Crónica introspectiva
Un hilo sexual
Afortunadamente, cada vez resulta más ridículo tener que «confesar» una orientación sexual. Pocas cosas son tan siglo veinte como etiquetar los deseos, pero ocurre a veces que una «confesión» sexual desata una ola de tabúes y miedos en el entorno de quien abre la boca. Eso le pasó a Flora Alkorta y, aunque su madre le pidió reserva, nosotros le pedimos a Maite Lanata que lo cuente con lujo de detalles, para que no quede nadie sin saberlo.
Voy a contar algo que fue bastante fuerte en mi vida. Sucedió hace un par de meses: cómo se enteró mi madre de mi nueva orientación sexual. Me refiero a la bisexualidad.
Pongo «nueva» porque lo descubrí y asimilé hace poco. Es que seguramente lo fui siempre, pero yo no lo sabía hasta hace muy poco tiempo.
Estábamos al aire en el programa radial que hago. Yo no sabía que mi madre estaba escuchando, ya que ella prefiere escucharme en los otros programas en los que trabajo. Supuestamente este no lo escuchaba.
La cosa es que en un momento, mi compañera cuenta al aire algo íntimo, una experiencia relacionada con su orientación sexual —heterosexual—, y me pregunta: «Y a vos, que sos bisexual, ¿te pasó alguna vez X cosa?». Yo contesté la pregunta y, a los 15 segundos, me entró un WhatsApp de mi mamá que decía: «¡¿Cómo que sos bisexual?!».
Le escribí: «Mamá, estoy al aire. Termino el programa y hablamos». Salí de la radio y la llamé. Ella en su casa, yo caminando rumbo a la mía, por Avenida Corrientes. Me dijo: «¿Por qué Vero dice esas cosas? ¿Son ciertas?». Le iba a decir que estábamos jodiendo, que en la radio decíamos cualquier cosa, pero por alguna razón, no quise mentir. Tomé coraje, y en un ataque de sincericidio, le dije: «Sí, es verdad». Mamá hizo silencio del otro lado y luego me dijo: «¿Pero salís con mujeres, María Florencia?». Sí, me llamó María Florencia y, para ser más picante, soy hija única.
Contesté: «Sí. Salgo con mujeres. Desde hace poco tiempo. Salí con hombres toda la vida, y lo sigo haciendo; pero ahora también salgo con chicas». Ella repitió, alarmada: «¡¿Salís con mujeres?!». «Sí», respondí nuevamente. Tragó saliva y dijo: «Entonces… ¿sos como Sandra Mihanovich?».
Le dije: «Tengo entendido que ella solo sale con chicas, así que esa comparación no es posible». Y agregué: «Y no me parezco a ella, por desgracia, porque Sandra es muy talentosa y dona sus órganos. Yo no soy tan talentosa, y no soy tan buena gente como para donar mis órganos en vida». Eso último era un chiste para descomprimir la tensión, pensando que mi madre se reiría, pero no obtuve reacción alguna de su parte.
—Pero… No entiendo. ¿Con cuántas chicas estuviste?
—Un par…
—¿Y hombres?
—No sé… Qué se yo ¿40? ¿50?
—Ah, OK. Ya se te va a pasar.
Le expliqué que la diferencia numérica tiene que ver con que llevo un poco más de dos décadas con chicos y muy poco tiempo con chicas.
—¿Pero los hombres te gustan?
Le dije que sí. Me contestó:
—Entonces buscáte uno y dejáte de joder.
Le dije que podría ser muy probable que tuviera un novio en breve, pero que también podría darse que sea una novia. Entonces insistió:
—Un novio. Un novio es mejor. No se te ocurra traer una novia a comer a casa.
—Para que una pareja mía coma con vos y con papá, debería ser una relación sólida. Y calculo que vos te enterarías si estoy con alguien y si va en serio como para que esa persona coma con ustedes.
Mi madre me dijo, enérgica:
—No. Si pasara eso, no querría que se entere tu padre. Ni nadie de la familia.
—No te preocupes, tampoco es que mi objetivo en la vida es llevarte alguien a comer.
—¿Y ahora estás con novia?
—No, mamá, estoy sola. De hecho, hasta ahora nunca tuve novia.
—Bueno, hija, es momento de que busques un novio, un hombre es mucho mejor.
Cortamos y unas horas después me llamó y me dijo que estaba angustiada. Que temía por su presión (ella había tenido un ACV por hipertensión en 2016), y que cuando se ponía nerviosa, le daba miedo de que la presión le subiera y eso desembocase en un nuevo ACV.
Me ofrecí a acompañarla a la guardia y me dijo que no, que me quedara tranquila, que se sentía bien. Que se tomó otra pastilla para la presión y que se la va a tomar en un rato a ver cómo la tiene. Ahí cortamos y yo me recontra angustié. Pensaba que le iba a provocar un segundo ACV y me puse a llorar. No sabía qué hacer. Por suerte, unas amigas me esperaban en un bar de San Telmo para comer. Me tomé un taxi lagrimeando y me junté con las chicas, que ya estaban al tanto de todo y me hicieron el aguante, mientras comíamos una picada y tomábamos Camparis. En un momento, borracha y muy acongojada, fui al baño y desde ahí le mandé un WhatsApp a mi madre, en el que me lamentaba «por no ser perfecta».
Le puse que «la cosa era así», que «me disculpara» (sí, me disculpé, un horror). Y también le dije que «no podía ser todo lo que ella y papá habían soñado». Hasta le dije: «Y bueno, habré salido un poco fallada» (sí, un espanto. Pero lo puse así).
En ese momento mi mamá captó mi angustia y me llamó. La atendí, con la voz quebrada. Me dijo que no dijera eso, que era la mejor hija del mundo, que me amaba y se explayó en un mensaje amoroso y edulcorado. Me hizo bien el llamado. Fue mágico. Se me pasó la angustia por completo. Eso sí, me dijo: «Ya fue este tema, no hablemos más». Y yo le dije: «OK». Y así quedaron las cosas.
Después de ese episodio, durante unos diez días, comenzó a llamarme a cada rato preguntándome cómo me sentía. Estaba culposa por haber reaccionado así y se había dado cuenta de que yo me había puesto muy mal. Me invitaba a comer todos los días y hasta me compró unas botas de regalo. Así estuvo un par de semanas, muy pendiente y con mucha culpa.
En esos días, también, me dejaba audios muy lindos, expresando lo orgullosa que estaba de mí, de lo buena persona que era, que me amaba y que siempre estaría a mi lado.
Así quedó mi situación con mi mamá, que no tiene Twitter, y si llegara a saber que conté todo esto ahí, ¡me mataría! Porque me pidió por favor que de «eso» que le conté, «no se enterase nadie». Bueno, lo de «que no se enterase nadie», no me estaría saliendo.