De pronto, flash
Portada de «Las fotos», de Inés Ulanovsky. FUENTE.

Libros y literatura

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¿Cuál es el destino de todas las fotos viejas que nunca más vimos? ¿Dónde fueron a parar los retratos de las personas que ya no están? Tras leer «Las fotos», de Inés Ulanovsky, Eugenia Zicavo vino con algunas respuestas y las comparte en exclusiva en nuestra revista.

Hace poco encontré un pedacito de foto en la vereda. Un rectángulo de 3×2 con la cara de una mujer de pelo oscuro, aros rojos y camisa blanca que mira hacia abajo. Atrás se alcanza a ver una pared amarilla y un barral de madera sin cortina. La foto estaba tirada sobre una tapa de metal a ras del suelo que decía «HIDRANTE» en letras con relieve entre las que crecía algo de musgo. Alcancé mi teléfono, le saqué una foto y la subí a Instagram con la leyenda «Y en el álbum de alguien, una mujer sin cabeza. Resumen de una tristeza». 

Ese papel revelado a color tirado en mitad de la calle me pareció una mutilación, el cadáver cercenado de un degollamiento en la plaza pública. La historia detrás de la evidencia se me armó rápido: imaginé una foto familiar con mucha gente, de la que alguien —su hijo, su hermana, su ex— había arrancado a la señora de un tirón desprolijo, casi desesperado, como un mordisco que no intenta ocultar la rabia (ni una tijera habían usado). Me quedé un rato pensando en la escena en la que alguien, no importa quién, necesita romper una foto. Y también vi en eso un rito de pasaje, de cosa juzgada, un gesto liberador: no la había quemado ni tirado a la basura sino al aire, al vacío. 

De ese pedazo de foto que inmortalicé y dejé tirado me acordé al leer el libro «Las fotos», de Inés Ulanovsky: textos cortos de no-ficción en los que distintas fotografías encontradas disparan historias mínimas (como la que yo imaginé, pero reales y chequeadas). Algunas son de fotógrafos profesionales —incluida su madre y ella misma— y otras de desconocidos. Y cada una te hace parte de un descubrimiento azaroso que encierra una anécdota chiquita, íntima, que te vuelve un poco cómplice y otro tanto voyeurista. Van algunos:

El encontrador de fotos

Katherine Jagodnik Chab almorzaba con su familia cuando vio en el celular un nuevo posteo en Facebook de Negativos encontrados. Se había unido a ese grupo, que rescataba las fotos que otros habían descartado o perdido.

Un retrato antiguo la atrajo especialmente. Una pareja y sus tres hijos miran a cámara y sonríen. Después de observarla durante un rato se dio cuenta. La nena era su abuela Martha y la señora elegante era Victoria, su bisabuela. Katherine les mostró a sus padres y a su abuela la pantalla del celular y ellos la miraron sin entender cómo esa foto había llegado ahí. Cuando Katherine les explicó que pertenecía a un grupo que se ocupaba de rescatar fotos ajenas, entendieron menos.

Todos querían saber quién había tirado y quién había encontrado esa foto, objeto inequívoco del patrimonio de la familia Chab.

Katherine mandó un mensaje haciendo esas preguntas a Negativos encontrados. Jimena Almarza, su administradora, le contestó que las había publicado Mariano Libertella, considerado uno de los mayores «encontradores» de fotos del grupo.

En 2015 Mariano Libertella caminaba por el barrio de Chacarita. En la esquina de Forest y Corrientes vio una montaña de cajas y papeles. Ahí se detuvo a revisar. Él sabe que cuando hay muchos papeles tirados en la calle, es probable que también haya fotos. Lo sabe porque ya le pasó. Incluso desde antes de saber que la fotografía encontrada era un género, él las coleccionaba. Calcula que su acervo está compuesto de más de mil imágenes. 

Dentro de esa montaña de papeles y basura abandonada en el barrio de Chacarita, había fotos. Eran antiguas y eran lindas. Con ellas había una cédula de identidad de un señor llamado Jacob Chab. Mariano se llevó todo y lo digitalizó, pero lo publicó en la página de Facebook tres años después.

Ahí fue cuando Katherine descubrió a su abuela y se contactó con él. Quedaron en encontrarse un domingo a la tarde en el bar «Plaza del sol», ubicado en Floresta. Katherine no fue sola. En esa reunión —a la que todos sus asistentes describieron como «emotiva»— Mariano le devolvió las fotos a la familia Chab.

Ellos, que siempre vivieron en el barrio de Belgrano, no pudieron saber quién tiró esas fotos ni cómo llegaron a esa esquina de Chacarita.


También en 2015, Mariano caminaba por Villa Lugano cuando vio una foto tirada en la calle: un hombre y dos nenes. Ninguno de los tres está mirando lo mismo. Da la sensación de que fue disparada unos segundos antes de que se terminaran de acomodar para la toma. La imagen está deteriorada, rayada e invadida de marcas blancas. 

Mariano la publicó en Negativos encontrados, una chica reconoció a sus protagonistas y les avisó. Los nenes de la foto —ya adultos— eran Aranzazu y Fernán, y el hombre, Daniel, su padre.

La foto la había sacado la madre de los nenes en 1992 cuando festejaban el primer cumpleaños de Fernán y es una de las últimas en las que están juntos. Un año después, Daniel murió en un accidente aéreo.

En 2014, Fernán, Aranzazu y su madre cambiaron de barrio. La empresa encargada de mudarlos desde Villa del Parque a Parque Chas perdió una caja que contenía un portarretrato en el que estaba esa foto.

Mariano citó a Aranzazu y a Fernán en el mismo bar de Floresta y les devolvió la foto.

Aranzazu mandó a enmarcarla de nuevo y la colgó en su habitación.


Terminé de leer «Las fotos», de Inés Ulanovksy, en una sentada, de un tirón, casi como si estuviera espiando un álbum prohibido. No porque sus imágenes sean de alto impacto sino más bien por lo contrario: se parecen a muchas fotos que nos sacaron de chicos, que vimos de nuestros abuelos, publicadas en diarios o en algún que otro museo. Solo que en este caso descubren recuerdos ajenos, y hay algo extraño en ese ejercicio: fijan para nosotros los que vivieron otros. Eso mismo que hacen con los lectores los buenos libros.