La única grieta del mundo es creer o reventar
Parodia sobre ciencia y religión. Getty.

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Hay una frase en la carta de Juan Sklar que define todos los conflictos: «Quiero tener fe, aunque es probable que si la tengo mi carrera como escritor se vaya al tacho». Esta, señores, es la única grieta que existe.

Querido Hernán: hace tres semanas que volví de India y todavía tengo el viaje en el cuerpo. Tengo más energía y más ganas de vivir que nunca. O por lo menos más que en mucho tiempo. El otro día con mi mujer charlábamos y llegamos a la misma conclusión: nunca fuimos tan felices como ahora.

Dijimos «fue el viaje», pero cuando volvimos de Tailandia o de Cuba no nos sentíamos así. Tratamos de buscar una explicación que no sonara pelotuda. No podemos decir que la India «nos sanó» ni que en este viaje «soltamos» porque esas expresiones nos parecen una pelotudez y cuando otros las dicen nos da gracia. Un país no te sana y soltar es un acto de egoísmo disfrazado de sabiduría new age. Sin embargo, volvimos de India más felices.

Estamos durmiendo mejor, comiendo mejor (no como en India que todo tiene ghee o está frito), haciendo más ejercicio, cogiendo mejor.

La hipótesis de mi mujer fue que estuvimos mucho tiempo rodeados de gente feliz y que eso se nos pegó.

Yo no sé si los indios son más felices, pero estoy seguro de esto: creen más en la vida que viven.

Acá vivimos desconfiando (y tenemos buenas razones para hacerlo). No solo de los otros (porque mirá: los indios son corruptos y mentirosos como ellos solos) sino que acá también de las cosas.

Desconfiamos de la guita, del sexo, de la fama, del arte, del éxito, de la familia. Todo el tiempo tenemos la sensación de que nada es lo que nos dijeron que era. Y probablemente no lo sea. Cuando vemos entusiasmo en el fondo sospechamos que ahí hay alguien mintiéndole a otro, o a sí mismo. El problema es que vivir así, sacándole la ficha a todo, levantándole el capot a la vida cada diez kilómetros, es agotador.

Hay cierta ingenuidad práctica, una fe en las cosas, que hace de los indios gente más feliz. Y entre esas cosas por supuesto está Dios.

La vida con Fe es muy distinta. Te recostás en algo más grande que vos y tus deseos, algo que que no comprendés, pero te cuida y te lleva a buen puerto. Los que creen duermen mejor. Viven diferente y mueren más tranquilos. 

Ese anhelo de protección es tan profundo que ha hecho que los humanos lo depositemos en cosas completamente descabelladas, o por lo menos sospechosas, como Dios, el Karma, la Astrología y el Destino. O el Progreso, la Revolución y la Patria.

Es tan intenso que nadie escapa. Casi todas las personas que conozco creen o intentan creer en algo. Alguna construcción que si es obedecida te va dar una vida floreciente, o por lo menos, dolor con sentido.

Veo por por todos gente con fe en el dinero, en sus deseos, en el éxito artístico. Gente que cree en el futuro, en sus hijos. Pero la nuestra es una fe flaca, en minúsculas, que tambalea ante el primer vendaval del mundo. Nosotros no creemos como los indios.

Ellos se arrojan a su tarea con la convicción de que eso que están haciendo es lo que tienen que hacer. Que progresar los hará más felices, que casarse los hará más felices, que rezar los hará más felices.

Y lo peor es que les da resultado. La fe es un sentimiento que funciona cuando vos creés que funciona. Si encima a tu alrededor todos creen con la misma intensidad, tu creencia se fortalece.

La palabra entusiasmo  en griego antiguo significa aliento de Dios. Todos los felices le rezan a alguna divinidad privada.

Quiero creer en algo. Quiero que este sentimiento que traje de India perdure. Fe en el mundo, en mi obra, en mi familia, en mi hijo, en mis deseos y en Dios. Quiero dormir abrigado por el manto del sentido.

Aunque es muy probable que si lo haga mi carrera como escritor se vaya al tacho. No hay literatura sin pero. No hay cuento sin dudas. No tiene sentido sentarse a escribir si no te muerde el hambre por encontrar un destino.

Quizás esto es lo que debería llevarle a Dios en sacrificio.

Acá están mis dudas y mi escritura.

Acá está mi imposibilidad para vivir y mi talento.

Acá está mi soledad y mis verdades.

Los ofrezco en sagrado holocausto. A cambio quiero felicidad, alegría sencilla, vida sin doblez.

Me parece un trato justo.

Un abrazo, Juan

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