Un dibujante y un escritor se teletransportan al Amazonas
El rey de la selva. GETTY.

Relato de ficción

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Ya nos quedó claro qué pasa cuando un escritor uruguayo y un ilustrador argentino se ponen de acuerdo para coquetear con la teletransportación: delirio. Esta es tercera y última entrega del experimento que tiene a Nacho Alcuri en el papel del uruguayo que escribe y a Gustavo Sala como el argentino que ilustra.

GUSTAVO: Nacho, tengo miedo. ¿Qué es este lugar húmedo, lleno de mosquitos, un calor insoportable y animales salvajes peligrosísimos?

NACHO: Podría ser la entrepierna de mi abuela o la selva amazónica. Y como esto no huele tan mal, calculo que es la selva.

GUSTAVO: Selva se llama tu abuela, ¿no?

NACHO: Se llamaba. Ahora está en un residencial y no la llamamos más. Lo importante es que llegamos al Amazonas, destino final de nuestra primera gran aventura. ¿Qué tenés ganas de hacer?

GUSTAVO: ¿Hay cines acá? Todavía no vi «El irlandés», de Scorsese.

NACHO: Acá en este árbol hay un programa del cine. A ver… Sí, casualmente están dando «El irlandés» acá a la vuelta. Pero empezó hace seis meses, así que debe ir por la mitad.

GUSTAVO: Dicen que la mitad del presupuesto se lo gastaron en rejuvenecer digitalmente a De Niro y Al Pacino.

NACHO: La otra mitad la gastaron en rollos de film. Pero basta de chistes con lo larga que es «El irlandés». Tenemos una jungla entera para recorrer. ¿Te parece ir por aquel caminito?

GUSTAVO: ¿El que dice «Peligro de muerte seguro» o el que dice «Asesinos y reducidores de cabezas»?

NACHO: El de los reducidores de cabezas, obvio. ¿Sabías que a los cinco años usaba las boinas de mi abuelo? Y en la murga tenía el gorro más grande de todos, y eso que a uno lo apodaban «el Cabeza». Necesito que algún salvaje me deje el cráneo de tamaño normal.

GUSTAVO: No sé por qué ser cabezón esta tan mal considerado. En la cabeza está el cerebro, que es el lugar donde almacenamos todo nuestro conocimiento. Cuanto más cabezón, más inteligente. Yo iría a un aumentador de cabezas.

NACHO: ¿Y si directamente nos intercambiamos las cabezas? Eso sería más sencillo. Pero luego deberíamos cambiar los cerebros, si no yo me quedaría con tu cuerpo y ya estoy muy acostumbrado al mío.

GUSTAVO: Estoy harto de tener toda la vida el mismo cuerpo; yo tengo este que ves ahora desde que era un bebé. Un bebé de 105 kilos.

NACHO: Bueno, entonces el procedimiento es más sencillo. Solo hay que intercambiar nuestros cerebros. Vos tendrías mi cabeza gigante y mi pene de similares dimensiones y yo… Bueno, yo estaría demostrando lo buen amigo que soy.

GUSTAVO: Si fueras tan buen amigo matarías al león que me está comiendo la pierna derecha.

NACHO: ¡Tranquilo, Gustavo! Quedate quieto. Tengo dos buenas noticias para darte. La primera es que ese león ya se cansó de comerte tu pierna derecha. La segunda es que debemos estar cerca de la civilización, porque no hay leones en el Amazonas. ¡Ah! También hay una noticia mala: el león te está comiendo la pierna izquierda.

GUSTAVO: Ah, menos mal. Porque no hubiera soportado quedarme con una sola pierna, pero quedarme sin ninguna está todo bien. Por lo menos quedás parejo. Y tenés razón, no hay leones en el Amazonas, se debe haber escapado de un circo…

NACHO: Ahora que lo decís, siento música de circo. Al principio creía que eran las voces en mi cabeza. Las mismas que me dicen que le prenda fuego las cosas, que siga trabajando con vos… Todos excelentes consejos.

GUSTAVO: De acá veo payasos dando lastima, elefantes muertos de hambre, niños equilibristas explotados y domadores maltratando leones, debe ser un circo.

NACHO: Eso o un semáforo en Montevideo. Los artistas callejeros son cada vez más completos. ¡Entremos a ver la función!

GUSTAVO: Ayudame que me quede sin piernas y no puedo caminar. ¿Me llevas a upa?

NACHO: Arriba… ¡Ugh! Bueno, suerte que la entrada del circo queda solamente a treinta centímetros del lugar en el que estoy parado. A ver el primer pasito… No. No puedo. Vamos a tener que acampar acá.

GUSTAVO: Dale, Nacho, no seas miserable, ¡haceme upa! ¿Querés que me coman los brazos también para ser merecedor de tu misericordia? ¡Insensible!

NACHO: Bueno, está bien. Al menos con brazos sos algo parecido a una mochila. Ahí tenés. Ahí tenés a tu circo. ¿Te gusta?

GUSTAVO: Sí, y justo entramos en mi acto preferido: los payasos desnudos comiéndose al elefante Rogelio.

NACHO: Qué acto tan específico, que calculo que se hará una sola vez. ¿O van comiéndose a Rogelio por partes?

GUSTAVO: Todos los elefantes se llaman Rogelio. Ellos no pierden el tiempo como nosotros los humanos, que necesitamos un nombre distinto para cada ejemplar. Y así todos los animales: todas las jirafas se llaman Noelia, todos los chanchos se llaman Roberto, etcétera.

NACHO: En mi barrio es al revés. Yo tenía un canario que se llamaba Ruben, y mi vecino Nacho tenía un canario que se llamaba Ricardo. Mi abuela Nacho también tenía un canario, que se llamaba Raúl. Así que todos los humanos nos llamábamos igual. Nos reconocemos por la cara.

GUSTAVO: ¡Uy! ¡Ahí viene mi otro acto favorito! El elefante Rogelio comiéndose cuatro payasos. Desnudos.

NACHO: Un poco repetitivo esto del circo. La verdad es que recorrería el resto de la selva, de no ser porque tendría que llevarte a upa todo el camino.

GUSTAVO: A mí me gustan los payasos únicamente cuando duermen.

NACHO: Entonces no mires. Porque parece que están durmiendo, pero es difícil dormir con todas las tripitas para afuera.

GUSTAVO: No están dormidos, están muertos.

NACHO: Es exactamente lo que te acabo de decir.

GUSTAVO: Uy, mirá. El león que me comió las piernas me las está devolviendo. Las mías y las de un montón de otra gente. ¿Qué hago con tantos pares de piernas?

NACHO: Podés ponértelas y convertirte en un ciempiés humano, pero sin la parte de comer los excrementos de otras personas. ¡O ponértelas, subirme a upa y sacarme rápidamente de acá!

GUSTAVO: Te haría upa con todo gusto, pero el león sorete me está comiendo los brazos, así que lola.

NACHO: Hagamos así. Mientras vos te ponés tus piernas y te ponés dos piernas más en lugar de los brazos, yo voy a conseguir un vehículo para volver a casa. ¿Te parece?

GUSTAVO: Dale. Ya mismo me marchito la frente para volver.

NACHO: Listo, soborné al equilibrista y conseguí un helicóptero. Además es re silencioso: ni se escucha el motor y eso que está prendido y al ladito nuestro. Subite, vamos.

GUSTAVO: Ya me subí. Sabés manejar helicópteros, ¿no?

NACHO: Claro que no. Pero por suerte en la selva no hay inspectores que pidan la libreta de conducir.

GUSTAVO: Ah, qué lindo se ve todo desde acá. ¡Mirá! ¡Allá estamos nosotros escribiendo un dialogo sobre dos tipos que se ven a sí mismos desde un helicóptero!

NACHO: Saludalos. ¡Chau! ¡Chaaaaau!

GUSTAVO: ¡Chau! ¡La próxima vez sean más graciosos!

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