La ramita junto al pan
Enríquez, Gainza, Almada y Guerriero. Collage.

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Con enorme alegría recibimos esta semana los múltiples premios internacionales a escritoras argentinas que, en su gran mayoría, suelen publicar en la revista. Para celebrar, le pedimos una reseña a nuestro editor Martín Felipe Castagnet y republicamos cuentos y crónicas de Mariana Enríquez, Selva Almada y Leila Guerriero que aparecieron en las páginas de Orsai.

Como hojas de un mismo trébol, en un mismo día Mariana Enríquez ganó el premio Herralde por un novela inédita, Selva Almada el First Book Award de Edimburgo por la traducción al inglés de El viento que arrasa y María Gainza el Sor Juana Inés de la Cruz por La luz negra

Por una vez, los resultados de los premios concuerdan con la verdad de la producción: que hoy en Argentina les mejores autores son todas mujeres, y que sus libros son tan buenos que ya dejaron hace rato las fronteras de nuestro país. 

Al día siguiente se sumó Leila Guerriero con el Premio Manuel Vázquez Montalbán, y en el último mes Luisa Valenzuela ganó el Premio Internacional Carlos Fuentes y María Moreno el Premio Manuel Rojas (tres premios con nombre de varón… ¿qué nombres tendrán los premios del futuro?). En abril Claudia Piñeiro ya había ganado el Metropolis Bleu, y en los últimos años Samanta Schweblin fue finalista en dos ocasiones del premio Booker Internacional por sus dos libros traducidos al inglés, al igual que Ariana Harwicz en el 2018.

Es un esfuerzo muy grande llegar hasta la posibilidad de ser candidato. Además del trabajo de amor perdido que suele ser la escritura, el sistema de premios suele obligar también a estar siempre disponibles para una entrevista o un festival. En el caso de los premios extranjeros, ya es arduo llegar a la instancia de publicación que lo posibilita; por mencionar el ejemplo más emblemático, en Estados Unidos solo son traducciones el 3 por ciento de lo que se publica, lo que se denomina el «embudo». En algunos casos, incluso hay que pagarles a las fundaciones que entregan los premios para poder ser considerados (un esfuerzo asumido por las editoriales). Y todo eso esperando que el proceso sea transparente, lo que no siempre ocurre. Los autores se empeñan igual con sus manuscritos y sus libros. Incluso cuando nadie sepa exactamente qué es lo que se juzga con un premio: en ocasiones una obra; en otras, una carrera; a veces una coyuntura, y a quien fue lo suficientemente rápido como para embotellarla. 

Por eso los que escriben únicamente para ganar premios no suelen ganarlos. El peruano César Vallejo decía con graciosa humillación: «Quiero laurearme, pero me encebollo». Si estas autoras ganaron estos premios es porque escribieron con rabia, con autoridad, con una voz que no se repitiera con los inquilinos de los cementerios. 

En Orsai  estamos contentos porque publicamos relatos inéditos de varias de las premiadas: La casa de Adela de Mariana Enríquez, que luego apareció en Las cosas que perdimos en el fuego; Reconstrucción de la escena del crimen de Selva Almada; y La inspiración transpirada de Leila Guerriero.

Los lectores de la revista contribuyeron, con su confianza a ciegas en cada número, en pagarles el pan para que pudieran escribir. Hoy, junto al pan, espera la ramita de laurel.

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