Promesas cumplidas (acerca de Star Wars)
Una escena de Star Wars. IMDB.

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Hay mucha gente hablando sobre el episodio final de Star Wars. Entre ellos, nuestro especialista Martín Felipe Castagnet, que nos cuenta todo sobre el episodio final. Si no quieren adelantos pasen del texto y háganle clic al audio, que es una zona libre de spoiler. Los que nunca vieron esas películas pasen de largo de todo, porque es chino básico.

Cuando era chico y vi por primera vez Star Wars, mi papá me prometió que habría una trilogía antes y otra después. A mí me pareció una promesa tan titánica como ridícula. Pasaron treinta años, pero cumplió. Por primera vez desde que leímos ese texto que sabemos de memoria («Hace mucho tiempo…»), Star Wars realmente transcurre en el pasado. Todavía está caliente la marquesina del cine con el reciente estreno, pero para aquel que ya la vio se puso el sol binario sobre el horizonte. Se terminó el viaje, amigos: ahora solo queda mirarlo por el espejo retrovisor de nuestra nave espacial.

Dos mil diecinueve fue un año de desenlaces para muchos colosos de la industria del entretenimiento, como pasó con Avengers  y Game of Thrones. Los anglófonos tienen un término para el esfuerzo que significa cerrar una saga de estas características: stick the landing, que podríamos traducir como «aterrizar con elegancia». The Rise of Skywalker  tenía el difícil privilegio de cerrar no una trilogía sino tres, un peso emocional que le otorga densidad y a la vez la acerca al suelo.

En este último capítulo el Emperador regresó y Kylo Ren ve en peligro la libertad que había conseguido; Finn y Poe pilotean el Halcón Milenario en busca de secretos para la Resistencia, mientras que Rey es entrenada por la Generala Leia. Los nombres conocidos se multiplican hasta abarcar casi la totalidad de la saga. Es curioso: en el festival de regresos de personajes e incluso actores muertos de esta película, el gran ausente es Darth Vader. Solo tenemos su máscara, parcialmente incinerada, pero que tras dos películas ya no tiene la misma presencia calavérica que antes. «¡Los muertos hablan!», comienza el texto de apertura, pero la voz de Vader nunca se despega del coro y su sombra se proyecta más sobre los espectadores que sobre los personajes.

El balance entre lo nuevo y lo viejo es el conflicto que recorre los meandros de la película, no solo a nivel trama sino sobre todo a nivel producción. En vez de continuar sobre lo construido en el Episodio VIII, dirigido por Rian Johnson, el Episodio IX es una secuela prácticamente directa del VII, ambos a cargo de J. J. Abrams. The Last Jedi  fue la prueba de que una película corporativa también puede ser iconoclasta; The Rise of Skywalker demuestra que la falta de respeto se neutraliza desde adentro del sistema.

La novedad más importante que ofrecía Episodio VIII se puede resumir de la siguiente manera: los Jedi son parte del problema y no de la solución; y si no hace falta ser Jedi ni tener sangre Jedi, entonces la Fuerza es para cualquiera. «Dejá morir al pasado. Matalo, si necesitás», le aconsejaba Kylo Ren al espectador. El epílogo de esa película le dio a las secuelas su imagen más imborrable: un peón de establo convoca su escoba con la Fuerza y contempla el cielo rebalsado de estrellas. En una historia ambientada en la lucha entre dos formas opuestas de gobierno, el poder parecía finalmente democratizarse.

En este Episodio, en cambio, las transgresiones se rectifican. La espada láser de Luke vuelve a forjarse como si no se hubiese quebrado nunca y se la trata con respeto reverencial; la Resistencia, que también formaba parte del sucio mercado de compraventa de armas, es santificada una vez más; el personaje de la mecánica Rose Tico, antes protagonista, es incomprensiblemente marginalizada (en coincidencia con el racismo sexista de los trolls que terminó por expulsar a la actriz de las redes). Que Rey fuera la hija de un Don Nadie compensaba a la inversa la revelación histórica de que Luke era el hijo de Darth Vader; en cambio, este nuevo y último capítulo de la saga la hace nieta del Emperador. Ni siquiera era innecesario: Rey podía ser una heredera simbólica de los Sith, elegida por el lado oscuro de la Fuerza, sin necesidad de vínculo sanguíneo (e hijos inventados con solo ese fin). Al decidir ser una Skywalker, Rey también concreta un deseo profundo que nos habita: en el fondo todos queremos rectificar nuestro origen y formar parte de la gran familia de las estrellas, el linaje secreto que nos otorga una fuerza que no tenemos.

Estos enchapados no son desconocidos para la saga. La rectificación (o retconning: los ingleses, como los alemanes para la filosofía, tienen una palabra específica para cada truco narrativo) está en el centro neurálgico de Star Wars: originalmente Darth Vader no era el padre de Luke, pero gracias a ese cambio la máscara negra dejó de representar a un villano para transformarse en uno de los personajes con más matices de la historia del cine. Recién en el segundo borrador de The Empire Strikes Back  surgió esta filiación y la numeración de los episodios. De igual manera, recién con The Return of the Jedi se decidió que Luke tuviera una hermana y que sea la propia Leia.

El camino de las rectificaciones también está presente en el interior de este Episodio IX: Chewbacca muere, pero en realidad está vivo; al viejo y sensible Tripio le borran la memoria, pero se la restauran; Kylo Ren está a punto de morir asesinado por Rey, pero ella lo cura; Rey muere tras vencer al Emperador, pero Kylo Ren se sacrifica para salvarla. Cada una de esos giros hubieran sido originales; las correcciones, cuando son sistemáticas, se vuelven conservadoras. Nadie hubiera sabido qué hacer con Ben Solo; de los dos protagonistas, sobrevive el único que tiene un futuro claro. Ni siquiera la muerte es irreversible; incluso la Fuerza, como todo acto mágico, debería tener un límite para comprobar su verdad.

En las precuelas no había lugar para las sorpresas, y ese fue su techo. Como los mitos, ya sabíamos qué iba a suceder: Anakin debía transformarse en Darth Vader, Luke debía ser adoptado en Tatooine, vigilado a lo lejos por Obi-Wan Kenobi; la República debía caer para dar lugar al Imperio. Para compensar, el último Episodio de las precuelas ofrecía la visceralidad de la furia y el fuego. El cuerpo de los personajes es la carne de nuestras fantasías. Esos rostros inmensos, resplandecientes ante la luz de una espada láser, son la razón por la cual el cine sigue existiendo. Los ojos brillan con el mismo neón que nos ilumina a nosotros. Esta trilogía que acaba de concluir es la primera que termina sin mutilaciones. Nuestros cuerpos son un mapa de nuestra vida, y un personaje sin marcas cuenta solo la mitad de una historia. La mano robótica de Luke Skywalker o la mano de oro de Jaime Lannister nos recuerdan que el trayecto siempre tiene un costo y que nunca volveremos a ser aquellos que fuimos.

Lo que le faltó a The Rise of Skywalker, en definitiva, fue marcar a los protagonistas de una forma distinta a la que podíamos esperar. Siguieron la fórmula de las películas anteriores: los buenos vencen con un plan precario, los malos mueren de manera violenta y los ambiguos mueren de manera heroica. Se cumplió todo lo que nos prometieron; el problema es que el verdadero arte desafía nuestras expectativas sobre lo que consideramos tal, y solo en la mutilación de lo viejo se encuentra la huella de lo nuevo. Harold Bloom, el crítico norteamericano muerto este año (seguimos con el fin de ciclos) dijo en una entrevista: «Hay solo tres criterios bajo los cuales un poema, un relato, una puesta en escena, y cualquier tipo de literatura pueden ser juzgados: extrañeza, que resulta en originalidad; esplendor estético, que se resume en belleza; y finalmente sabiduría, que es en parte vivencial y en parte intuitiva. Nada más importa». La saga de Star Wars conjugó las tres; su último Episodio solo nos dio belleza. A veces eso alcanza.

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