Relato de ficción
Todas las cosas que viste se desvanecerán lentamente
Una estrella de la televisión se resiste a desaparecer de la memoria colectiva: el paso del tiempo está convirtiendo en anónimo a Daniel Novelli y, antes de que eso ocurra, contrata a Josefina Blanco, una periodista insegura y con buenas intenciones, para que lo ayude a relanzar su carrera. No se pierdan este cuento de Melania Stucchi leído por Luis Machín y Gilda Scarpetta.
Sos Daniel Novelli y tuviste una pesadilla: soñaste con tu programa de espectáculos. Sí, ese que fue el más famoso de Argentina en los noventa. De repente, el estudio de grabación se inundaba y vos te ahogabas ahí adentro. Cuando te despertaste, te habías meado encima. Tenés 56 años, dos exmujeres, tres hijos, dos mayores de edad, y vivís solo en una mansión en Martínez. Te llamás Daniel Novelli. Cada vez salís menos a la calle. Ahora escribís mucho en Twitter y hacés un podcast que nadie escucha. Tenés un grupo de seguidores fieles, hombres heterosexuales de tu edad, que lo único que te generan es desprecio. Te sentís solo y te parece que cada vez tenés menos para decirle a la humanidad. Vos, que fuiste la voz de tu generación, que no podías dejar de hablar. Tal vez fue la cocaína.
No había político, actor, actriz o cantante que no pasara por tu programa, que no se haya entregado a tus bromas o haya hecho el ridículo con tal de estar cerca tuyo. Ahora, la gente que tiene la edad de tu hijo menor no te conoce. Todavía tenés mucha plata, ese no es el problema. Supiste hacer inversiones.
Tenés un representante. Dice que es tu amigo, que te quiere, pero vos pensás que está al lado tuyo por la plata o porque es puto reprimido y está enamorado de vos. Pensás así, sí.
Desayunás un café y un cigarrillo y te sentás en el baño, ¿te tendrías que hacer una colonoscopía? La sirvienta, como llamás a la mujer que hace treinta años trabaja en tu casa, te golpea la puerta y te avisa que llegó Josefina Blanco. Te subís los pantalones con pocas ganas y salís.
Le hacés un chiste sobre el olor y Josefina Blanco no se ríe. Le decís que te habías olvidado que los chistes escatológicos habían pasado de moda, intentando, una vez más, hacerte el gracioso, y ella te mira más seria. Pensás para qué la citaste. Y lo recordás: tu representante te aseguró que tenés que contratar a Blanco para que hable de vos, para que cuente tu vida, para que haga un documental sobre tu fama. ¿Por qué? Porque está un poco vieja (casi cuarenta) pero tiene seguidores jóvenes, porque no es tan famosa y eso les va a resultar barato y, además, tampoco te va a opacar. La mirás: si se dejara el pelo largo, bajara diez kilos y no se pusiera esa camisa cerrada y esos zapatos de payaso podría todavía ser atractiva. Bah, dable. ¿Ese flequillo se lo cortó así a propósito o tuvo una pelea con la peluquera antes?
—Qué alegría que hayas venido, Jose. ¿Te puedo de decir Jose? Me halaga que una chica con tu inteligencia esté interesada en trabajar conmigo.
Le decís chica porque te parece que le va a gustar.
Además a todas les gusta sentirse especiales, lindas y jóvenes, pensás, ese es uno de los secretos de seducción más fuertes que tenés.
Ella empieza a hablar.
—Si vamos a trabajar juntes te lo tengo que decir. Fui una adolescente que amaba tu programa, pero ahora me da vergüenza acordarme de eso. Es como cuando voté a Menem en la reelección solo porque mi papá estaba en el hospital y no podía votar y me pidió que lo hiciera por él y como a mí no me gustaba nadie en especial, le di el gusto y… ¿te estoy dando demasiada información que no te importa? Perdón, no tengo filtro.
La mirás. ¿Puede que no tenga corpiño o solo tiene uno viejo y vencido? ¿Qué le vas a decir? Deberías ser polite, no es momento de agresiones, pero es más fuerte que vos.
—Avisame cuando hayas hecho algo en tu vida que sea un poco más que tener mil likes en un tuit y hablamos. Para todo lo demás, te recomiendo terapia.
—Estaba esperando cuánto ibas a tardar sin denigrarme. Fiel a tu estilo «transgresor» de los noventa.
Pensás que en otra época la hubieras besado y te la hubieras cogido por el culo. Pero ahora enseguida te acusan de violación, así que preferís seguir hablando.
—Perdoname, estoy nervioso. Tengo miedo de quedar en el olvido.
—Ya sé cómo sos. Me interesa contar tu vida, me parecés un personaje fascinante. Estudié periodismo por vos. Sé que no lo tendría que haber dicho. Ahora me vas a pagar poca plata. Eso tampoco tendría que haberlo dicho. ¿Ves que no tengo filtro?
Te llama tu exesposa número dos. Atendés para hacerte el importante. De haber estado solo, jamás la hubieras atendido. Te dice que los citaron en la escuela de tu hijo más chico. No sabe el motivo. Vos creés que lo sabe pero no te lo quiere decir.
Le contás a Jose que amás a tus hijos. El más chico toca el piano, canta y compone. Le pagás los mejores profesores. Estás orgulloso. Jose te pregunta si te hubiera gustado tener hijas mujeres. Le decís que los hijos son una bendición y no importa de qué sexo sean. Sabés que estás mintiendo. Pero siempre lo hiciste. Mentiste tanto que muchas veces ya no sabés cuál es la verdad. Y si esta mujer va a contar tu vida, mejor que empieces a convencerla de que sos el mejor.
Sos Josefina Blanco, un intento de periodista barra documentalista. Tendrías que ser más inteligente, decir frases más ingeniosas, leer más, escribir mejor. Y no tener ese grano gigante al lado del ojo. No querés que te importe lo estético y, muchas veces, lo conseguís. Pero ese grano es grande y pensás que parecés una adolescente tardía que sigue buscando trabajo aunque ya debería haber conseguido ser la voz de su generación. Subís una story a Instagram hablando de tu grano. Te gusta imaginar que te mostrás auténtica.
Escribís críticas de libros, de obras de teatro y de series de televisión. A los veinte imaginabas que, a los treinta y nueve, ibas a ser la periodista cultural más reconocida por su integridad, originalidad y otras palabras terminadas en «idad». Pero siempre tuviste miedo de dar tus opiniones en público y te resguardaste en notas tibias, que no confrontaban y tampoco molestaban a nadie. Hace un año empezaste a soltarte y te empezaron a matar, pero también conseguiste más lectores: en especial, chicas jóvenes. Sentís que toda tu vida estuviste a punto de hacer algo (o de ser alguien) y que te quedaste, precisamente, en ese punto. Llegó la hora de concretar.
En los noventa veías el programa de Daniel Novelli y sentías que querías hacer televisión. Hoy no sabés dónde quisieras estar. Un día te llama el representante de Novelli y te dice que están interesados en hacer un documental y que vos lo escribas y dirijas. Estás por preguntar por qué yo, pero te frenás. ¿Será esta la forma de concretar?
Vas a la entrevista. Novelli te recibe haciendo un chiste sobre el olor a caca. Es una buena metáfora sobre él, pensás. Te preguntás si no habrá alguna forma de hacer algo significativo sin luchar y sin decir cosas controversiales. No tenés una respuesta.
Mientras Novelli llena todo de palabras elocuentes, intentás encontrar el momento para hablar de plata. No sabés negociar y, esta vez, querés preguntar cuánto vas a cobrar sin vueltas y sin culpas.
Novelli te dice que esta es una gran oportunidad para vos. Que si todo se reduce a una cuestión económica, tal vez, no tengas la energía adecuada para este proyecto.
Pensás en la cantidad de personas que te pidieron que trabajaras gratis porque era algo que te iba a hacer bien a vos. Tenías que llegar a los treinta y nueve para darte cuenta de que eso se llama explotación, qué pelotuda sos.
Le explicás que por supuesto tenés entusiasmo, pero que no tenés energía para trabajar gratis. Te sale un verso energético hermoso, porque no tenés ganas de pelear. Novelli te dice que después de la reunión podés hablar con su representante.
El dinero que te ofrecen está bien. No es mucho, pero es más de lo que solés ganar. Seguro te cagaron. En principio, durante tres meses, se van a juntar dos o tres veces por semana; a veces con cámara y otras, no. Cabe la posibilidad de que también quieran que escribas un libro. Lo van a evaluar. No entendés por qué te sentís tan para la mierda. Te vas.
Al rato, lo llamás a Novelli. Le decís que te quedó una duda. ¿Vas a poder decir lo que quieras o vas a tener que dar una versión que hable bien de él? Te dice que por algo te contrataron a vos, una mujer fuerte, con ideas. Te ponés contenta y eso hace que dudes el triple sobre lo pelotuda que sos. Pero no se puede ser tan cínica, por ahí es algo bueno. Llegás a tu casa. Lo mirás a tu novio, con el que vivís hace cuatro años, y te preguntás: ¿si fuera famosa seguiría estando con él?
En tu cabeza sos mala. Y está bien, porque en la vida real sos bastante idiota. Así que no está mal fantasear con que le darías una patada en el orto. ¿A quién intentarías levantarte con tu fama? Pensás que no querés alguien conocido al lado, porque la famosa deberías ser vos. Pensás en viajes, en lo molesto que sería que todes se quieran sacar selfies a tu lado, en tener que dar charlas, en que la gente te haga preguntas, te cite en redes sociales, se hagan remeras con tu cara y, en especial, con tus frases. Te gusta. Dale, te gusta. Por eso, dejá la imaginación y ponete a laburar, que tenés que preparar las preguntas para llevar a la primera entrevista con Novelli.
Pasan los días. Las primeras entrevistas con Novelli te resultan insoportables. Te quiere mostrar que es genial y vos solo ves un pobre viejo en decadencia. Pero en un momento dudás: ¿y si para ser exitoso es verdad que hay que mostrarse exitoso? Te parece un concepto antiguo y machirulo. ¿O no? No sabés y te angustia tener esa duda. Te desquitás llamando al servicio de internet que funciona con interrupciones y tratás mal al telemárketer. Le decís que sabés que no es culpa suya que el servicio funcione mal, pero que alguien se tiene que hacer responsable. Te responde una estupidez y te ofendés y gritás y cuando cortás, te ponés a llorar.
Salís a dar una vuelta porque leíste que los grandes pensadores caminan cuando sus ideas se bloquean. Ves que hay gente que grita y corre. Se escuchan tiros. Te tirás contra el piso. En la esquina estaban robando y la policía empezó a disparar. Seguís llorando, ahora contra la vereda.
Un día llegás y Novelli te dice que tiene una gran idea. Harán pequeños videos para publicar en redes sociales. Divertidos, ágiles. Tal vez, hasta sea mejor que hacer un documental. Pensás en hablarle del arte que perdura, pero te agarrás un chicle y empezás a mascar. Los van a llamar «Mi vida». Su idea es contar anécdotas, editarlas junto a imágenes de su pasado noventoso y hacer un comentario desde el presente.
Al principio, nadie las mira, pero un día llega la sorpresa. Novelli encuentra un video con el Diego haciendo una declaración asombrosa en 1994. Algo que ni en el documental de HBO estaba. El video es levantado y comentado por varios medios. No podés entender cómo al día de hoy, todavía, Maradona puede seguir vendiendo. Pero no podés decir eso, te van a echar de la Argentina.
Mucha gente habla de vos y te gusta. Te comentan, te siguen, hablás por privado con un par de pendejas, te las cogés. ¿Cuánto hace que no cogías por tu fama con una mina que estuviera, de verdad, buena?
Las drogas cada vez te parecen más aburridas, vas a hacer vida sana, yoga, suplementos naturales, meditación, maca en el yogurt, té de matcha, probióticos donados por una granja energética. ¿Será verdad que a Mick Jagger le cambiaban la sangre de todo el cuerpo? Que te vacíen, que te regeneren, que te hagan de nuevo joven. Escuchás al Goyco en una entrevista decir que le inyectan células de oveja o de algún animal. Que alguien llame, que te averigüen quién es el médico, que pidan turno.
Tu exmujer número dos llama cada vez más seguido. Pensás en que la tienta tu nueva fama, en que se debe creer que estás haciendo más plata y quiere reclamar para la cuota. Hasta que la atendés y te enterás: tu hijo de quince años se trasviste en el colegio. Le sacaron unas fotos y lo amenazaron con publicarlas si no paga por el silencio.
Josefina te dice que es buenísimo. Por un lado, es un gran momento para acercarte a tu hije, que pueda hacer eso demuestra que lo criaste en libertad. Te dan ganas de darle una trompada en la cara, mientras le gritás que se dice hijo con o, que deje de deformar el lenguaje. Vos lo único que querías era un hijo, según vos, normal. Pero solo la mirás. Ella sigue, no se da cuenta de tu odio.
Dice que, además, comunicar en redes sociales lo que está viviendo tu hije, sí, sigue diciendo hije, va a darte gran reconocimiento mediático. Y por una buena causa. Le sonreís y le decís que si te sigue dando esas ideas de mierda, le vas a dar una patada en el culo. Se nota que no tiene hijos y que no entiende lo que es tenerlos. Josefina se indigna y te dice que claramente vos sos como el compañero de tu hijo, el que lo amenaza, lo extorsiona, pero como es tu hijo lo querés ocultar. Le decís que se vaya, que necesitás estar solo. Esa noche dejás atrás la vida sana que te duró una semana y tomás una buena dosis de Clona.
Cuando te despertás —¿cuánto pasaste durmiendo? ¿Dos días? ¿Tres?— te encontrás con miles de notificaciones. ¿Sos famoso como en los noventa? ¿Qué pasó? Te metés a mirar. Josefina Blanco subió un video a «Mi vida» en el que se ven fotos de tu hijo editadas junto a un reportaje que le hiciste a una artista trans en 1992. Después se ven imágenes de tu hijo diciendo: «Mi papá fue el primero en llevar una trans a la televisión. Él siempre fue un transgresor, siempre estuvo en contra de las normas establecidas». El video termina con vos mismo asegurando que lo importante en la vida es hacerse cargo de lo que uno quiere, por más difícil que sea, y que por eso la admirás a ella, porque no es careta como los demás. En realidad, en ese video estabas hablando de Moria Casán, pero ahora todos piensan que es sobre tu hijo.
El video se hizo viral y en los siguientes días salís en la tele, en revistas, te atienden el teléfono esos que hace rato se hacían los ocupados cada vez que los llamabas.
Lo primero que te preguntás es por qué conseguiste un éxito que no te va a dar ni plata, ni fama. En los videos de Novelli figurás como editora, que es lo más cercano a un fantasma que existe en el mundo real. Estás en la fila, esperando el colectivo hace veinte minutos. Hace treinta y siete grados. Escuchás que atrás tuyo alguien habla del video. Pensás que bueno, no importa, porque con tu gesto, tu creatividad y tu video estás contribuyendo a hacer un mundo mejor.
Llega el colectivo, avanzás, alguien te dice: «Eh, señora, no se cole». O sea, en la misma frase te trataron de señora y te acusaron injustamente de algo que no estabas haciendo. ¿De verdad te interesa hacer un mundo mejor sin que nadie sepa que fuiste vos la que hizo la contribución?
Novelli no te habla, ni te llamó para comentarte nada. Lo ves en la tele diciendo que para él es fundamental visibilizar la diversidad y, en especial, apoyar a su hije. Cuando dice hije, con e, te da odio. En realidad, deberías sentirlo como una batalla ganada, pero te da odio. Vos le diste el poder para volver a triunfar.
Un día aparece en tu casa. Te lleva rosas. Es la primera vez que un hombre te regala flores. Te agradece, te dice que vos lo volviste más humano, mejor padre y que lo ayudaste a renacer. Admitilo, te da felicidad. Hablan, se ríen, toman un vino que llevó de regalo. Te cuenta sobre su adolescencia, el colegio de varones, una familia tradicional que le dejó de hablar cuando decidió empezar en los medios. Hablan sobre la incomunicación, se sienten unidos, cada uno en su soledad. Le contás todas las injusticias del mundo que te molestan y te dice que hay que aprender a ser fuerte, a superar el dolor, que vos tenés algo especial, que sos demasiado sensible.
Esperá: ¿te querrá garchar? No va a ser tan desubicado. ¿En serio? Ok. ¿Te lo garcharías? No, decididamente no. No te gusta y no corresponde. ¿No te gusta ni un poquito, segura? Basta. Sin dejar de ser simpática, sacás las copas y traés una jarra con vasos al grito de «bueno, ya es hora de empezar a tomar agua, que mañana hay que levantarse temprano».
Cuando se va mirás fotos viejas y escuchás «Ey», de Fito Páez. En tu habitación de adolescente durante años tuviste un póster de Novelli. Se ve en varias fotos. Ves una imagen en donde tenías una remera de Lou Reed. A Lou lo empezaste a escuchar por Novelli, él lo había recomendado una vez en su programa de radio.
Dos días después, su asistente te llama y te dice que lo contrataron para hacer un micro en uno de los programas periodísticos más importantes del país, con la idea de vender su personaje al exterior. Y que ellos pensaron en retomar los videos de «Mi vida» y agregarles nuevas entrevistas. Te ofrece un nuevo contrato por mucho más dinero que el que venías cobrando. Quedás en contestar al otro día.
Tu micro funciona bien, pero tampoco tanto. Desde que empezaste con esto, cada vez es un vicio más fuerte mirar repeticiones de tu programa de los noventa. ¿Qué pasaba ahí que no podés lograr que pase ahora? Vos mismo te maravillás de tu propia magia. Tus programas eran en vivo. Tenés que volver al vivo.
Proponés cambio de formato y lo aceptan. Sin embargo, nada se altera demasiado. Te deprimís y tomás mucho alcohol con barbitúricos. Y seguís buscando en tus entrevistas del pasado. Ese pelito semi largo te quedaba genial. ¿Y si te hicieras una cirugía? Tus ojos no son los mismos.
Ves un video con el cantante de la banda que hacía la cortina musical de tu programa. Sentís que crecieron juntos, que se hicieron famosos al mismo tiempo y que, casi al unísono, desaparecieron los dos. Él llenaba estadios, vos rompías el rating, su imagen estaba en las remeras, tu cara estaba en las revistas. Hasta estás seguro de que compartieron alguna orgía. Lo último que escuchaste es que intentó llenar un teatro de trescientas localidades y no lo consiguió. Lo llamás, te atiende enseguida, y lo invitás para hacerle una entrevista.
Lo bueno de volver a ver amigos después de mucho tiempo es que, apenas te juntás, parece que no pasó el tiempo. Toman cocaína y antes de salir al estudio se dan un beso en la boca. Sin lengua, por supuesto.
Tu invitado habla, empieza bien. Cuenta de la vez que se tiró de un sexto piso y cayó sobre un toldo. Lo escuchás hablar y pensás en tus charlas con Josefina, en las veces que ella te dice que ya fue la prepotencia, que el estilo audaz no necesariamente tiene que ver con mostrarse fuerte y te sale la pregunta en voz alta: ¿por qué creés que en los noventa brillábamos y ahora somos esto?
Él se ríe con una carcajada. Y empieza a decir que ustedes son soldados que resisten en sus trincheras en una época de corrección política. «¿Cómo puede ser que en la música esté esa boludez del cupo femenino? Somos músicos más allá de nuestro sexo». De alguna forma se empieza a enredar y termina diciendo que las minas son todas putas, que no tienen talento rockero y que sirven más para ser groupies y chupar pijas. Y que los pibes ahora no quieren coger. Vos te reís y te parece hilarante todo lo que está diciendo. Y es probable que hasta te parezca verdadero.
Estás en el set y mirás todo. Te empezás a angustiar pero por un minuto creés que Novelli va a frenarlo, va a decirle que no va a permitir que se digan esas cosas en su micro, que cómo se atreve, que él es un hombre nuevo. Cuando ves que Novelli se ríe y termina con un «podrán decirnos lo que quieran, menos que no somos auténticos», te quedás congelada, sin capacidad de reacción.
Pasan los días y todo es un desastre. A Novelli le llueven denuncias en el INADI, escraches, grupos que piden que lo echen. Él sale frente a cámara y dice que se malinterpretó todo, que ellos son provocadores, que estaban buscando correr un límite. En definitiva, él siempre fue un caballero, nunca violó a nadie, ni abusó de nadie y, es más, siempre en sus equipos contrató a mujeres. Y da tu nombre y cuenta cómo lo ayudás a armar su material.
Te empiezan a llamar y no respondés, te increpan por redes sociales. Cerrás todas tus cuentas. Vas a ver a Novelli y le decís que renunciás. Te dice que te va a demandar por incumplimiento de contrato. Le decís que haga lo que quiera, que total la vida ya te la cagó. Te vas preocupada, ¿deberías consultar a un abogado?
Vas caminando por la calle, a paso furioso. Sentís que alguien te sigue. Es Novelli que te grita. Te agarra del brazo, te quiere decir algo. En ese momento se ve gente corriendo, ruido de sirenas, disparos. Una bala viene hacia vos. Novelli grita «¡cuidado!» y se tira sobre tu cuerpo como si fuera Kevin Costner. Caen al piso, hay mucha sangre y no se mueve. ¿Está muerto?
Sí, está muerto.
En el noticiero hablan de la inseguridad que se vive en la ciudad. En un tiroteo entre unos motochorros y la policía. «Daniel Novelli falleció de un disparo que tocó un órgano vital». Mirás la pantalla como hipnotizada. ¿Habrá dado su vida por vos o fue solo un accidente? ¿Lo habrá hecho para quedar como un héroe para la posteridad? Tal vez fue solo un suicidio encubierto, Novelli ya no quería vivir en este mundo.
Hacés un documental alrededor de todas esas preguntas. El día del estreno ves tu nombre por todos lados. Las críticas son buenas. El mundo te parece un lugar más lindo. O no.