¿Quién se hará cargo del hospital de fans?
Portadas de Loorie Moore. Collage.

Libros y literatura

Audio RevistaOrsai.com ¿Quién se hará cargo del hospital de fans?

Literatura que trasciende las fronteras del fanatismo, lectores y autores que se reúnen para celebrar el placer de la lectura y una visita internacional que revolucionó el avispero. De eso nos habla Luz Vítolo en esta crónica sobre la presencia de Lorrie Moore al Filba 2019.

El año pasado Richard Ford le contó a Lorrie Moore que era muy leída en Argentina, pero ella no quiso creerle. Quizás su paso por el 11° Festival Internacional de Buenos Aires la haya convencido de lo contrario, dado que su itinerario real y virtual fue seguido de cerca por sus lectores locales como una peregrinación.

En la primera actividad del sábado en el Malba todos parecen conocerse entre sí. Los besos cruzados en la cola y los saludos en el auditorio a cuatro filas de distancia hacen sospechar que todos pasaron por los mismos tres talleres literarios en algún momento de sus vidas.

Hay dos tipos de Lorrie-fans: los que la leen en idioma original —y lo dejan deslizar en la conversación— y los que la conocen traducida. Estos últimos deben entregar sus documentos de identidad a cambio de auriculares desde donde saldrá la traducción simultánea.

Fans de Lorrie Moore. LA NACIÓN.

Los primeros aprovechan la demora para pasar por el sición de Moore, los fans angloparlantes comienzan a cuchichear y moverse en el asiento incómodos. La voz de la intérprete desde la cabina, sumada al volumen insalubre de los auriculares, se oye más alto que la voz de audiolibro de la escritora. Traspasar la traducción para escuchar el inglés de Lorrie Moore requiere concentración de jedi. Una tos corta de la autora genera la oportunidad para que los fans de adelante hagan justicia: le piden a Moore que hable más alto y se imponga sobre su intérprete (en vez de pedirle al Filba que suba el volumen o a los de los auriculares que se cuiden los oídos). La estirada resolución del problema da cuenta de la intención velada de los fans: intercambiar algunas palabras con su ídola, incluso si son de orden técnico.

Bajo el título «¿Qué es una novela?», Moore lee una clase que no pretende ni por medio segundo responder a la pregunta. Se nota que el texto fue tuneado especialmente para el público argentino porque entre las referencias de siempre (Ishiguro, Cheever y Ginzburg), habla de Borges y Cortázar, menciona a Puig y a Schweblin, y hace un chiste de Bolaño («vivirás para siempre si tenés un gran traductor»). Lorrie Moore logra lo que, según ella, deben hacer los escritores en sus textos: cautivar o morir («mesmerize or die»). Moore no muere ni se desangra sino que hace reír y fascina con su humor dilatado. Cada vez que pausa su lectura y se sale de guión, hace reír. Tiene al auditorio comiendo de su mano y lo sabe; es tan temprano que la mayoría fue sin desayunar.

En la sección preguntas, los fans se sacan los ojos para acaparar el micrófono. A pesar del pedido por parte de la organización del festival de ser breve, que en realidad es un pedido de limitar la autorreferencia —#límite, después de todo, es el tema que eligió el Filba para su edición 2019—, los fans despliegan sus carteles. Moore busca a sus interlocutores en la masa, si no los encuentra rápidamente, ellos sacuden las manos. Los primeros compiten entre sí: «Hola, Lorrie, quería decirte que soy tu mayor fan», dice uno; «Le quiero decir a la persona que preguntó antes que yo soy más fan que ella», le contesta otro con voz temblorosa a punto de quebrarse. Desde la segunda fila, una chica afirma haber leído toda su obra en inglés, de hecho, pregunta en ambos idiomas. No quiere que ni la intérprete se interponga entre ambas. Otra la ofende («¿Por qué el principio de tu novela no fluye?»), uno la descoloca («¿Qué opinión te merece el suicidio?»), otra la hace reír con su analogía sobre la novela como una pileta sin agua. Lorrie Moore es impermeable a los elogios. No sonríe ni se pone colorada. Recibe las preguntas con perplejidad y las tuerce para hablar de algo interesante, incluso si no tiene nada que ver con lo que le preguntaron. El micrófono abierto es una lotería.

Fila en las puertas del Cervantes para ver a Lorrie Moore. LA NACIÓN.

Para la firma de libros del final, el Filba vuelve a marcar el #límite y pide que no ocupen demasiado a la autora (con historias de fanatismo y de cómo su literatura les cambió la vida). En la fila, los fans compiten en silencio para ver quién tiene la edición más vieja o el precio más bajo escrito en lápiz en la primera página. Los fans más caraduras suben con anotadores y le juran a Lorrie Moore que en su casa tienen todos sus libros. Para tranquilidad del Filba nadie le pide que le firme el pecho. Alguno logra robar una selfie y otro le regala la 10 con la esperanza de que ella la use para dormir —faltó la fan con el pañuelo verde—. El peor fan es el que se olvidó, o no quiso, apagar el celular. El mejor, el protagonista de un documental que registra la visita de la escritora al país desde su punto de vista y a quien ella saluda especialmente desde el escenario.

Los fans de la tarde —que se ganaron la entrada a fuerza de llegar temprano— asisten a la lectura que hace Moore de extractos de su novela ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? (1994), recientemente reeditada por Eterna Cadencia. Sin embargo, ellos no tienen los privilegios de los de la mañana: no pueden declamar sus loas ni llevarse el autógrafo. Incluso, pobres, falla la traducción del power point proyectado y tienen que quedarse solo con la voz que se alarga hacia el final de las oraciones.

Quizás debería haberse permitido una única pregunta (demagoga pero necesaria, a modo de mimo), del tipo que uno le haría a una estrella de rock: ¿Qué opinión te merecen los lectores argentinos? Entonces, Moore hubiera podido despacharse con elogios que son puntadas y frases con doble sentido.

Es época de huracanes y el paso de Lorrie hizo estragos. Con una novela todavía en proceso —lejos de ser publicada y más aún de ser traducida— no hay consuelo para los fans con el corazón roto por no haber podido hablarle, ni para los que quedaron en estado de gracia, al borde del desmayo.