Mi secta es más grande que la tuya
Wayne Bent y dos de sus esposas. Netflix.

Columna de opinión

Mi secta es más grande que la tuya

Todo acabaría ese año. 2012 fue la época preferida para las sectas, los ritos sexuales, las vírgenes menores de edad y los mesías orgiásticos. Un cóctel que Gabriela Wiener conoce de sobra.

Escrito por Gabriela Wiener
Ilustrado por Matías Tolsà

CINCO

El hombre que se alimenta de aire se llama Wayne Bent, pero antes fue el Mesías. En la oscuridad de su celda, en una prisión de Nuevo México, aquel que representa la unidad de lo humano y lo divino hace huelga de hambre y clama al padre celestial. Le pide que ilumine a sus abogados para que lo saquen pronto de allí. Bent, el profeta de la iglesia apocalíptica El Señor Nuestra Justicia siente que aún tiene trabajo que hacer, pero ya no espera el fin del mundo. Sus carceleros no lo saben, pero en realidad el fin del mundo ya ocurrió. Fue el treinta y uno de octubre de 2007 y ese día él y sus seguidores salieron de la casa comunitaria en Union County y celebraron su libertad, cantaron sus alabanzas y bailaron extasiados en una alegría incomprensible para los pocos testigos que los vieron (entre ellos, un documentalista británico). Después volvieron a la comunidad. Ese día no se registraron grandes desastres naturales ni accidentes masivos. Tampoco terremotos ni tsunamis. Ningún meteorito chocó contra la Tierra. Algunas cosas que sí ocurrieron ese día: ocho personas murieron en un atentado en Rusia; en su Audiencia del Vaticano, el Papa habló de San Máximo de Turín; en Madrid, un pequeño grupo de personas se manifestaba ante la Audiencia que llevaba el caso del 11-­M; el gobierno de Chad acusaba formalmente a los misioneros franceses de El Arca de Zoe por el secuestro de ciento
tres niños.

El día del fin del mundo hizo buen tiempo en Nuevo México.

En esa época Wayne, de sesenta y seis años, contaba con unos cincuenta seguidores, entre hombres, mujeres y niños (sobre todo niñas) que esperaban, según sus enseñanzas, el fin de los tiempos. Lo esperaban con ilusión y creciente ansiedad. Bent se hacía llamar Michael Travesser y, como parte de los rituales de su iglesia, hacía que niñas de catorce y quince años, las vírgenes de la comunidad, se acostaran desnudas junto a él.
«Me estiré en su cama desnuda y él me abrazó y fue como si se abriera ante mí una nueva imagen de Dios.» Mandato divino. Hasta el día en que el
mundo acabó, este mandato divino no lo obligaba a mantener relaciones con las niñas: Dios sabe de leyes. Además, el Mesías ya tenía conocimiento carnal con algunas mujeres del culto, incluida la mujer de su propio hijo. Mandato divino. Pero pocos meses después, a comienzos de 2008, la policía local empezó a investigar la iglesia El Señor Nuestra Justicia y a solicitar testimonios de exmiembros de la comunidad para acusar a Wayne de abusos contra menores. Fue encarcelado en diciembre de ese mismo año. Desde entonces ha tenido una actitud pacífica y filosófica mientras espera su liberación. Puedes seguirlo en Twitter.

CUATRO

Es una pequeña aldea al sur de Francia. Bugarach. Nada la diferencia de otros pueblos aledaños salvo el peñón, el Pico de Bugarach, que, según diversas profecías, será el lugar destinado a recibir a los pocos elegidos para salvar el cuello el día del Apocalipsis, el veintiuno de diciembre de este año 2012. Bugarach, cuya población no supera los doscientos habitantes, experimenta en estos momentos una entendible explosión de la demanda inmobiliaria. ¿Quién no querría estar en esta moderna Sion si además hay buenos quesos? Bugarach es el mundo al revés. Geológicamente hablando. Quiero decir que las capas tectónicas más antiguas son las que se encuentran en la superficie, mientras que las más recientes parecen emerger de las profundidades. Algunos atribuyen este fenómeno a un supuesto refugio construido por extraterrestres. La puerta a una nueva dimensión. Los seguidores de la New Age se relamen. Se esperan unas cien mil visitas para el día del juicio. Los comercios de Bugarach han empezando a hacer acopio de alimentos.

TRES

Debo confesar que a veces he sentido, dentro de mí, el secreto deseo de abrazar la fe, cualquier fe, antes del inminente fin de los tiempos; sentirme parte de una congregación de santos y así, apocalíptica e integrada, entregarme al dulce abandono, al cobijo del profeta de turno. Y lo cierto es que hace unos años yo también conocí a un gurú. Salvo que no era un gurú del fin del mundo sino un gurú del sexo. No tenía una secta, sino una familia. Y sus seguidoras no eran discípulas sino esposas. Cuando recuerdo mi propia experiencia con la familia no puedo evitar pensar en lo fácil que es convencernos de lo que queremos o necesitamos creer. A diferencia del Mesías de Nuevo México, mi gurú no proclamaba el Armagedón sino la revolución sexual y el retorno a los roles esenciales de hombre (dominador) y mujer (sometida). Era sumamente seductor con quienes entrábamos en su estela. Hacía cosas como profetizar tu muerte. Te miraba a los ojos y sabía exactamente lo que pensabas. Y te explicaba por qué lo pensabas. Y al cabo de una cena o una comida podías hallarte en su cama rodeada de mujeres que te hacían sentir una diosa. Pero el gurú no solo tenía diosas y juguetitos, también tenía esclavas. Una de ellas nos sirvió el almuerzo una vez, iba cubierta solo con unos encajes transparentes y, mientras comíamos, el gurú hacía cosas como pedirnos que le metiéramos los dedos en la vagina para comprobar si estaba mojada como correspondía. Siempre lo estaba.

DOS

En el documental filmado por Ben Anthony, se revela que Wayne Bent (o Michael Travesser, o El Mesías) fue secuestrado a los catorce años y agredido por un homosexual. También se dice que su madre había sido asesinada. En una de las imágenes, dos niñas afirman, con lágrimas en los ojos, lo aliviadas que están por dejar finalmente este mundo. «Es como si no estuviéramos hechos para vivir en esta tierra lejos del padre.»

Cuando Dios le reveló a Wayne que él era el nuevo Mesías, también le ordenó que tuviera relaciones sexuales con las esposas de dos de sus seguidores y que las hiciera sus mujeres. Mandato divino. Wayne le dijo a los maridos que, si tenían quejas, se quejaran a Dios.

UNO

El fin del mundo como resurrección de la carne. Como fiesta salvaje al pie del becerro de oro. En Matrix, cuando aparece la última ciudad de los humanos —llamada convenientemente Sion— lo que se vive es una rave apocalíptica y cargada de erotismo. Rompan todo. En los años sesenta, cuando el mundo estaba a punto de volar por los cielos gracias a los misiles soviéticos, Occidente respondió con una eclosión de la sexualidad. Tres días de sexo, drogas y rock and roll antes de que esto se termine. Con Kennedy a la cabeza. No en vano fue en los sesenta que aparecieron las primeras sectas que mezclaban, indefectiblemente, mensajes apocalípticos con ritos sexuales y, en muchos casos, incitación al suicidio colectivo como respuesta al inminente final.

Por eso, ya en pleno 2012, la web está poblada de páginas que animan a incendiar la llanura antes de que se apague el gran conmutador, pero también de una serie de blogs y webs de organizaciones antisectas que existen en todo el mundo: hay una de ámbito hispano que se llama Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas. Esta agrupación, junto a la francesa Misión interministerial de vigilancia y lucha contra las derivas sectarias, o la estadounidense American Family Foundation cuentan, en muchos casos, con el respaldo de la Iglesia Católica (o de cualquier iglesia que intenta no parecer una secta) para realizar sus denuncias. También en el mundo de las sectas, la más grande se come a la más pequeña. Es una cuestión de cantidad. Y la mía es más grande que la tuya.

CERO

Si yo tuviera que establecer mi propia secta, esta sería un modelo nuevo y mejorado respecto a los preexistentes. Para empezar yo sería la matriarca, con lo cual pasaría a ocupar un lugar singular dentro del amplio universo sectario, siempre dominado por hombres. Por eso de las formas —¡se trata de una secta!— utilizaría todos los recursos a mi alcance para lavar cerebros, manipular creencias, y anular cualquier forma de pensamiento crítico, pero me relajaría en términos de aislamiento. Es decir que mis seguidores podrían ver la tele, consultar su correo o reunirse con sus familiares no miembros. Buscaría donantes y mecenas poderosos, porque mi secta sería de lujo. La mezclaría con un poquito de New Age, una pizca de Mesianismo Andino y otro poco de imaginería pagana indoeuropea. Con este cóctel explosivo me dedicaría como loca a captar adeptos, a reducirlos a mi voluntad y a revelar mi mensaje. Y ellos me estarían agradecidos porque el mensaje sería: el ojo que todo lo ve / los peces caen del mar / los muertos volverán / es el fin del mundo, nada más.

Escrito por Gabriela Wiener
Ilustrado por Matías Tolsà