Folletín
El pasado ¿te condena?
Tercera y última entrega de Comedias románticas, de Melania Stucchi y Alejandra Lunik. Una historia en donde la vida de pareja es un reflejo deformado de los romances del cine.
Manchester – Tibidabo
El Chico Cubata está feliz. Se siente una estrella de Hollywood. Supongo que le subí el ego a niveles desproporcionados. Lo que no se da cuenta (o finge no hacerlo) es que necesito que pase algo de verdad. Para escribir, quiero decir. (Este es el momento en el que si fuera una película y yo estuviera haciendo un monólogo frente a cámara, les guiñaría un ojo.) Necesito material real, Chico Cubata, no que en un ataque de megalomanía me cuentes un sueño ridículo, que ni siquiera me importa a mí, que soy tu espectadora más entregada. Dejá de hacerte el boludo. ¿Cuál es nuestro problema? Tres días después, lo llamo.
Yo: El sábado tenemos que ir al Tibidabo.
Chico Cubata: ¿Al Tibidabo?, ¿para qué?
Yo: Porque el escenario es importante, es donde transcurre la acción.
Chico Cubata: No puedo, ve tú, disfruta.
(Uh, pará con el puto «disfruta». Qué querés que disfrute, ¿no ta das cuenta de lo que está pasando?)
Yo: Ay, gracias, sí, voy a disfrutar. Bueno, ¿nos tomamos una cerveza el lunes en el Manchester, entonces?
Acá algo falla, no es una novedad. Yo no tengo mucho margen para reclamar porque nada nos une, lo acepto así o lo dejo. Está claro que debería plantarme: estoy enamorada de vos, llamáme solo si sentís que te pasa algo parecido. Pero no puedo hacerlo, no me bancaría las consecuencias. O tal vez no es el momento adecuado de la película para que suceda esto. Qué difícil distribuir la información en la vida. Él, no sé. Hay algo que tampoco puede. Ni tomarme, ni dejarme. Y esa manía que tiene de que quiere que disfrute de todo…
Llegó el momento del backstory. Es decir, de buscar respuestas en el pasado.
Pero antes una pequeña reflexión sobre el lugar donde transcurre la acción (segundo tema abortado). Los espacios significan. Cualquiera que haya visto Un mundo perfecto de Clint Eastwood, recordará que Butch Haynes (Kevin Costner) escapa con el pequeño Philip rumbo a Alaska. Butch es un fugitivo, pero Alaska es más que un destino lejano. Se trata de resolver un conflicto interno: su padre cuando lo abandonó le mandó una postal desde allí.
Después están los lugares comunes en miles de películas: París es el amor; Los Ángeles es el enemigo soleado y frívolo de la intelectualosa Nueva York; los pueblitos alejados están hechos para que los asesinos seriales ataquen a adolescentes que van de fiesta.
Nosotros tenemos que llegar al Tibidabo. Por ahora, son las nueve de la noche del lunes y estamos en el Manchester. Bueno, como siempre, si quieren vernos ya saben dónde buscarnos. Sin embargo, hoy hay algo especial, digno de ser observado. Las remeras que llevamos.
El backstory
Todo personaje tiene un pasado previo al comienzo de la historia. Una biografía que lo precede y le da dimensionalidad. Estoy hablando de cine, obviamente. Sin embargo, no se trata de miles de datos sobre todo lo que hizo el personaje antes de que empezara la película. El secreto del backstory es encontrar ese hecho que lo marcó, que le dejó una huella y que, precisamente, se relaciona con lo que tendrá que resolver a lo largo de la historia.
El backstory del Chico Cubata
En España, al traga, se lo llama empollón. O por lo menos es lo que me explica el Chico Cubata luego de decirme: yo era un empollón. Aprendió a sumar y a restar en el jardín de infantes. Era el mejor en todas las materias, excepto en gimnasia. Usaba unas gafas gigantes desde muy chiquito. Los catalanes a los padres les dicen mama y papa, así, acentuando grave. Y parece que el papa no le prestaba nada de atención al Chico Cubata (debe ser por eso que ahora solo hablan por teléfono para Navidad). Tenía problemas con mantener un trabajo y con el dinero y con las prostitutas. Y la mama tampoco se encargaba mucho del Chico Cubata, porque estaba ocupada en trabajar para asegurar los ingresos de la casa y ver en qué nueva complicación se metía su marido. Pero él era un niño bueno y aplicado, que no preguntaba nada y trataba de mantenerse lejos del dolor. Y, tal vez, por eso el Chico Cubata desarrolló ese temperamento tibio que tiene que lo hace tan educadito y tan poco involucrado con sus sentimientos.
—Yo hacía como el avestruz, metía la cabeza debajo de la tierra. Eso me permitía cierta tranquilidad.
—¿Pero por qué nunca le dijiste nada a tu papá? Quiero decir, de grande.
—Mira, yo prefiero pensar que la gente hace lo que puede. Si él lo hizo así es porque no pudo hacer otra cosa. Y para mí, lo mismo.
Mi backstory
En Argentina, yo era una excelente alumna, pero nunca fui traga. La verdad es que era inteligente pero no muy estudiosa. Y estaba acostumbrada a seguir la ley del menor esfuerzo. Era hija menor y mimada y mis padres vivían diciéndome que yo era maravillosa, brillante, graciosísima. A niveles absurdos. En mi casa había un casete en donde se me escuchaba en unas vacaciones diciendo: ¡estoy tan bonita con este sombrerito nuevo! Se ve que me habían comprado un gorro para la playa y me habrán repetido tantas veces que me quedaba hermoso que yo me sentiría la reina de San Bernardo. Estaba inmersa en un mundo de amor y aprobación permanente, ¿para qué esforzarse, entonces? Claro, vivir en esa micro burbuja feliz hizo que la salida al mundo no fuera tan fácil. Hasta el día de hoy se me complica. ¿No soy perfecta? ¿Por qué no me prestan atención? ¿Solo me van a decir que «está bien» lo que hice? Si no me hacen una fiesta es porque no les gusto. Yo sé que es ridículo este sistema de pensamiento, pero, allí, en ese rincón irracional del cerebro que no controlamos, sé que ese es el verdadero sentimiento.
—Pero es positivo que te hayan generado tanta confianza en ti misma.
—¿Te parece?
—Es más fácil desarrollar un poco de tolerancia al fracaso que desarrollar seguridad en uno.
—Puede ser…
¿Y entonces?
De repente, me gustaría estar en esas obras de teatro infantil en donde Caperucita le pregunta a los niños: Chicos, ¿ustedes saben dónde está
el lobo? Y todos los nenes empiezan a gritar: ahí, ahí. Pero, ¿dónde? Ahí, atrás tuyo.
Sí, atrás tuyo está, tarada, ¿cómo no lo ves?
Sí, prometo pensarlo. Por ahora y para terminar lo llamo al Chico Cubata.
Yo: ¿Podemos ir el domingo al Tibidabo? Es fin de semana largo y yo estoy sola en la ciudad. Estoy sola.
Chico Cubata: Ay, qué pesada eres. No quiero ir al Tibidabo.
Yo: Bueno, ok, entonces seguí diciéndome mis defectos, total…
Chico Cubata: que no escuchas.
Yo: Decime algo lindo, puto!
Chico Cubata: ¿Como lo que me acabas de decir tú? No, mejor no. De acuerdo, te lo diré: que me lo paso muy bien contigo.
Yo: ¿En serio?
Chico Cubata: En serio.
Está bien por hoy, casi que me alcanza. Si hasta me parece que está sonando «Another sunny day» de Belle and Sebastian mientras me lo dice.