La estirpe de los blandos violentos
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Juan Sklar nos escribe de nuevo. Su regreso a la radio lo cachetea y le hace sentir un poco de rigor. «Este laburo es así; junto con los mensajes de gente que te quiere siempre vienen algunas puteadas», advierte.

Querido Hernán: este mes volví a la radio. Estoy contento con el laburo hasta ahora, pero me había olvidado de que, casi sin importar lo que hagas, siempre hay alguien que te putea.

Putean a Messi que es el mejor de la historia en una actividad mensurable y competitiva, mirá si no me van a putear a mí, que hago radio con una voz irritante y salgo diciendo cosas como que la sirenita es una chica que quería tener piernas para coger, que Argentina es la Trenque Lauquen del mundo y que Rayuela  es una mierda.

Parece que este laburo es así y que junto con los mensajes de gente que te quiere siempre vienen algunas puteadas.

El insulto pelado me suele dar gracia. Si intuyo mala leche, no  le doy bola. Pero cada tanto aparece algo que por alguna razón pasa mis barreras y me jode en serio.

Durante mucho tiempo pensé que esas fallas en mis defensas tenían que ver con ser joven. Que con el tiempo iba a hacer costra y los comentarios negativos, todos, me iban a chupar un huevo.

Hace un tiempo conocí a una persona muy exitosa de los medios, que hizo mucha guita y que dejó una huella en la manera de hacer radio y tele en nuestro país. Estaba seguro de que iba a encontrarme con alguien hecho, relajado, más allá de todo. Alguien que trabajaba más por hobby, o por vicio.

Sin embargo, conocí a una persona hipersensible a la opinión de los desconocidos, preocupadísimo por lo que el público podía decir de él en redes sociales. Cuando otras figuras de su tamaño lo atacaban, le resbalaba por completo. Incluso eso lo alimentaba. Pero el insulto que venía del llano, de la gente, le jodía de verdad. Le contestaba a cada uno que lo bardeaba, se la pasaba bloqueando gente en Twitter o directamente los verdugueaba al aire.

No me imaginaba que alguien con una pose tan irónica se tomara tan en serio los ataques del público. No creía que él también era de esas personas que lanzan al mundo más violencia de la que pueden tolerar.

Aún cuando nuestro vínculo terminó mal, no le tengo bronca. Incluso me da algo de pena que el público y el ambiente le peguen día y noche. Sigue siendo alguien que me dio una oportunidad y que hizo cosas que de chico consumí con admiración. Algo de ese afecto unilateral todavía persiste.


Conozco bien la estirpe de los blandos violentos porque pertenezco a ella. Mi mamá es una de las personas más sensibles y agresivas que conozco. Y yo no nací de un repollo.

Hace unos años volví de visita a mi colegio primario. Una maestra me dijo: «Eras un nene muy irónico». En ese momento lo tomé como un halago, una especie de celebración del humor ácido que despedía sobre los demás.

Solo hoy puedo empezar a conectar esa agresividad con el día en que todos mis compañeros varones se pusieron de acuerdo para faltar sin avisarme. Recién ahora empiezo a ver con más claridad que ese vacío y esa soledad eran la consecuencia lógica de ser un nene irónico.

Años más tarde, esos recuerdos se transformaron en una escena de El hombre de tu vida, la serie de Campanella con Francella, Brandoni y Mercedes Morán. Yo participé del equipo de guionistas en un episodio. En ese momento utilizar mis recuerdos lo viví como una especie de venganza o de transmutación. No terminaba de aceptar mi propia responsabilidad en la violencia que había vuelto hacia mí.

Ojo: yo no creo que todo vuelva. De hecho, me parece una idea indiscutiblemente falsa. El mundo está lleno de hijos de puta que la pasan bien y gente buena que desayuna tostadas con mierda. No hay justicia ni hay equilibrio cósmico.

Pero a veces sí. A veces sos un magnate de los medios que descansa a todos y un día te levantás viejo y desactualizado, carne de memes de la nueva generación. A veces llegás al colegio y estás solo porque tus compañeros se inflaron los huevos de vos.

La agresividad del mundo puede ser un coletazo sin sentido. También puede ser el precio de sacar tus ideas afuera, de convivir con primates desarrollados que disfrutan de la violencia.

Pero a veces (solo a veces) es un aviso, una cachetada del universo que trata de decirte: «Ojo, nene, estoy empezando a cansarme de vos».

Te mando un abrazo,
Juan