El antojo de hacer páginas tipográficas
Portada de «Desear el naufragio». Sucari & Varsky. ORSAI.

Fragmentos y adelantos

Audio RevistaOrsai.com El antojo de hacer páginas tipográficas

Seguimos goteando las novedades de la nueva revista Orsai número 4. Esta vez, el lujito privado de componer páginas tipográficas con el trazo de Laura Varsky, alrededor de un texto exquisito de Leila Sucari. Miren, y también escuchen a las autoras.

Cuando hacer un medio gráfico es un hobby  (quiero decir, cuando no nos importa demasiado la rentabilidad, y en cambio sí nos importa la calidad del producto) nos podemos dar algunos lujos. Y uno de esos lujos es la búsqueda de páginas tipográficas. Es una obsesión que teníamos desde hace tiempo, y que en este número de Orsai pudimos cumplir.

La composición tipográfica de un texto es divertidísima y muy rara de hacer. Es complicada. Quiero decir que, en vez de pedirle la ilustración de un relato a un fotógrafo, o a un ilustrador, se nos puede antojar pedírselo a una persona que inventa letras, que diseña trazos.

Laura Varsky

La mejor que hay en Argentina haciendo esto se llama Laura Varsky (Buenos Aires, 1976). Ella es diseñadora gráfica y también es ilustradora. Pueden ver en Google sus diseños de discos y de libros. Laura recibió un Grammy Latino por la dirección de arte de Café de los maestros; es decir, está en un nivel altísimo.

Una tarde nos llegó un texto muy profundo y muy íntimo de Leila Sucari, y supimos que era el relato exacto para que Laura Varsky intervenga. El texto se llama «Desear el naufragio» y el mar está presente desde el principio. Así empieza, en la voz de la autora y en los trazos de Varsky:

Leila Sucari

Leila Sucari (Buenos Aires, 1987) tiene una novela buenísima, Adentro tampoco hay luz, se llama, que ganó el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes. La publicó Tusquets, hace un par de años (les dejo el enlace). Leila es editora freelance, dicta talleres de narrativa y esta es su primera colaboración para Orsai. Cuando le sugerimos a Leila ilustraciones tipográficas le encantó la idea.

Y a nosotros, cuando recibimos los primeros bocetos, nos pareció alucinante el modo en que la letra de Laura Varsky parece ondular entre las ideas de Leila.

La propia Laura nos contó, por WhatsApp, cómo quiso integrar su estilo en el texto: «No me preocupé por la letra ni por la morfología. Dejé que los trazos fueran mostrando la fuerza de esas palabras y que eso saliera sin pensar, como me parece que está escrito el texto. Me limité a hacerlo con total franqueza».

Ahora, que estoy redactando esta reseña, me gusta cómo se cruzan las voces de las dos. Porque Leila inicia preguntándose muchas cosas, y Laura parece escuchar y después trazar líneas:

¿Cuál fue la primera vez que escribí? ¿Cuál habrá sido la urgencia de esa primera palabra? ¿Era suave y tierna como un gusano recién nacido o tenía la violencia del ser humano que llega al mundo sin querer? ¿De qué arrecife mental se habrá escapado, de qué me habrá salvado?

Eso lo dice Leila. Y Laura dice: «En el texto de Leila a mí me resultaron muy motivadores los párrafos que hablan sobre la maternidad. Muy pocas mujeres se animan a contar la verdad de lo que nos sucede en ese cambio abismal, con ese choque entre lo que una imagina y lo que luego es».


Les dejo acá la vista global de estas páginas tipográficas que aparecen en la Orsai número cuatro. Me pone muy contento ver este pliego desplegado en la mesa, porque hay una conversación entre tres personas. La autora del texto (Leila), la tipógrafa de las ilustraciones (Laura) y, como siempre, María Monjardín, nuestra jefa de arte, que estuvo en contacto con las dos para componer el diseño final.

Es hermoso dar vuelta estás páginas y saber que atrás solamente hay ganas de hacer una revista hermosa. Para cerrar, un poco más del texto de Leila Sucari:

Tengo 17 años y estoy nadando más allá de la rompiente. Los otros están afuera, puedo verlos aunque no distingo sus caras. No tengo claro qué haré en el futuro y tampoco importa. Dormimos en un cuarto de techo de paja que da al mar. De la puerta cuelgan caracoles pintados con témperas y las sábanas huelen a una deliciosa mezcla de sahumerio y repelente de insectos. Comemos paltas y pescado frito con limón a la mañana, nos emborrachamos todas las noches y nos vamos a la cama chupando una lata de leche condensada. Me acabo de enamorar de alguien que conoce las islas de la zona y abre botellas con la boca. Cogemos en el agua y sobre las piedras. Miramos fascinados el andar mecánico de los cangrejos azules. Bailamos descalzos, casi desnudos, en una playa alumbrada por velas. No me da miedo la muerte. No pienso en enfermedades ni en tragedias. Nadie depende de mí, ni siquiera yo misma. Soy un mamífero habitando el planeta Tierra. Un animal que respira y se mueve de un lado para el otro. No tengo nada que escribir. Podría ser un pez, un pájaro o una de esas larvas que se esconden en las calles de barro. Podría ser la rama de un árbol que se mueve con el viento, o el viento mismo. Da igual: no soy una persona. No pienso, no planifico, no recuerdo. Vivo. No escribo.