos 9 mil kilómetros para ir a un shopping? (Algunos, otros, vos no, ya sé, pero hay muchos que sí).

Leí que por ahora «el virus viaja en primera clase» (lo contrajeron quienes paseaban por Europa, los que hicieron un crucero, o en convenciones ejecutivas). ¿Qué pasará cuando el virus viaje en el 177 que va a Claypole?

Más que pensar en el próximo pasaje a Cancún, el coronavirus nos llevó a algo más concreto y real: tenemos naturalizado movernos todos hacinados y respirándonos encima. «Deberían prohibir viajar en estas condiciones», decían las señoras y los señores en los subtes y en los colectivos. ¿Podremos ocuparnos de mejorar el transporte en las ciudades donde vivimos?

La higiene, el replanteo de lo que comemos —¿valdrá la pena arriesgarnos metiéndonos una manzana rociada con veneno?—, el cuidado personal y de la familia, el lavado de manos, el control sanitario, las vacunas, la atención al funcionamiento del cuerpo… Todo pareciera estar más presente.

Referido al relacionamiento social, aquellos espacios que solíamos habitar, ¿son los necesarios? ¿Podría vivir sin la agenda de recitales, los espectáculos deportivos, las ferias y los mil programas que teníamos por delante? ¡Eso es la vida! ¿Eso es la vida?

Capacitaciones, reuniones de trabajo, lanzamientos, eventos que reúnen a personas y a los cuales vamos porque «hay que estar». ¿Vieron cuántos enfermos fueron a trabajar porque creyeron que estaba bien ir a la oficina aunque tuviesen fiebre o dolor de cuerpo? Bueno, eso se notó, y todos nos dimos cuenta de que es innecesario cuando no te sentís bien.

La posibilidad de un mundo con escasez frente a las narices. Quizá falten desde alcohol en gel hasta alimentos o medicinas. Y entonces, otra vez la mirada puesta en qué cosas son las realmente importantes. ¿De verdad necesito garantizar esa lista interminable de todo lo que me rodea? Porque hay que hacer la lista. Nuestra mirada está puesta siempre en lo que falta, suele ser larga, pero es superior el listado de lo que tenemos.

La pandemia nos obligó a tornar la mirada hacia las cárceles, el hacinamiento donde viven miles de personas y la posibilidad cierta de contagio de esa población. ¿Por cuánto tiempo más seremos cómplices de actos inhumanos en el plano que sea?

Tengo la impresión de que después del coronavirus habrá sentencias que resultaban inapelables hasta ahora y dejarán de serlo. «No se puede vivir sin petróleo…». «Si dejás de tirar glifosato no podés alimentar a mil millones de personas…». «No se puede vivir sin el auto…». «Soy libre, puedo viajar, comer asado, hacer lo que quiera…». No, señor, no es un mundo donde pueda hacer lo que quiera. Si un solo eslabón de la cadena está débil, la cadena entera lo estará. Si hay decenas de países que hacen el control adecuado del virus pero hay unos pocos que por diferentes razones no lo hacen, estamos todos en riesgo. Somos vulnerables. Somos falibles. No, señor, no se puede seguir con ese modo de ver tan señor.

No se puede viajar, no se puede ir al cine, no se puede ir al shopping, no se pueden hacer casamientos, ni misa, ni nada. Lo que se puede es intentar buscar alivio para desprendernos del modo abusivo en que estamos gestionando todo. El modo de los señores o el modo del patriarcado. El paradigma que acelera su muerte con el virus también nos invita a dejar de «poner huevo» y sumar cabezas de todos los feminismos posibles, cabezas de hombres y mujeres que propicien la igualdad de derechos, la fraternidad y una convivencia respetuosa entre todos los que habitamos suelo, aire, agua y cielo. La posibilidad cierta de una nueva aldea global. 

Siento que en este 2020 estamos empezando a protagonizar el ciclo histórico que caracterizará al siglo XXI. El susto nos está haciendo entender más rápido de lo que esperaba, nos está llevando a replanteos que traerán un poco de sanidad.