Hablá con propieda’, cajeta
Un bar clausurado. LA GACETA.

Relato de ficción

Audio RevistaOrsai.com Hablá con propieda’, cajeta

Como si fueran participantes de un Big Brother tucumano, el Fabián y sus amigos se encerraron a beber después de haber atracado un camión lleno de vino. Ninguno de ellos sabe que, mientras se emborrachan día y noche, una pandemia espantosa se está expandiendo por el mundo. Vuelve la saga regional escrita por Willy van Broock, esta vez con tono apocalíptico.

Tábamo’ con el Gordo Villa y el Adolfo acuartelao lo’ tre’ en el bar del hotel del Hugo, meta empiná el codo, pechando vino como loco. Ya veía morao yo de tanto vino que tenía en la sangre. Eran como la’ siete ‘e la tarde y ‘taba fresquito ya… Treintiocho siete marcaba el termómetro… Hacía como una semana que solamente salíamo a meá nomá… El Gordo Villa había levantao’ a ciega’ un camión en la ruta y había sabío’ sé de vino. Un tesoro puro. Qué belleza, hermano, teníamo vino pa’ pasá el otoño, el invierno y la primavera… 

Eh, me dice el Adolfo con el gesto, porque es mudo, ha vito, salgamo’ culeao, que se vamo’ a morí acá del encierro…

—Jate jodé, Adolfo —li dicho yo—. Una ve’ que el Gordo cebo este invita algo… Meta, Gordo, abrite otro nalbé, le digo. 

—No se dice «nalbé», dice el Gordo, se dice «malbec». 

—Ay, sentilo al señor de fino —le digo—. Gordo hijo de puta, si has conocío lo que era el asfalto siendo mayor de edad, cajetudo. Vení a hacete el fino acá… 

Y se reía la tropa, pero yo me daba cuenta que se tábamo’ poniendo cheto nosotro’ de tanto vino en botella. Me ha hecho acordá a la porteña del Caripi y el Feisbuc…

De lo más tranquilo tábamo’ con el nalbé a medio tomá’ cuando de golpe se abre la puerta y aparecen dos coboy así con pañuelo a la jeta y pistola en la mano. 

—¡Todo el mundo quieto! —ha gritao uno. 

—Si tamo quieto, pelotudo —le digo—. ¿Qué no ve’ vo’ que ‘tamo quieto? 

—¡Departamento de sanidad e higiene! —manda el coboy.

—Cagamo’ —digo yo—. Debe se que lo vienen a faená al Gordo… Hijo de puta, no pasa dos controle’ del Senasa el culeao este. Anda tan gordo que el poncho le ajusta en la cintura, diz. 

La cosa es que en la penumbra del bar del Hugo el apañuelao me apunta de una con el fierro. Y por el espejo veo la lucecita roja del láser que me sube por el pecho, la jeta y se me clava en la frente. 

—Hasta la vista, beibi —y dicho yo—, hacé lugar en el cielo que ahí subo, Caripi. 

Y no va que el coboy aprieta el gatillo y no va que se hace un silencio así como de película, ha vito. Pero ni pingo de bala le ha salío. Un ruidito nomá’ se ha escuchao. 

—¿Qué, se te ha trabao’ la corredera, primo? —li preguntao yo al vago. 

Silencio. 

—36.4… —dice el coboy.

—Estos dos tan normales, también —dice el otro. 

—¡Eh, hijo de puta, me ha’ hecho hela’ el hoyo…! —digo yo, desconcertao—. ¿Qué mierda pasa acá…? 

Y ahí nomá el Hugo ha mandao a prendé lo floresente y eh quedao cegao así yo con la’ lu’, ¿ha vito? Todo blanco veía. Cuando se me pasa la encandilancia veo que lo’ do’ coboyes se bajan la pañolencia esa que tenían en la jeta y habían sabío sé la Rana Segovia y el Orilla. Al Orilla le decíamo’ así por «orilla y locro», porque era colorao, ¿ha vito? Dice que como ello’ habían hecho el curso de primeros auxilios, la municipalidá lo había mandao a tomale la temperatura a la gente del monte a ve si andaban con fiebre, dice. En la vida me habían tomao’ la temperatura a mí y meno’ la municipalidá.

—¿Fiebre de qué vamo’ a tené nosotro’, pelotudo? —li dicho al Orilla yo.

—No —dice el Hugo—, si ta’ jodida la cosa, Fabián.

—Jodida con qué —le digo yo, que ni mierda sabía.

—Con el caraminiru —me dice el Hugo. 

—¿El qué, culeao? —li dicho yo—. Hablá con propiedá’, cajeta.

—¿Qué, no has leío el diario culeao? —me dice el Hugo—. El caraminiru, corominiru, ¿cómo diz que se llama el comué, Orilla? 

Y el Orilla manda así serio, ¿ha vito?

—Coronavirus. 

—A la mierda —digo yo—. ¿Y eso qué verga e’…? 

—No —dice el Orilla—, un viru’ que anda llegando de Buenosaire’. 

—Callate, hijo de puta —le digo—. No llegan los servicios acá, no llega la cloaca, va llega un viru’. 

No, dice el Orilla, que se había armao quilombo fiero en todo’ lao’, que andaba todo el mundo en la casa, que no se podía salí. Me ha dicho que ese corominiru venía de China porque se habían papeao un murciégalo y ha pasao del murciégalo al chino, y del chino a otro chino, y del otro chino a un tano y del tano al gallego y de ahí a Buenosaire’ y a la verga. Había hecho turismo por todo el mundo el corominiru ese y andaba queriendo llegá acá al monte. 

—Verga, culeao, virus cheto ese, qué no. Viene de Uropa, viaja en avión, ese que usa camisita a cuadro, barbita y puto, zapatilla con aire, qué… 

—Qué chino cajetudo —manda el Gordo caliente—. No pueden está’ sin papease un bicho. Ahí nomá ven un perro, al buche; un gato, al guiso; un murciégalo, a la sopa… 

Bueno, he pensao yo, nosotro’ acá en el monte también nos pechamo’ la’ culebra’, la’ vizcacha’, la’ ranita’… 

—Hay que hacer cuarentena —ha dicho el Orilla—. No pueden salí de acá.  

Y por atrás del Rana y el Orilla ha llegao’ la policía y ahí sí que casi se arma el quilombo. 

—Vo’, cerdo, pasaporte —li ha dicho el oficial al Gordo. 

¿Pasaporte? —pensé yo—. Pasaporte a la cárcel tiene el Gordo he pensao yo. Creído ‘taba que lo iban a detené por andá pirateando en la ruta y robase el camión de vino, pero no.

Se lo han llevao’ al hospital a hacele el analise. Le van a tené que medí el azúcar en cucharadas al Gordo en vez de en centímetro’ cúbico’. Gordo culiao tiene triglicéridos para engrasar el cigüeñal del Titanic. 

Dice el Adolfo que el Gordo era caso sospechoso porque había vuelto de Miami hacía do’ semana’.

—A la mierda, ¿a Mayami ha ido Gordo? —li preguntao yo al Adolfo. 

Y el Adolfo así con el gesto nomá’ me ha contao que el Gordo había ido a hacé negocio, diz. Y que ya a la vuelta le habían tomao la temperatura en Ezeiza. Mucha temperatura, mucha temperatura pero ni cuenta se habían dao’ que traía un kilo de merca escuendida en la campera. Meta con el termómetro el policía y tenía el perro vuelto loco a los pies, pero ni bola le ha dao’ al pobrecito. 

—¿Pero qué te pasa, perro pelotudo, tranquilizate? —ha dicho el cana mientras lo patiaba al pobre animal que no sabía cómo gritale que había olfateao un kilo de merca en la campera del Gordo. 

—Lo pone loco el Coronavirus —ha dicho el cana así cagándose de risa, sobrador, como son ello’, ¿ha vito? 

Al rato ha aparecío el Orilla por el hotel a decí que le había dao bien todo al Gordo, pero que lo iban a dejá internado en cuarentena por precaución para desinfectalo entero. 

—Hijo de puta —le digo al Orilla—, al Gordo no le hace falta desinfectase, si con todo el alcohol que ha tomao’ ese hijo de puta está esterilizao de por vida. Es más —le digo—, ¿queré hacé una curación masiva? Subilo al cerdo a la caja de una camioneta y pasealo por la ciudá’ con una plumita abajo del naso. Con un estornudo por cuadra te esteriliza el pueblo el lechón…

Y ahí nomá’ se mo’ quedao en el hotel del Hugo con el Flaco y el Adolfo. Tábamo’ igual que ante’ de empezá la cuarentena…  

—Coronavirus… me dan más ganas de clavarme una cerveza que de ponerme un barbijo —ha dicho el Flaco. 

—¡Ni verga buacé la cuarentena, a mí nadie me va privá de la libertá’! —ha gritao el Adolfo, que cuando anda nervioso le sale la voz, ¿ha vito? 

—Jate jodé, Adolfo —li dicho yo—, qué te preocupá, si no va cambiá nada. Si nosotro’ acá en el monte tucumano vivimo’ de cuarentena, culeao… Al jardín de infante’ van las bacterias del tamaño que tienen. Te las venden por peso en el mercao’. «Eh, chica, ¿qué me va da, medio kilo ‘e bacteria, haceme la mingación?», dice la gente cuando quiere faltá al trabajo… Quedate tranquilo, Adolfo, que no va cambiá nada… Si nunca hay un pingo acá. El hospital anda colapsao siempre, no llegan lo’ remedio’, no hay médico… Con o sin pandemia, la vida va sé’ la misma pa’ nosotro’, hermano…  

Ve’ vo’ que se va animá a cruzá la frontera del Río Salí el coromaniru ese.