Nahir Galarza lee a Bukowski en la cárcel de Paraná
Nahir Galarza sale de Tribunales. Télam.

Crónica policial

Audio RevistaOrsai.com Nahir Galarza lee a Bukowski en la cárcel de Paraná

Aquí la primera parte de una crónica en dos actos que Rodolfo Palacios nos entregará durante marzo. Nuestro especialista en policiales se hizo amigo de Nair Galarza y empezó a conversar con ella. «Descubrí en Nahir cierta ternura o inocencia, una nostalgia pegajosa», nos dice. Y relata esos encuentros para Orsai.

Nahir Galarza se enoja conmigo. Es jueves 21 de febrero de 2019 y llevamos cinco minutos hablando por teléfono. Pero más que una charla parece un monólogo de ella. Cuando la interrumpo, me dice:

—Pará. Hay cosas que hablamos que son privadas… O si las vas a contar, avisáme. Dejá de publicar si tengo novio o no —me advierte—. ¿Hacés policiales o chimentos? O contar si soñé que me perseguían monstruos y luego me levanté y lo escribí en una libreta. O si me peleo con una compañera. O si me mandan cartas. O qué hago cuando no puedo dormir. O si veo tele o escucho a Soda Stereo o a Cerati solista… Ah —me dice, casi al borde de una indignación impostada que hasta podría mutar en risa—, encima la última vez que me viniste a visitar me dejaste un libro de poemas de un tipo muy degenerado.

Pienso, hago memoria. Y aparece la respuesta en forma de pregunta.

—¿Bukowski?

—Sí, ese. Escribe lindo, pero todo el tiempo habla de sexo. Tenía la idea fija el viejo ese.

En ese momento no supe qué hacer. Cada vez que visité a Nahir le llevé libros. Ella misma me habló de eso en una de las primeras entrevistas; la tengo grabada:

«Siempre me gustó escribir y leer también. A los cinco años aprendí a leer y siempre, siempre me gustó leer novelas, de diferentes temas».

Después de aquello le llevé los cuentos de Cortázar, Los Siete locos  y Los Lanzallamas  de Roberto Arlt; Oración, de María Moreno, sobre Rodolfo Walsh; La interpretación de los sueños de Freud; El hombre y sus símbolos, de Carl Jung. Pero recordé que el libro de poemas de Bukowski era mío y se filtró con los otros que le dejé en una bolsa, en la mesa de entradas de la cárcel de mujeres de Paraná. 

Allí está detenida por matar de dos balazos a Fernando Pastorizzo, el 29 de diciembre de 2017 en Gualeguaychú, situada a doscientos treinta y dos kilómetros de Buenos Aires. La joven de veinte años jura que fue un accidente, aunque dice que su exnovio la maltrataba. La Justicia la condenó a perpetua. 

Nahir Galarza y Fernando Pastorizzo. Selfie.

—¿Lo leíste todo?

—¿A Bukowski? Sí. Porque me terminó atrapando al final. El poema del tipo de los lindos ojos al que le prenden fuego la casa. El del viejito que muere y siempre escuchaba la misma canción y al final rompen el disco porque era su canción. El de la gente de la calle.

—Te quejas pero te gustó leerlo…

—Sí, pero es un sexópata ese hombre. Hasta quiere meterse en la cama con una mujer que nunca vio ni tocó. 

—«Un poema casi inventado»…

—Sí, así se llama el poemita.

Miro la misma edición que tengo en casa, amarilla, casi pirata, prologada por Enrique Symns (esa que dice «no escribas si la vida no amenazó con aplastarte con todo su peso») y abro una página al azar.

Leo:

«…luego me lava la polla:
‘oye, ¡esto sigue duro!’
luego me lava el vello de ahí abajo,
la tripa, la espalda, el cuello, las piernas,
yo sonrío sonrío sonrío,
y después la lavo yo a ella…
primero el coño,
me pongo detrás, mi polla en sus nalgas
suavemente enjabono los pelos del coño,
lavo ahí con un movimiento suave
tal vez me detenga más de lo necesario,
luego las piernas por detrás, el culo,
la espalda, el cuello, la hago girar, la beso,
enjabono los pechos, luego la tripa, el cuello,
las piernas por delante, los tobillos, los pies,
y luego el coño, una vez más, para que me dé suerte…»

«La ducha», Charles Bukowski

Imagino a Nahir leyendo ese poema (diciendo para sus adentros follar, coño, polla) y sé que Symns, por ejemplo, escribiría un relato erótico con esa escena: ella leyendo a Buko  acostada en la cama de su celda. Pero a mí me da pudor. Tampoco la imagino leyendo Alicia en el país de las maravillas. O sí.

La imagen que construí de Nahir, a partir de mis encuentros con ella, es muy distinta a la que tienen muchas personas que conocieron el caso en los medios. Donde aparecía como una chica fría, sensual, bella, cínica, seductora. Maléfica.

Descubrí en Nahir cierta ternura o inocencia, un dolor apagado que quizá lleva desde hace mucho tiempo. Una nostalgia pegajosa. Una sonrisa transparente. Una especie de dulzura. 

Todo eso también puede caber en alguien que fue capaz de matar por la espalda. 

Ella misma sería un poema de Bukowski: la chica linda de pueblo con un padre policía que solía dejar la pistola arriba de la heladera. Un muchacho obsesionado con ella y ella quizá obsesionada con él. Una relación con más sexo que amor. Dos tiros en medio de una madrugada en una ciudad donde hay personas que duermen con las ventanas abiertas y las puertas sin llave. Bares y boliches al costado del río. Un bodegón con fonola. El carnaval. Cuadreras de caballos y apostadores.

 ¿Cómo lo contaría Bukowski?

Pero reconozco que los poemas de Raymond Carver hubiesen sido mejor para Nahir. O los de Olga Orozco. Pero ya es tarde. La imagino contándole a su padre policía que le dejé un libro degenerado.

Imagino que su padre dice: «Canalla, a Robledo Puch, que se cargó a once, seguro no le dejó libros de ese tipo». Aunque recuerdo que una vez al llamado Ángel Negro le dejé Balada de la cárcel de Reading, de Oscar Wilde y A sangre fría  de Truman Capote.

Tiempo después, Robledo me escribió por carta: «Dejá de mandarme libros de esos tremendos homosexuales, ¿te pensás que soy homosexual, o el homosexual sos vos?».

De ahí en más solo le llevé libros de Perón.

Siempre voy a preferir que se enoje conmigo Nahir antes de que lo haga Robledo Puch. 


Siguiente capítulo: «Pobre Nahir: sueña conmigo».