Todo lo que pasó en Chile resumido en un par de cartas anónimas
La resistencia del pueblo chileno. EFE.

Cartas

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El modelo chileno colapsó. Después de décadas de desigualdad, la sociedad chilena parece haberse hartado y salió a las calles a protestar sin miedo. En esta oportunidad, les contamos el estallido social en un puñado de cartas.

Escrito por Hernán Casciari

Recibí un montón de mails y de audios esta semana, desde Santiago o enviados por lectores chilenos en el mundo. Y como sé que es imposible reproducirlos a todos, elijo dos. Me parece que simbolizan perfectamente lo que está pasando en Chile. Uno de esos mensajes es de Natalia, una chica argentina que se fue a vivir a Chile hace tres semanas para escaparse de los quilombos argentinos (si no fuera triste sería gracioso). Y el otro mensaje es de Mirko, un chileno que vivió todo el desastre desde Australia, con esa angustia horrible de estar lejos en los peores momentos.

Cronológicamente, la primera carta es la de Natalia y dice así.

Carta 1

Este es mi tercer fin de semana en un país nuevo. Parece un viaje al 2001 argentino, Hernán. La crisis, la puta crisis que se vive en el mundo, hace 24 horas o más, explotó en el país de mi exilio soft. Chile se despertó, dicen. Yo no sé qué es despertar, mi ADN argentino no detecta rastro alguno de extrañeza ante zócalos de televisión que dicen en letras blancas, con fondo rojo: «Saqueos. Incendio. Tarifas. Protesta. Seguridad. Disturbios». 

Sí hay algo distinto, y mucho. No usan la palabra represión. Represión no existe cuando los carabineros avanzan sobre las plazas. Existe: «Restablecen el orden», eso te lo juro, Hernán.

Sí existe el coraje, porque a esta gente, que se le terminó la dictadura en los 90 (mucho después que a nosotros) le sacaron a los milicos a la calle. Les importó poco, salieron igual. Yo, hubiese muerto de miedo solo con las palabras «estado de emergencia».

Pero esta gente está realmente cansada, y son creativos. Los carabineros los miran en fila, haciendo un ta-te-ti mental para ver a quién se llevan. Los chilenos se hacen expertos en prácticas millenials, les acercan los teléfonos a la cara, bien cerca, y los filman.

Hermoso. Hay poesía y nobleza en esas acciones, Hernán, porque una señora de unos cincuenta años les grita:

«Yo viví en dictadura, vuelvan a los pañales, vayan a casa». 

Una joven chilena dialoga con un militar. EFE.

Eso te quería contar, la épica del caso chileno que arrancan los pibes. Que accionan cuando grafitean «Evade». Que sigue cuando gritan: «A los verdes me los fumo». Que despiertan a su propio pueblo.    

PD: En este contexto una sola cosa te digo; si el finde que viene no hay un terremoto, voy a sentirme estafada. 


Cuando terminé de leer su carta le pedí que me siguiera contando cómo seguían las cosas. De hecho, pensé en publicar acá en la revista todo lo que me fuera llegando. Y justo entonces me llegó otra carta diefrente. La de Mirko. Y supe que ellos dos —Mirko y Natalia— eran las únicas voces que iba a reproducir.

Carta 2

Hola Hernán, cómo va. Quiero comenzar por decir que me encantaría poder partir este mensaje de una manera diferente. Felicitándote o diciéndote que un cuento tuyo caló hondo en mí y que cambió mi vida. Pero no puedo porque no tengo tiempo. 

Nací al otro lado de la cordillera en ese país que no te agrada tanto, que te trató mal en épocas pasadas y al que a ti (o debería decir vos) te gusta tocarle la oreja de vez en cuando.

Pero beuno, siendo directo, no te hablo por alguna banalidad o para hablar de literatura. Te hablo porque necesito tu ayuda. Necesitamos tu ayuda. Eres el tipo fuera de Chile más famoso que conozco que sé que me va a reaponder el mensaje o que al menos me va a dejar el visto (por favor gordo, no me defraudes).

Resulta que tras una seguillida de torpezas llevadas a cabo por el gobierno de Piñera (como alza de pasajes, comentarios déspotas tipo monarquía francesa del siglo XVIII y otros hechos), y también producto de cosas de gobiernos anteriores, a la gente se le colmó la paciencia. 

Todo partió con protestas y evasiones del metro (subte) por parte de los estudiantes y al poco tiempo a las manifestaciones se sumó toda la población casi transversalmente (fue hermoso).

Postales de la represión. AFP.
Postales de la represión. AFP.

Sin embargo, las cosas pasaron a mayores con la intervención violenta de la policía y de oportunistas (ajenos al movimiento en su totalidad practicamente) que empezaron a saquear grandes tiendas. Piñera decretó toque de queda y la policía empezó no solo a reprimir en los saqueos sino que a las manifestaciones pacíficas en horario de la tarde. Como el caos continuaba y los animos se caldearon más, los imbéciles del gobierno no encontraron nada mejor que sacar a los milicos a la calle aumentando así la represión y la violencia. Fue apagar el fuego con nafta por donde se mire. 

Los milicos, que salieron como si hubieran descubierto que la cordillera no tenía nieve sino merca y que se la hubieran jalado toda, estaban / están enardecidos. Muchos fuera de sí. Han atropellado personas, disparado balines y lacrimógenas a quemarropa, atacado a niños, mujeres, jóvenes y adultos. Y lo peor de todo, han matado personas. (T lo siguen haciendo, cada día es peor).

Los medios tradicionales, que les chupan las medias al gobierno, no muestran nada de esto y solo se centran en los destrozos y en la falta de transporte. Me dan asco.

Sin embargo, en las redes sociales hay unas cuantas páginas de medios alternativos con imágenes que la gente misma les envía, que están ayudando a mantener a la población informada. (Te dejo un par de links al final del mensaje para que corrobores lo que digo. Ojo, algunas imagenes son muy fuertes).

Ahora, justo que no estoy en mi país cuando más me gustaría estar, es que me acordé de una reflexión tuya y quizá sirva para explicarte a vos mismo Hernán por qué en Chile te trataron como te trataron. Y puede que todo lo que te pasó años atrás en Chile haya sido porque en ese tiempo estábamos muy enfermos como sociedad (aún lo estamos). Pero tambien era muy difícil que no lo estuviéramos. ¿Cómo no íbamos a estarlo, si, al igual que en Argentina, nos faltaban tantos y tan buenos? 

Ahora nos siguen faltando y lo peor es que empiezan a ser más. Te pido por favor Hernán que ayudes a hacer visible lo que pasa en Chile. Que toda Argentina y Latinoamérica se entere de que ese país adormecido y frío despertó. Y que despertó de la mano de una generación que, a diferencia de nuestros padres y abuelos, no tiene miedo. Que el miedo esta vez lo tienen ellos. Y que nos temen tanto que, para callar nuestras ollas y cucharas, tienen que usar tanquetas y rifles. 

Un abrazo grande Hernán y desde ya muchas gracias.

Te dejo los links de las páginas de los medios alternativos acá abajo

(Por favor, si llegaras a difundir esto, no des mi nombre. No me interesan esas cosas. Solo quiero que las cosas mejoren y que dejen de cagarse a la gente de mi país).


Ni Mirko ni Natalia quisieron que fueran publicados sus apellidos ni sus fotos. La segunda comunicación de Natalia llegó cuando todo empezaba a calmarse y me encanta usar esas palabras como cierre.

No diré nada más. Estas voces, por ahora, son suficientes.

Carta 3

El lunes intentó ser lunes, se vistió de rutina y salió a la calle. Todos lo acompañamos, caminamos buscando una normalidad que nos parecía que necesitábamos. Con el paso de cada bondi, con el aereosol de las paredes y los marcadores en cada cartel publicitario nos dimos cuenta: podíamos pretender volver a ser normales, pero nunca iguales. 

Ese día, ese lunes, me pego un susto horrible. Estoy volviendo a casa, doblo por la avenida principal de mi barrio, no hay uno, no hay dos ni cinco, son unos veintipico o treinta militares.

Tienen sus armas largas, tienen sus cascos y su tanque estacionado. Trato de caminar más rápido, cierro el puño de miedo. Ese sentimiento tan irracional que te hace sobrevivir, que es tan primario y tan real.

El pueblo chileno no tiene miedo. EFE.

Lo siento en mi cabeza que de repente no sabe hacer otra cosa que obedecer otra orden que la de mirar al piso, sin despegar los ojos de la vereda. Pasan no una, ni dos, son cinco cuadras y estos tipos están en todos lados. Llego a casa casi en un ataque de llanto, que no puedo explicar.   

Pero ayer, Hernán. Ayer doblé la misma esquina y había pueblo. Pibes, viejos, carteles y perros, que festejaban. Que se miraban y sonreían, saltaban, cantaban, gritaban.

Despiertos.

La normalidad es extraña, Hernán. Y hoy, acá, la diferencia es hermosa. 


Escrito por Hernán Casciari