Se ‘tamo muriendo, cajeta
Una fosa en medio del campo. 123RF.

Relato de ficción

Audio RevistaOrsai.com Se ‘tamo muriendo, cajeta

Atrás quedó la trágica muerte del Caripi arrollado por un tren. En esta entrega, Willy van Broock nos cuenta cómo harán Fabián y Adolfo para cumplir la última voluntad del muerto.

Tabamo’ solito lo’ do’ ahí, n’el cementerio, frente a la tumba ‘el Caripi, ¿ha vito…? Recién lo habíamo’ terminao de tapá’ con tierra al pobrecito. Yo había hecho el pozo con una pala ‘e punta que no’ habían cedío lo vago del cementerio y el Adolfo había conseguío un cajón de mudanza porque ni pa’ uno de pino nos alcanzaba, diz…

Plegao lo ‘mo tenío que meté al Caripi en el cajón. Era una arpillera de güeso el vago, viera vo’. El tren lo había pisao completo. Todo’ lo’ vagone’ le había pasao por encima, diz. 

—Eh, cajetudo, ¿que no podí frená ante’, culiao? —li dicho yo al Locro Bermúde que andaba de maquinista—. ¿Que no has oserbao’ vo’ que ‘taba el Caripi en la vía, pelotudo? 

—No te calenté’, Fabián. Si no tiene freno la locomotora —mi ha dicho el pelotudo así sobándose la gorra, ¿ha vito?—. Anda sin plata la provincia.

Lo’ siete vagone’ le había fregao por el lomo el Locro Bermúde al Caripi. Entero lo había sobao. Puro guiso en bolsa parecía. Blandito ‘taba, ¿ha vito? 

Y plegao lo ‘mo tenío que meté al Caripi en el cajón porque no entraba a lo largo, diz. Vamo’ lo crememo’, mi ha dicho el Adolfo así con el gesto nomá. 

—¿Que so’ loco vo’ o ha’ masticao ladrillo, pelotudo? —li dicho yo al Adolfo—. Era de Jesucristo el Caripi, ¿cómo lo vamo’ a cremá? Se va a quedá sin paraíso el vago. Metelo plegao en el cajón, boludo, si lo mismo e’. ¿Qué te pensá’ que se va quejá’…?

Y plegao ha quedao nomá’ en el cajón el Caripi. Y meta hacé el hoyo nosotro’ con la pala. Medio camión de tierra hemo’ paliao pa’ dejalo bien profundo. No vaya a sé cosa que venga un perro de eso’ que andan a la noche por el cementerio y se ponga a rascá el suelo con la pata y se lo termine pechando al pobre Caripi. 

Y semo quedao parao lo’ do’ con el Adolfo al lao de la tumba… Le habíamo’ puesto una florcita y un vaso de vino por si le agarraba sed a la noche… Y como que me ha dao pena, ¿ha vito? Pobrecito el Caripi que quería conocé la ñeve con la porteña. 

Esa verga tenía pólvora pa’ hacé’ dulce todavía… 

Pero así e’ la vida, ¿ha vito? Por lo meno’ ha muerto con decisión. 

Y callao semo quedao ahí frente al terruño con el Adolfo mirando la tumba ‘el Caripi. Al lao taba la tumba del Sapo Gaciopo, que se había ahogao en el río la noche de carnaval. Después venía la tumba del Búho que taba privao de la libertá’ por robase el alambre de un campo. Detenío con preventiva lo tenían al vago porque como vivía en el monte y no tenía domicilio fijo, el juez decía que se podía escapá’… Adónde se va escapá este pelotudo, pensaba yo, si ni pal coletivo tiene. Terco era el Búho ha vito. Había empezao una güelga de hambre pidiendo justicia y se le había cagao de risa hasta la que limpia lo baño’ ahí en lo’ trigunale’. Do’ semana’ había tardao en morise el vago. Cuarenta kilo’ mojado pesaba cuando lo ‘mo enterrao.  

Taba meta mirá la tumba yo y de golpe se me hela el hoyo porque al lao del Búho taba la tumba ‘el Eduardo, el dueño ‘e la lancha, que ni sabía yo que taba muerto. 

—Eh, ¿cómo que se ha muerto el Eduardo, cajetudo? —li dicho al Adolfo—. ¿Qué le ha pasao…?

Ha aspirao vidrio molido de floresente cuando taba cortando merca. Ansioso, el vago había metío la narí’ en el montón que no era. 

Así mi ha dicho el Adolfo con el gesto, ¿ha vito? Porque es mudo, pero nosotró acá en el norte se entendemo’ con la mirada nomá. 

Ya me parecía, digo yo… Con razón nunca ha venío a reclamá la lancha el Eduardo.

Así en hilerita ‘taban el Caripi, el Sapo, el Búho y el Eduardo. Tapao con tierra, formadito uno al lao del otro como cuando íbamo a la escuela con el delantalcito blanco sin botone’… Y se me ha venío una sensación fiera, ¿ha vito? Así como cuando llevábamo’ lo’ caballo por el cañaveral a la noche. Así como de algo negro, ¿ha vito? Una presencia, qué…

—Eh, se tamo muriendo, cajetudo —li dicho al Adolfo. Y el Adolfo me ha chasqueao la lengua, así descreído, ¿ha vito? Que en idioma de mudo quiere decí: «Qué va’ ce». 

—¿Cómo que qué va cé, culeao? No me chasquié la lengua a mí que no soy tu hijo, cajetudo. ¿Cómo que qué va cé? 

¿Y qué va hacé? Meta chasquiame la lengua de vuelta el mudo culiao este.

Pero me hecho pensá el Adolfo. Taba toda la barra bajo tierra meno’ nosotro’ do’. 

—Eh… Quería conocé la ñeve… —li dicho al Adolfo. 

¿La qué…? 

—La ñeve, pelotudo… ¿Que no ha vito Jeidi vo’…?  

Meté la mano en la heladera va conocé la ñeve, pelotudo, mi ha dicho el Adolfo así con el gesto.

—Yo no, pelotudo —li dicho—. El Caripi quería conocé la ñeve… Vamo’ lo llevemo’…

¿A dónde lo vamo’ a llevá? 

—Y a conocé la ñeve, pelotudo. ¿Adónde va sé’…? 

Y me mira el Adolfo como diciendo: Eh, ‘ta hablando en serio el vago. 

—Ma’ vale que hablo en serio, boludo —li dicho—, vamos a hacelo’ conocé la ñeve al Caripi. Vamo’ lo llevemo’…

Y ahí nomá me asiente el Adolfo y ahí nomá a la verga con Jesucristo, lo ‘mo desenterrao al Caripi y lo ‘mo coimeao al vago del cementerio con un tubo de vino pa’ que lo meta en el horno de cremación. 

Ya lo había apalabrao yo al Flaco Padovani pa’ que nos lleve en el camión. Me i agarrao un pulóver que se me ‘taba apolillando en el ropero. Taba sin uso desde la vuelta esa que habíamo’ ido a Jujuy a buscale la mariguana al Hugo que quería poné servicio premium en el hotel. Quería dale porro a lo porteño que venían a tirase del banjijampin con la pata a la piola. 

Nos han entregao la ceniza y en una botella de Torasso pomelo lo ‘mo metío al Caripi. 

Y que se cague, pa’ Bariloche nomá semo ido. A conocé’ el mundo, diz.

Hemo’ salío de Monteros tempranito. Yo iba con el pulóver puesto y el rompeviento anudao a la cintura pa’ no tené que cargá bulto, ¿ha vito? Asao iba yo a lo’ cuarenta grado’ arriba del camión del Flaco Padovani llevando leña pa’ Bariloche. El Adolfo, previsor, llevaba la campera en una mochila. De remerita iba el vago, lo más cholo dejándose oriá la’ mecha al viento con la ventanilla abierta, diz, mientra’ el Flaco Padovani chupaba el mate y le metía la cumbia al taco. A la plena siesta hemo’ pasao’ por Chepes, ahí en la Rioja, después ha venío San Luis, San Rafael, Santa Isabel… puro santo nomá’ aquí en el sur. Yo me persignaba por la’ duda’ ¿ha vito? No vaya a sé cosa que se ofenda el barbudo… 

Derecho por la ciento cincuenta y uno íbamo’ con el camión del Flaco. Brumbiaba el motor y se sacudía el tronquerío atrá’. Se veían la’ vaquita’ nel campo, lo’ caballito’… 

Se había hecho de noche cuando mo’ entrao en el desierto ‘e La Pampa. El Adolfo dormía en el medio y yo iba mirando por la ventana la tierra derecha que parecía como aplastada. Cada tanto relojiaba como se sacudía la ceniza ‘el Caripi ahí en la botella e’ Torasso. Iba en la guantera, diz, pero se lo sentía tranquilo al vago… A mí me daba miedo que se apersonara como presencia ahí en el desierto… Medio que me escuendía entre el asiento y el parante, ¿ha vito? Porque ni mierda me gustaba esa chatura y meno’ de noche.

Ni a dormí ha parao el Flaco y ni el mapa miraba, diz. De memoria se tenía el trayeto el vago. Meta chupá el mate toda la noche iba. Un termo atrá’ del otro le metía. 

—¿No tení sueño, cajeta? — li dicho yo al Flaco.

—Qué va tené sueño, ura… Voy con el navegador crucero —me dice.

—Verga, Flaco, jate jodé, culiá, dejá de hacete el pulsudo acá —li dicho yo—. Navegador crucero le ha mandao. 

—Má’ vale, cajetudo, ¿qué te pensá vo’? —me ha dicho. Y lo veo que tenía la pata levantada sobre el asiento. Me agacho a mirá y era verdá’ nomá’. Lo más cómodo iba el señorito. Tenía medio ladrillo güeco tirao sobre el acelerador. Navegador crucero le decía… 

Cheto se ponía el Flaco cuando entraba en el sur. Ya había cambiao el mate por el café de filtro, y la cumbia por la música en inglésuplica’, esa con la guitarrita, ¿ha vito? Como de coboy, ese que anda con la camisita a cuadro’, cinturón con hebilla, qué. 

El sueño me ha hecho clavá’ el asta y me amanecío llegando a Neuquén con el Adolfo codiándome pa’ que mirara por la ventana. Han aparecío los manzanare’, la’ ovejita’ y má’ despué’ lo’ pinito’… Verga, culiao… Qué lindo’ que eran lo’ pinito’. Verde, todo verde. ‘Taban todo’ derechito’ uno al lao del otro a la vera e’ la ruta que serpentiaba adelante… Tremendo cajón le hubiéramo’ podío hacé’ al Caripi con uno solo de eso’ pinito’.

Meta chuñá’ iba el Adolfo, pobrecito. Le hacía mal el camino sinuoso, diz. La cabeza cuelgando del cogote afuera la ventanilla tenía. Iba largando el guiso de arveja’ que habíamo’ pechao en un parador de Senillosa. Pegoteao contra la puerta el camión quedaba el guiso.

—Eh, preservame la unidá’, cajetudo —li ha dicho el Flaco y se reía. Se le veía la’ encía’ blanca y lo’ diente negro’ en la jeta abierta al culeao. 

—Paremo’, Flaco —li dicho yo —, que no ve que se va en chuño el mudo… 

Suplicaba con lo’ ojo’ el Adolfo. 

—Que se cague —ha dicho el Flaco—, que se haga hombre… ni verga vuá pará. Ya se le va pasá, si ya casi llegamo’… 

Y dando la vuelta la curva han aparecío un montón de montañita’ a lo lejo’ una al lao la otra, ¿ha vito? Bien alta’ eran así como puntiaguda’ y como bañada’ de achilata blanca. 

—Eh, ¿qué e’ la achilata esa encima la montaña, Flaco…? 

—Esa e’ la ñeve, pelotudo —mi ha dicho el Flaco—. ¿Qué no ha vito Jeidi, vo?

Tenía razón el Flaco, era como Jeidi la montañita… Llena de ñeve, viera’ vo’ de hermosa… Eran toda’ puntiaguda como maderita resquebrajada… Hermosa la montaña ‘e Bariloche, diz. Nada que ve con lo cerro’ de Chicligasta que tenimo’ nosotro’ que son así panzudo’ marrón y verde, ¿ha vito? Acá en el sur todo era blanquito y puntiagudo… prolijito. 

Catedral diz que se llamaba el cerro. Nosotro’ con el Adolfo lo mirábamo’ de abajo. Silla voladora tenía. Cuelgaban del cable la sillita, viera vo’. Me ha dao así como un enternecimiento, ¿ha vito? Me ha hecho acordá a la soga del banjijampin y al Caripi al calor ahí cuando se asábamo’ en la lancha ‘el Eduardo… 

Era más caro que la mierda trepase a la silla voladora, diz, así que ‘mo pechao caminando nomá’ cuesta arriba pa’ la punta con el Adolfo. Hacía sol hasta l’hoyo y yo iba bien con el pulóver y el rompeviento, pero se me helaban las patas con lo mocasine’ por la ñeve. 

Te hubiera’ traído la’ zapatilla’ mi ha dicho el Adolfo así con el gesto, pechando pa’ arriba con la bota de lluvia iba. Yo me había traío lo mocasine porque quería ‘ta bien vestido pa’ conocé la ñeve y dejalo al Caripi. Morao y tieso sentía lo’ dedo’ de tanto andá’ con lo mocasine’ por la ñeve, diz. 

Cargando la botella ‘e Torasso, trepábamo’ siguiendo la liñita de la silla voladora pa’ no perdeno’ en el cerro inmenso ese. 

Muerto hemo’ llegao a la primera parada que hacía la sillita. No era ni la mitá’ de la montaña todavía. Ahí se bajaban lo’ porteño’ guitudo que iban de vacacione’. Meta con la pata a la tabla esa pa’ esquiá, ¿ha vito? Fium, fium pa’ abajo nomá se mandaban lo’ porteño guitudo con la pata a la tabla. Pasaban raliando diz, haciendo güeltita, sacando culo, levantando harina pal’ costao. Meno’ mal que no estaba el Eduardo, he pensao yo, porque se iba a queré’ aspirá’ toda la ñeve el pelotudo, creyendo que era merca. 

—¿Cuánto pa’ la punta, primo? —li preguntao yo a un barilochester que ‘taba ahí cuidando la parada e’ la silla. Se veía que era de la zona el vago. Andaba campereao hasta el cogote, antiojo negro, guante negro, gorro negro. Todo negro era. Ni mierda de jeta se le veía. Se ve que le mo’ dao lástima al vago porque no’ ha dejao pasá’ a que se le calentemo’ el hoyo en la casita. Cagao de risa no ha dicho que a pie eran como cuatro hora’ hasta la punta. 

—Eh, no vamo’ a llegá má’ a tiralo al Caripi en la punta, Adolfo —li dicho al Adolfo yo. 

Y lo tiremo’ acá nomá, mi ha dicho el Adolfo con el gesto. 

—¿Qué? Jate jodé, Adolfo, cómo lo vamo’ a tirá acá nomá pa’ que lo pisen lo porteño con la pata a la tabla. ¿Qué no tené’ sentimiento’ vo’, Adolfo?   

Y el cajetudo me revolea lo’ ojo’. Me enferma el Adolfo cuando me revolea lo’ ojo’. Mudo de mierda.  

—Hacete culiá, cajetudo —li dicho. 

Y el barilochester me miraba a mí y lo miraba al Adolfo. Me miraba a mí y lo miraba al Adolfo. Se ve que no entendía ni verga lo que hablábamo’.

—Suban, loco, todo bien —larga el barilochester así con autoridá, ¿ha vito? Como si fuera el dueño de la silla voladora. 

—Eh, Adolfo, dice que pechemo’ el barilochester, que le metamo’ nomá’, que subamo’ a la silla, que en dié’ minuto’ tamo’ en la punta… 

Va queré’ cobrá’ este, mi ha dicho el Adolfo con el gesto, así chasquiando la lengua. Pero yo lo veía que ‘taba blanco y no de frío el puto. Vamo’ a la silla voladora, Adolfo, le digo. Pero no quería sabé’ nada el vago. Terror le tenía a la silla porque diz que tenía vértigo. Se bajaba de la cama a ojo’ cerrao, el Adolfo, del mareo que le agarraba. 

—Meta cajeta, jate jodé, pensá en el Caripi —le digo y ahí nomá’ lo hago sentá’ en la silla voladora y no mo’ llegao ni a parpadiá que el barilochester ha bajao la barra de seguridá’ y ya tabamo’ yendo nosotro’ derecho pa’ la punta del cerro Catedral. 

El Adolfo iba duro como paquete ‘e pastilla’. 

—¡Abrí lo’ ojo’, pelotudo! —le decía yo pa’ que el boludo mirara el paisaje. Viera vo’ de bonito que se veía toda la montaña, el lago… Si parecía que íbamo’ a tocá la’ nubecita’ con la punta ‘e lo dedo’ de lo alto que íbamo’…

Tenía razón el barilochester. A lo dié’ minuto’, el Adolfo y yo ‘tabamo en la cumbre con el Caripi en la botella de Torasso pomelo.  

Ya le había dao la cana yo al asunto. No íbamo’ a podé tiralo al Caripi ahí nomá’ porque acá también pasaban lo porteño con la pata a la tabla. Había que ise un poco al costao por una bajadita larga que había, ¿ha vito? Ahí lo íbamo’ a podé’ dejá’ bien al Caripi, pa’ que repose tranquilo. 

Y ahí nomá’ he sacao la’ do’ bolsa’ ‘e súper que le había choriao al barilochester en la casita y me puesto en posición de largada. 

—Meta Adolfo —le digo—, asentá el hoyo en la bolsa y vamo’ nomá…  

Y se mo’ largao de culipatín por la bajadita del cerro pa’ abajo. Levantaba velocidá’ vertiginosa la bolsa contra la ñeve, ve vo’. Sentía yo el viento helao en la jeta y como que oía la música de Jeidi, ¿ha vito? Ia la ra la ji ju, la ra ji ju dundiú… Féli’ venía yo con el hoyo helao bajo la bolsa ‘el súper en culipatín. Éramo’ Jeidi y Pedro con el Adolfo bajando por la cancha de esquí, diz. 

A un segundo hemo’ estado de perdé’ la vida contra una gorda que venía cuesta abajo haciendo zigzag con la pata a la tabla. Ya me veía enredao yo entre los flanes de la gorda. 

—¡Salgan de la pista, enfermos! —ha gritao el chancho al paso. Ha sacao el culo pa’ un lao y ha hecho doblá la tabla. Pista le decía a la cancha de esquí el lechón. 

Llena de ñeve la jeta le ha dejao la gorda al Adolfo.

—¡Hacete culiá, gorda cajetuda! —le ha gritao el Adolfo. Se ve que la voz le sale nomá’ cuando se pone nervioso. Mudo selectivo había salío sé’ el vago. 

Y no va que llegamo’ con el Adolfo hasta el final de la bajadita y encontramo’ ahí como una llanurita hermosa pa’ dejalo al Caripi. Se veía pa’ un lao y pal otro de la montaña. Lleno de cerro y de lago ‘taba todo. Y se ha hecho como un silencio, ¿ha vito? Y yo me quedao mirando todo como callado así un rato. 

—Aquí va se’ —li dicho al Adolfo.

Y el Adolfo que me dice que sí con el gesto porque ya sin nervio’ se ponía mudo de nuevo. Y ahí nomá’ abro la botella de Torasso pomelo y trato de tirá’ la ceniza del Caripi, pero ni verga caía. Congelada ‘taba la ceniza. La ‘mo tenío que sacudí fuerte pa’ que se empolve de vuelta y empiece a salí de adentro el Caripi. Un poco se volaba con el viento y se iba soltando hasta que se ha vaciao completa la botella. 

—¿Y… te gusta la ñeve, Caripi…? ¿‘Ta linda, que no…? 

Pero el Caripi no ha contestao ni aca. Más mudo que el Adolfo ‘taba. Pero pa’ mí que se ha quedao contento ahí desparramao en la ñeve el vago. Siempre decía que ese era su sueño… Y ahí nomá’ ha quedao pa’ siempre el Caripi. Sueño cumplido, hermano.

Al Adolfo se le habían puesto lo’ ojo’ vidrioso’ porque es mudo pero sensible, ¿ha vito? Y a mí un poco también, no te vuá mentí… 

Desde la base del cerro se veía la mancha gris del Caripi contra la ñeve blanca en la punta, despué’ de viajá’ hasta Bariloche adentro de una botella de Torasso de do’ litro’ y cuarto. Habría entrao en un frasco e’ mermelada, el cajetudo, si no fuera por la trompa de elefante esa que le colgaba. Cuatro hora’ en el horno de cremación lo habían tenío pa’ que se calcine la deformidá’ que tenía entre la’ pata’. 

Pura ceniza ‘e verga era nomá’ el vago.