Los aromas de la infancia y la nueva revista Bonsai
Una criatura elige una Bonsai. Mockup.

Fragmentos y adelantos

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En 2020 la editorial Orsai vuelve a publicar su mítica revista en papel para niños (la Bonsai) y su director, el señor Casciari, nos cuenta por qué regresa este milagro, desde cuándo se puede leer, cómo se consigue, quiénes participan de esta nueva temporada y remata con dos conversaciones imperdibles con sus hijas.

Hace algunos años, cuando vivíamos en España y nuestros hijos más grandes todavía eran chicos, publicamos una revista infantil que nos gustó muchísimo, muchísimo hacer. La pensamos con enormes autores y dibujantes (es decir, con la misma calidad de la revista Orsai  para adultos) pero para chicos. Le pusimos de nombre Bonsai —porque era una Orsai  más bajita— y disfrutamos un montón diseñándola y escribiéndola con mis amigos Chiri Basilis y Margarita Monjardín.

Yo escribí una cantidad enorme de cuentos para esa revista, y también escribieron como locos Josefina Licitra y Eduardo Abel Giménez. Y los dibujantes que elegimos eran unas bestias: Poly Bernatene, Alberto Montt, Gustavo Sala, Matías Tolsà (por nombrar a algunos), y también estaba Natalia Méndez (experta en literatura infantil) supervisando todo. Y el mejor papel, y una encuadernación cuidada. Un lujo. Un lujo.

Después pasó el tiempo. Nos volvimos a vivir a Argentina. La revista dejó de hacerse por temas de costos. Tuve otra hija, que se llama Pipa, y hace menos de un mes mi hija (que ya está por cumplir tres años) empezó a amagar con dejar los pañales y me acordé de un poema que escribí para la revista Bonsai, que hablaba un poco de la caca.

Entonces fui a buscar las revistas y le leí el poema:

Y después me puse a hojear las viejas revistas Bonsai, una atrás de otra, y me fascinaron. Fue alucinante redescubrir la calidad inmensa de esa revista.

Yo no sé si es porque otra vez tengo una hija chiquita en casa, o si es porque estoy de nuevo en Argentina, pero me dieron unas ganas, ese día, de volver a editar Bonsai. Unas ganas tremendas que al otro día seguían intactas.

Entonces hablé con Margarita y con Chiri, y ellos también estuvieron de acuerdo. Y entre los tres decidimos que en esta nueva época el tamaño de la revista va a ser mucho más grande, y que va a tener más de doscientas páginas, y que va a salir una vez por año. Exactamente —dijimos— la nueva Bonsai  va a salir cada cinco de enero, justo antes de que pasen los Reyes.


Después Chiri y Margarita llamaron a todos los autores, les contaron la idea y todos, todos, de nuevo, dijeron que sí. Que estaban adentro. El mismo equipo de escritores y dibujantes de la primera temporada: ni uno más ni uno menos.

La primera versión de Bonsai, que se pone a la venta hoy, es la reedición de los mejores cuentos e historietas que publicamos hace años, pero en versión remasterizada y en tamaño gigante. Mientras tanto, ya nos pusimos a trabajar en la edición del año que viene.

Si ustedes ya tienen las tres Bonsai  chiquitas que hicimos entre 2013 y 2014 no hace falta que compren esta —a no ser que sean fetichistas, coleccionistas o inadaptados—. Pero si nunca tuvieron una Bonsai  en las manos este es el momento de empezar la colección.

Si tienen hijos, nietos o sobrinos, van a tener la excusa perfecta. Pero si no hay menores en sus vidas, alquilen uno. Hagan algo. No se priven. No dejen de tener la nueva Bonsai en casa, antes de que pasen los Reyes. Y después se la regalan a un chico o a una nena del barrio. Al menor que se les ocurra. Porque posiblemente esta sea la última vez que una criatura tenga la posibilidad de añorar, en el futuro, el olor a la tinta y al papel.


Me acordé de algo, mientras escribía eso del olor a la tinta y al papel. Cuando hacíamos la primera temporada de Bonsai  yo todavía vivía en Barcelona y mi hija Nina, que ya tiene quince, era todavía chica y me ayudó mucho a escribir los cuentos de la Bonsai. Una tarde ella empezó a contarme recuerdos de cuando era más chica y, no sé por qué, terminó hablando de los olores de su infancia.

Tuve los reflejos de grabarla sin que ella se diera cuenta, y gracias a eso tengo la conversación completa. El sonido es malo, pero se los dejo acá (también transcrito) para que lo escuchen o lo lean, mientras reservan la nueva temporada de Bonsai.


—¿Pero no te gusta recordar? A todo el mundo le gusta recordar, pá.

—¿Qué cosa?

—La infancia.

—¿Vos qué te acordás de tu infancia?

—Yo pensaba que la gente era una… Le tocaba una cosa ‘a ruleta’.

—Le tocaba ¿qué cosa?

—Yo estaba en el tobogán de la rectoría, a punto de tirarme, y eso es lo que pensaba: «A mí me tocó ser niña, y lo voy a ser toda la vida. Pero por ejemplo a mamá y a papá les tocó ser adultos y lo fueron toda la vida».

—¡Ah!

—Yo pensaba esto.

—Que lo que te tocaba en la ruleta era para siempre.

—Que si eras adulto, nunca fuiste niño; y si sos niño, nunca vas a ser adulto. Que te tocaba una cosa y te tenías que conformar.

—Sí, sí, sí.

—Algo te toca.

—¿Y eso te pasaba más o menos a los tres años?

—Sí, tres años… Cuando ya podía pensar bien.

—Yo una vez, más o menos a esa edad, fui a cagar al baño. Y en el baño estaba siempre el diario, el periódico que compraba mi familia, ¿no? Y yo veía que Roberto, cuando iba a cagar, leía el diario. Entonces yo, cuando iba a cagar al baño, abría el diario y miraba fijamente las letras sin entenderlas. Me acuerdo de mirar fijamente una letra jota, que era como un anzuelo de pescar con un puntito arriba, para mí. Y yo decía: «Yo creo que los grandes me están mintiendo y no existe ‘saber leer’. Para mí que los grandes tienen un juego en donde fingen que saben entender todos estos dibujitos. Y que cuando sos grande y vas a la escuela, la maestra te enseña a hacerle ese mismo chiste a tus hijos. Y que leer no existe».

—Yo pensaba que los perros eran Ovnis. Porque, ¿sabés que siempre un perro cuando te conoce te huele?

—Sí.

—¿Sí? Yo pensaba que te olían como para saber si eras de su Tierra… Es que es difícil de contar.

—Bueno, eso es lo que tiene los recuerdos. Cuando sos muy chiquito, tus ojos están muy abajo.

—Y, sí.

—Entonces le das mucha más importancia a las cosas que están abajo: al ultimo cajón, a los pies de las personas. Yo me acuerdo de mi bisabuela, que se murió cuando yo tenía dos años. Me acuerdo de ella, más que de la cara, de los pies. Que tenía unos zapatos, y como era muy vieja…

—¿Pantuflas?

—Claro. Y como era muy vieja (a la gente vieja se le hinchan los pies) tenía la parte de afuera de los zapatos muy hinchada. Y yo lo miraba y me parecía que era una empanada.

—Pfff…

—Cuando sos muy chiquito, tu cabeza mira más para abajo que para arriba. Formas de pies, último cajón, las cosas que hay… Y a mí me encantaba oler. Muchos olores te acordás cuando sos chiquito.

—Como cuando yo huelo la mamadera que está en el tercer cajón de la mesita de luz de mamá.

—¿Qué te pasa?

—Me vienen mil cosas a la cabeza.

—¿Qué te viene?

—Como olor de… A ese olor siempre lo voy a recordar como el olor de la felicidad.

—¿Pero por qué?

—De los recuerdos del pasado.

—¿Te acordás cosas puntuales, o te acordás sensaciones?

—Sensaciones. Como que volviese sin los ojos. Como que cuando huelo, me voy. Me voy a esa época pero sin los ojos. No oigo nada, no veo nada. Solo siento que estoy en esa época.

—Te pasa solamente con tu mamadera…

—Es algo. De eso estoy segura. Y es algo de cuando era muy, extremadamente chiquita: un año, dos años como mucho.

—A mí me pasó una vez una cosa así, parecida. Yo estaba en un mercadillo, en México o en Perú. Y en un momento siento un olor que me llevó como de los pelos a la súper infancia… Y descubrí lo que era: había, en uno de los puestos del mercadillo, unos hippies que vendían artesanías. Y entre esas artesanías que vendían había unas velas chiquitas, como de centro de mesa, que me hizo acordar a una vez que mi papá me regaló un barquito a vapor que andaba solo. Y para que anduviera solo, adentro del barquito, en la parte de atrás, se ponía una vela. Esa vela tiraba un humo que funcionaba como vapor y el barco se desplazaba. ¿Sabés dónde lo usaba yo?

—En la… No sé.

—En la bañadera, antes de irme a bañar. ¿Y sabés por qué fue el recuerdo? Porque en ese puesto del mercadillo también vendían jabones. La mezcla del jabón y la vela prendida yo nunca más la había sentido. Y volvió un día en Perú… ¡Tuc! El cerebro es como que está preparado. Tiene todos los recuerdos, todas las cosas, pero las tiene en cajones, como…

—…en cajones con llave, que se tiró la llave y por alguna casualidad alguien mete un alambre y lo abre…

—Claro. El recuerdo es ese alambre, esa ganzúa que te abre…

—…que te abre el recuerdo.

—Y ¡tuc! Volvés a ese lugar. Y a veces te cuesta mucho reconocer cómo se abrió esa puerta.

—Ah, ¿y te acordás cuando desviamos el GPS y nos metimos en un gallinero?

—¿Eso dónde fue?

—En Italia.

—En Italia, claro.

—Después de salir de ese restaurante.

—¿Dónde era eso?

—Era en Ferrara, la tercera noche, que era la penúltima, que fue donde probaste el salame que dijiste que era «el salame de Mercedes».

—¡Ah, es verdad! Era recontra mercedino ese salame. Era impresionante ese salame… ¿Y por qué hablábamos de eso?

—Del poema de ese señor. ¿Fernando Pessoa? No, no me acuerdo.

—No. No era de Pessoa. Era un poema de Borges.

—Que decía ‘por última vez el camino’ o algo así. Recorrer un camino sin saber que era la última…

—«De estas calles que ahondan el poniente una habrá, no sé cuál, que he recorrido ya por última vez…» ¿Y vos te acordás lo que te conté ahí?

—Me contaste que, cuando Roberto vino por última vez, si vos hubieses sabido que era la última vez que lo ibas a ver, le habrías dado un abrazo más fuerte…

—Claro. ¿Y te acordás por qué empezó esa conversación?

—Nop.

—Porque era la época en donde a vos te costaba mucho dormir sola, y en un momento te pregunté por qué siempre, antes de irte a dormir en tu cama, siempre querías tener la última palabra: «Los quiero mucho, los quiero mucho, los quiero mucho».

—Aún lo hago.

—Sí.

—Lo digo mucho porque nunca se sabe… Hay gente que muere por cosas muy raras. Y lo digo porque lo último que les quiero decir es «te quiero».

—Y por eso empezamos a hablar del poema de Borges.

—A vos, cuando olés esas cosas, ¿te hacen feliz? Como cuando oliste la velita y el jabón.

—Muchísimo.

—Si yo ahora por ejemplo huelo una cuna, o algo así, ¿no me vendría el recuerdo? ¿No sería como una manera de hacerte feliz? ¿No se pueden convocar los olores, no los puedes hacer vos para sentirte bien?

—Claro que sí.

—Cuando yo me siento muy triste porque pasó algo muy muy triste, como cuando se fue ese compañero que estaba con nosotros desde hacía siete años (lo conocíamos de toda la vida), yo siempre abro el tercer cajón de mamá y ahí siempre, nunca se va, la mamadera. Con oler ese olor a goma ya me vale para que me suba el día.

—Qué loco… O sea que vos tenés como un lugar donde hay un olor que sabés…

—Al que puedo recurrir… Pero lo extraño es que, por ejemplo, hace un par de años lo olía y me venían muchos. Ahora ya casi no se nota el olor…

—¿Sabés qué tenés que hacer? Cada tanto ponele leche tibia y tomatelá, y después guardala de vuelta. Eso necesita algo tibio para que vuelva a tener olor a mamadera… Y está bueno que tengas siempre un recuerdo. Imaginate cuando seas grande, y quieras volver rápidamente a un sentimiento de protección, de felicidad…

—Esto me va a ir muy bien cuando me rompan el corazón muchos chicos…

—¡Claro! Para eso digo, para eso. Qué bueno.

—Sí.

La nueva revista Bonsai se consigue desde hoy mismo en este enlace y se envía a todo el mundo.

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