Editorial
Pasan las pandemias, quedan los freelance
Cada vez nos costaba más que los autores entregaran a tiempo o se comprometieran a dar lo mejor. Lo conseguíamos (ustedes saben que sí, porque tienen las revistas anteriores), pero a veces con reprimendas de preescolar.
«¡Ey, caramba, que les estamos pidiendo un trabajo desde la mítica revista Orsai!», les decíamos, y entonces volvían en sí y se ponían las pilas. Más tarde descubrimos que no era desgana, porque nos empezó a pasar a nosotros también: alargábamos los tiempos de entrega, cometíamos errores que antes jamás, dejábamos de ser puntillosos. ¿Pero por qué? La razón un día cayó de madura: la mayoría somos freelance, una palabra inglesa que en nuestros países se traduce como «malabarista». El freelance es un autómata al que han reprogramado para que solo pueda decir «sí, acepto el trabajo» cuando sabe que no podrá cumplir con la tarea ni entregarla a tiempo. El freelance debe decir que sí y además creérselo, igual que aquellos que vivieron una guerra siendo jóvenes, y ahora guardan el pan duro por las dudas. Y así estuvimos durante toda la segunda temporada de Orsai: trabajando codo a codo con el nuevo artista de este siglo, que cuando no entrega tarde entrega a medias, y siempre pide disculpas con tanta sinceridad y amor que nos recuerda a nosotros mismos. Porque no es que ellos son freelance y nosotros terratenientes. Todos hacemos malabares para equilibrar nuestra vida y nos encantaría tener un poco más de tiempo para hacer lo que nos gusta.
Y entonces, un día, cuando ya no sabíamos cómo solucionar el entuerto,
llegó una pandemia. ¡Ah, qué placer más enorme! En esta edición todos
entregaron a tiempo, nadie nos pidió dos semanas más, los trabajos llegaron con triple edición y se notó desde la primera hora una dedicación desmedida, obse, rayana con el delirio místico. Posiblemente esta ha sido uno de los números más fáciles de componer, porque no debimos lidiar con el nuevo trabajador freelance que hace malabares con siete entregas, sino con el viejo artista del siglo veinte, el borracho en pijama, el que conversaba consigo mismo en las madrugadas insomnes, el que plasmaba sus ideas y pintaba el mundo con un talento personal.
Queridos lectores, disfruten de esta edición porque posiblemente sea la
más sosegada y talentosa que hemos hecho. En lo personal, agradezco a la
pandemia este hallazgo sobre el trabajador freelance, que nunca hubiera hecho sin la ayuda del encierro. Es un gran descubrimiento saber que los escritores y los dibujantes de este siglo pueden tener muchos trabajos mal pagos sin problemas: no era eso lo que les provocaba la dispersión y la impuntualidad. El problema es que salían, bebían, cogían y pasaban fines de semanas en la costa, en lugar de estar escribiendo o dibujando para Orsai.