Imposible explicarle la política argentina a una hija europea
Niña viendo noticias en la televisión. Collage.

Crónica narrativa

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Hernán Casciari tiene una hija catalana de quince años, pero lo más complicado para él no es verla poco o perder los pequeños detalles cotidianos, sino explicarle cómo funciona la política en Argentina. Aquí, un ejemplo.

Cuando me separé y me vine a vivir a la Argentina, hace cuatro años, mi miedo más grande fue perder la conversación con Nina. Cuando un hijo vive del otro lado del océano puede ser fatal. Para peor, tenía la malísima experiencia de algunos amigos viviendo en España, que también se habían separado y sus hijos pequeños se habían mudado de continente. 

Al principio la tecnología los había ayudado mucho, pero después el Skype y el Wasap no son suficientes. Un amigo me contaba: «A veces con mi hijo de once años nos ponemos en el Skype y no sabemos de qué hablar, yo me doy cuenta de que, para él, es como una obligación charlar conmigo, que es como ir a tae-kwondo o a la maestra particular».

Y yo tragaba saliva. Yo pensaba: «Si me pasa algo parecido con Nina, nunca me lo voy a perdonar».

Cuando me vine para acá Nina, en diciembre de 2015, Nina tenía doce. Y por suerte nunca nos pasó de aburrirnos. Yo no fui un gran padre con ella cuando estábamos juntos (yo no era muy de salir, no la sacaba a pasear, no estaba muy presente en su día a día), pero en algo sí fui bueno: en la conversación. Nunca dejamos de conversar.

Y creo que esa práctica ayudó mucho cuando empezamos a vivir a doce mil kilómetros. Por suerte ella viene seis veces por año a la Argentina, pero los tiempos en que no está conversamos. Y nunca sentimos, ni yo ni ella (creo) el hastío del aburrimiento.

Nos gustan mucho las series y los libros, y el teatro, y viajar. Y entonces siempre hay algo nuevo que contarnos por wasap. Y desde hace dos años, además, tuve otra hija, que es su hermana, y a ella le encanta tener una hermana a la que malcriar.

Pero la conversación sobre todo, la charla, le salvó la vida a nuestra relación a la distancia.

Hoy Nina tiene quince años y esta semana me preguntó, por Wasap, por qué todos sus contactos argentinos repetían tantas veces el apellido Fernández en las redes sociales.

Yo odio hablar de política con ella (prefiero cualquier otro tema) primero porque es europea y segundo porque es adolescente, que son dos cualidades que le impiden entender muchas cosas, por ejemplo el peronismo. 

Pero intenté explicarle que acá estamos en año electoral, que vamos a elegir presidente en octubre, y que el domingo pasado se hizo una especie de simulacro, en donde ganó uno que se llama Fernández.

—Y ya es presidente? —me preguntó Nina.

—No. Fuimos a votar, pero no para elegir presidente, sino para ver cómo estaba la cosa.

Es muy difícil explicarle a una chica extranjera las PASO, sobre todo cuando no hay internas. O sea, cuando no sirven para nada.

—¿Pero hubo o no hubo elecciones? —me preguntó.

—Sí. Hubo —le dije—, pero fue como una semifinal. Lo que pasa es que este Fernández sacó tantos puntos de diferencia que ya es medio imposible que alguien le gane en diciembre.

—¡En diciembre? Y van a estar hasta diciembre así?

—Sí —le dije, avergonzado.

—Pero papá, es como mirar Sexto Sentido desde el principio sabiendo que Bruce Willis está muerto.

—Y sí —le dije— pero por eso escuchaste tantas veces el apellido Fernández. Es que va a ser presidente, parece, pero falta mucho.

—Y además —me explico Nina— lo dicen repetido: Fernández-Fernández.

—No. Eso es porque la vice de Fernández también se llama así. La fórmula es Fernández-Fernández. 

—¿Son hermanos? —me preguntó mi hija.

—No, son un hombre y una mujer que hasta hace muy poco se llevaban para el orto, pero ahora se amigaron. 

—¡Como Pimpinela! —me dijo Nina, que relaciona todo con el mundo del espectáculo.

Entonces le expliqué que él se llama Alberto y ella es Cristina. Le dije:

—¿Te acordás la presidenta que había cuando yo vivía allá?  

—Sí —me dice mi hija—, ¿pero esa no era Kirchner? 

—El marido era Kirchner. Ella es Fernández de soltera. 

—¿Y el marido qué piensa de que ella se vaya con otro? 

—¡El marido se murió, Nina! Alberto era el mejor amigo del marido. Y ahora los dos juntos, los dos Fernández, le quieren ganar a Macri.

—¡Ahhh! —me dice— ¿Y Macri va con la señora en silla de ruedas?

—No —le digo—. Cuando Macri se enteró de que los dos Fernández van juntos, buscar alguien con más cartel.

—¿Y tienen que ser del mismo apellido?

—No, eso no es obligatorio por el momento, pero en este país nunca se sabe. Primero pensaron que podía ser Vidal, que es una chica joven.

—¡Genial! —me dice mi hija— ¡Aborto legal en 2020!

—No —le digo—, es otra clase de chica joven. Después pensaron en Urtubey, y después en Martín Lousteau.

—Ay, papá —me dice—, no me hagas googlear, no sé quiénes son.

—Mirá: uno se casó Isabel Macedo y el otro con Carla Peterson.

—¡Ahhhh —me dice— qué divertida es la política argentina, es una novela!

—Te parece divertida porque no vivís acá. La mayoría de la gente preferiría que no sea una novela. Mirá lo que está pasando ahora: lo único que sabemos es lo que va a pasar el 10 de diciembre. En el medio de eso, es todo oscuridad. No sabemos nada, es todo un quilombo.

—No entiendo, ¿prefieren aburrirse, como acá?

—Y sí…, es horrible no saber nunca lo que va a pasar. ¿Vos sabés cuánto sale un paquete de pañales, en Barcelona?

—No. Ni idea.

—Yo sí sé. El Dodot azul de veinte unidades, sale 6,50 €. ¿Sabés por qué lo sé?

—Por qué.

—Porque salen lo mismo que cuando vos naciste. Los pañales de tu hermana, hoy, salen diecisiete veces más que cuando nació hace dos años. Es un quilombo, Nina, no es más divertido. Los peruanos tienen dos ex presidentes presos, uno que se suicidó por corrupto, pero el dólar se mantiene igual desde hace tres años. Acá estamos locos. Llueve fuerte y sube el dólar. Y todavía ni siquiera fuimos a votar en serio.

—Es divertidísimo, papá. Acá es un embole!

—¡No es divertido, Nina! Siempre elegimos mal. Nunca funciona.

Y entonces ella me dice:

— ¿Pero la otra opción no sería eso que vos me contabas que había un presidente que había nacido en tu pueblo, que tenía bigote, que prohibía los discos y mataba gente?

Y yo me quedé callado.

—Papá, está buenísimo que se junten todos los hermanos Fernández con los Macris y con Carla Peterson, y cuando llueva suba el dólar y que después gane el que tenga más followers. ¿No habían peleado por eso, ustedes?

Y yo no supe más qué decirle, porque es verdad. Aunque parezca todo un quilombo, es verdad. 

Es mucho mejor que nos enloquezcan con combustibles congelados que se descongelan, y con encuestas falsas, y con Fernández que se hace amigues de repente, y con alianzas forzadas, y con focus groups, y con tejes y manejes… Es mejor eso, a la tristeza mortal de no tener nada que elegir.

Me da bronca cuando quiero explicarle algo complicado a mi hija, y ella me lo termina explicando a mí.

Pero lo único que nos salva, siempre, es sentarnos un rato a conversar.