¿Y si la felicidad es un hecho químico?
Un manojo de cartas. Getty.

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El viaje a la India de Juan Sklar (su mujer y su hijo) está próximo, pero las dudas arrecian. Si no pueden controlar al niño en Valeria del Mar, ¿cómo conseguirán hacerlo en el Taj Majal? Una nueva carta, llena de dudas.

Una carta de Juan Sklar

Querido Hernán, perdón por la carta de la semana pasada, medio oscura, medio llorona. Me vine unos días a la costa y ya me siento mejor. ¿A vos también te angustia el cansancio? Me pasa desde que soy chico (y también le pasa a mi papá) que cierto nivel de agotamiento ya no se siente como algo físico, sino espiritual. Empiezo a ver todo negro y a pelearme con todo el mundo.

Quizás la felicidad solo sea un hecho químico. Ni viaje personal, ni maduración, ni un carajo. Solamente una cierta combinación de sustancias flotando en tu cerebro.

Hace una semana que estoy en un balneario de la costa que no tiene la más mínima onda y me siento bien. Quizás debería entregarme a una vida así, tranquila. Comer sano, hacer ejercicio, trabajar, estar con otros, escribir un rato cada día y listo, ya está. Nacer, crecer, reproducirse, morir y en el medio, tratar de dar y recibir amor.

No puedo. Sigo manijeando, flasheando planes, armando proyectos, buscando cuerpos. En fin, deseando. ¿Para qué hago todo esto? ¿Para quién? ¿Algún día voy a parar? ¿O es así hasta que nos morimos? Vos casi te moriste. ¿Trajiste alguna data? ¿O estás igual  pero un poco más tranquilo? Tenés 12 años, 7 meses y 23 días más que yo. Vivís en el futuro. ¿No tenés algún tipo de respuesta?

A veces pienso en mis vínculos —afectivos o artísticos— con varones más grandes que yo. En las charlas con ellos o en su obra busco algún tipo de mensaje del futuro. Seselovsky, Llach, Juan Forn, Mauricio Kartun, Patricio Vega, Gonzalo Garcés, Juan Martini, Fabián Casas, vos, y un montón más.

Cuando terminé de leer «La uruguaya» lo primero que hice fue escribirle un whatsapp a Pedro Mairal. Para felicitarlo pero sobre todo para decirle que había leído el libro como un gran cartel de advertencia que decía «ojo pibe, por acá no».

Cada padre sustituto que busco me devuelve más o menos la misma respuesta: no sé. En el mejor de los casos me ofrecen su propio tren de experiencias, a ver si de eso puedo sacar algún dato. En general lo que encuentro es compañía en el desconcierto. Pero de alguna manera, eso me hace bien.

Con las mujeres más grandes me pasa algo diferente. Adriana Astutti, cuando vivía; mi tía Deborah, que también es mi editora; Jose Licitra, que este año y el anterior fue un punto fijo en un mar literario muy movido. Todas siempre me tiraron data muy valiosa, pero desde otro barco. Es que tienen otros fantasmas. Y no son mi futuro.   


Es mediodía. Recién nuestro hijo se quedó dormido. Por eso puedo sentarme a escribir. Ayer fuimos a comer a una parrilla en Valeria del Mar y el pibe nos volvió locos. Nada del otro mundo, lo típico que hace un nene de tres años con mucha energía. No quedarse quieto, no comer lo que uno le pide, gritar, llamar la atención.

Pero en un momento nos miramos con mi mujer y pensamos, sin decirnos una palabra, ¿cómo vamos a hacer en la India con este salvaje? ¿Vamos a correrlo por todo el Taj Mahal al grito de Goran, quedate quieto?  Volvimos a la casa en el balneario sin onda y nos preguntamos realmente si ir a India no es un error. Nos quedamos dormidos sin respuesta.

No tenemos a quién acudir. Los que nos llevan diez o quince años están igual que nosotros, tratando de ajustarse a un mundo que cambia todo el tiempo. Los que son veinticinco o treinta años más grandes criaron a sus hijos en un mundo tan distinto que no pueden hacer mucho más que desearnos suerte.

Hemos dinamitado el tiempo como forma de sabiduría. Solo tenemos Internet que es una forma radial del conocimiento. Toda la data y tranquilidad de estos días vino de sitios y blogs de viajes. Ya no buscamos respuestas en los tres o cuatro que vinieron antes que nosotros, sino en los millones que ahora mismo están en una situación parecida. Miles y miles de compañeros en el desconcierto.

Y me queda escribir. Que no me da ni media respuesta, pero me sosiega. Me queda mi cuaderno y me quedan estas cartas. Mi vida es el mismo desbarajuste de siempre pero después de escribir  me siento mejor. Todo se vuelve más pequeño, más manejable.

Te mando un abrazo,
Juan

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