Crónica introspectiva
Las cartas de Thelma y Louise, primera parte
La periodista Ángeles Alemandi y nuestra editora Josefina Licitra mantuvieron un largo intercambio de mails. Buscaban un tema para una posible crónica narrativa pero, gradualmente, la exploración fue virando hacia un extremo inesperado. El que sigue es el primero de cuatro textos que nos permiten ser testigos de la íntima construcción de un relato al mismo tiempo que nos revelan un registro de lo cotidiano escrito con todo el cuerpo.
De: Ángeles Alemandi
Para: Josefina Licitra
Josefina: te escribo de parte de Ana Prieto. No sé si este mail es un sumario o un manotazo de ahogado. Ayer dejé la ciudad de Buenos Aires para mudarme a un pueblito de La Pampa y mientras desarmo bolsos y vomito de los nervios y agarro al nene para que no meta la mano en el agua del inodoro, me pregunto qué hago acá. Cómo es que la maternidad me ha convertido en alguien que nunca imaginé ser.
Mi propuesta sería escribir sobre eso: sobre cómo la llegada de un hijo te vuelve otra. Alguna vez solo soñé con ser periodista, pero era recepcionista en un centro de salud. Vestía un uniforme azul y llevaba un pin que decía «la excelencia depende de mí». Hacía entrevistas telefónicas encerrada en el baño de la oficina. Escribía un párrafo de una crónica cuando los pacientes me daban cinco minutos de paz. Salía a la calle a buscar mis fuentes los fines de semana. En el medio de todo eso imprimí el «Renuncio» de Casciari y lo puse en un folio que colgué en mi box. Un día yo también diría basta.
Después de cinco años lo logré: dejé ese trabajo por uno que al fin me conectaba con lo que más quería. Entonces llegó lo otro: quedé embarazada. «Quedé», como quien no quiere la cosa. Mientras la panza crecía yo pensaba que todo sería un trámite, que tres meses de licencia de maternidad bastarían y sobrarían para rehacer mi ego. Pero no. Mi hijo en brazos hizo que mi mundo implotara. Y de un modo imprevisto elegí lo que tanto le recriminé a mi madre: quedarme en casa a criarlo. Aunque lo hice con resguardos: abrí un blog, estaqueteparió.com, porque necesitaba un espacio de sincericidio. Así la fui llevando unos meses. Hasta que me decidí a volver al trabajo y anoté a mi hijo en un jardín maternal, y entonces recibí el mazazo de que Cristian, mi algúndíamarido, había sido trasladado por trabajo a General San Martín, un pueblo de menos de cuatro mil habitantes que todavía no sé si es el paraíso o Dogville.
Fuimos para allá. Desde ahí (acá) te escribo.
Te paso el link al primer post de mi blog, a modo de carta de presentación y porque hay un poco de todos los condimentos desde los que vivo la maternidad. Es mi espacio de catarsis, de reconciliación.
Contame qué opinas.
Te mando un beso,
Ángeles.
De: Josefina Licitra
Para: Ángeles Alemandi
Ángeles querida, cómo estás. Te pido disculpas por el atraso.
Finalmente hoy leí tu post en el blog y me gustó mucho. Dejáme que lo hable con los chicos, más que nada para ver si ellos también se enganchan y —por cruel que suene— «a propósito de qué» podríamos poner la historia. Porque el tema «maternidad» está muy trabajado, incluso en su versión áspera y honesta, como es tu caso.
Quizá la historia sea «me fui a vivir a un pueblito». Ahí podría estar la punta de algo. ¿Tu nueva vida te depara —valga la redundancia— novedades? ¿Hay algo que te sorprenda de vivir ahí? Me gusta esto de «no sé si es el paraíso o Dogville». Creo que ahí, cuando leí eso, me empezó a gustar más la historia.
Si podés contame un poco más sobre ese micromundo.
Beso grande, la seguimos.
Jose.
De: Ángeles Alemandi
Para: Josefina Licitra
Josefina:
El día que se supo lo de Tribilín, ese maternal de San Isidro donde unas locas de atar maltrataban a los niños, yo llevaba a mi nene al jardincito por primera vez. Quedé paralizada. Había anotado a mi hijo tres horas por la mañana. Iban a ser tres horas para mí después de diez meses de encierro, pero ahí estaban los diarios recordando que no todo era tan fácil.
No supe qué hacer. El jardín no era el mejor lugar. Y la calle tampoco era una opción. El niño no crecería como yo saltando cunetas, trepando árboles y andando en bicicleta a la siesta en una ciudad del interior. Lo lamentaba. Escribí un post recordando mi infancia, la vez en la que volvía de un taller de pintura con mi amiga Luci y no nos animamos a cruzar la vía porque vimos dos desconocidos y nos dio terror que nos secuestraran para robarnos los órganos. La inseguridad era eso: una sensación, un miedo de pibita mirando mucho noticiero.
A la semana de ese descargo en la web, de esa añoranza por lo que no podría darle al nene, me enteré de la mudanza. Cristian viajaba cada vez más al pueblo pampeano, y eso terminó en un traslado definitivo. La noticia fue un cachetazo. ¿Vos lo pedís? Vos lo tenés. ¿Y si no lo pedís?
Yo amaba esa vida en Buenos Aires, con todo lo que me daba y lo que me quitaba.
Al mes y medio llegamos a General San Martín. Somos los nuevos. No hay forma de disimularlo. Todos sienten la confianza para preguntarte cómo te trata la vida ahora. Tengo, obvio, la vecina que te presta el aparato de los mosquitos, la que te avisa qué ventanas están rotas y la que calcula los arreglos que hacés en la casa por los movimientos que ve. Vivo frente a la plaza. En Buenos Aires los chicos hacían cola para subir a las hamacas, pero acá voy con el chango y estamos rodeados de hormigas y bichos bolita. Se vive en un estado de siesta permanente. Desesperante. Desde la ventana del living veo la Iglesia. La Iglesia a la que nunca entré aunque mi padre dice que pase a agradecer.
Acá los pampeanos te dan una indicación y te dibujan un mapa porque los lugares no se marcan con direcciones sino con referencias: en frente de, a la vuelta de. Hace un frío que no imaginaba y el viento ya me cortó el cable del teléfono. Llegué con mi computadora y la vida de periodista independiente hace que el mundo no se me caiga a pedazos.
Lo que no sé es cómo se sostienen los sueños acá. A veces me despierto y me desorienta no encontrar las cortinas del departamento de Buenos Aires. Por momentos estoy convencida de que elegí bien al seguirlo al padre del pibito, y me digo «adelante» mientras unto tostadas con la mermelada de la calidad de vida del interior. Pero de a ratos lloro.
Le tengo terror a esta calma.
De: Josefina Licitra
Para: Ángeles Alemandi
Ángeles querida, te pido tres mil millones de disculpas por este atraso en la respuesta. No entiendo por qué vivo en este caos ridículo.
Me gusta lo que contás. Ayuda a desmitificar un poco esto de que «acá estamos todos locos y mejor irse a vivir a un pueblito». Creo que, en la ciudad —y lo pienso mientras me leo a mí misma—, la tranquilidad está sobrevaluada: todos queremos tranquilidad, pero después nos llevan a un pueblo y no hacemos otra cosa que prenderle velas a internet.
En cualquier caso, te cuento. Puse al tanto a Chiri de todo nuestro intercambio. Decir que «lo puse al tanto» es en realidad una frase austera: le conté todo. Lo primero que me escribiste, lo que yo te contesté, lo que me respondiste… No es que se lo conté oralmente: le mandé una versión acortada de nuestra charla online. Y le conté algo que no te dije: estuve buscando tu pueblito en Google. Me puse a buscar algún asesinato, o lo que fuere: algo interesante que pudiéramos encargarte. Pero las fotos que encontré son de una desolación importante.
Ahí fue que le mandé a Chiri nuestro intercambio, y que él quedó encantado con este diálogo epistolar. Su lectura fue: «Este es un hermoso diálogo-de-editora-que-quiere-encontrar-un-tema-para-su-autora-que-para-colmo-se-fue-a-vivir-a-un-pueblito».
Por supuesto, todo esto funciona porque los dos leímos tu blog. Y nos encantó. Escribís muy bien. Después dicen que los blogs no sirven para nada.
Lo que entonces te sugiero hacer —y te va a sonar raro— es trabajar esto en clave epistolar. Escribámonos. Sin pretensión de que «se note» la literatura. Escribámonos como nos vinimos escribiendo hasta ahora. Y escribámonos, por supuesto, con una excusa muy periodística: buscar un tema para que escribas.
Buscando un tema, de hecho, Chiri encontró algo. Es maravilloso. Te copio el primer párrafo, como para entrar en autos:
«Regresó de la localidad de General San Martín, provincia de La Pampa, el investigador Pablo Cano, con el objetivo más que cumplido de profundizar sobre el caso de Raúl Dorado, el chacarero que estuvo frente a un OVNI y le sustrajo su teléfono celular, como así también tomar contacto con los casos de mutilación de ganado del 2002 y del presente año».
Visión Ovni (medio digital)
Oh, Ángeles, me encantaría que investigues si es cierto que a Raúl Dorado, que será vecino tuyo, un ovni le robó el movicóm. Fijate qué podés encontrar, y no me mandes una historia final —no es eso lo que queremos— sino los partes diarios o semanales con lo que vayas encontrando, con vistas a evaluar si hay o no tema (aun cuando ambas sabemos que «el tema» es el intercambio —hola McLuhan). En esos partes, contame también qué es de tu vida. Contame cómo esa búsqueda se ensambla con tus días en General San Martín. Habláme de todo lo que me quieras hablar, siempre que en el medio me metas un ovni.
De: Ángeles Alemandi
Para: Josefina Licitra
Josefina:
Hoy mientras almorzábamos Cristian me dijo: «Vos tenés ganas de salir corriendo, ¿no?». Tragué los fideos como pude. A la mañana había subido a la fanpage del blog una imagen de Thelma y Louise en su auto celeste. Escribí:
«Necesito una vuelta a la manzana. Busco a mi Louise».
Él nunca vio esa foto. No necesitaba verla. Ahora leo tu mail de pie, en el celular, mientras voy con mi hijo a upa, lo leo mientras manoteo el pañal, lo leo y le limpio el culo al nene y se me caen los lagrimones porque no puedo creer lo del chacarero, lo del movicom, lo del ovni… porque me doy cuenta de que sos la Louise que estaba buscando.
Quiero hacer esa historia.