El Globo de la Muerte
Ilustración de Mariano Epelbaum para un cuento de Alcuri. ORSAI.

Relato de ficción

Audio RevistaOrsai.com El Globo de la Muerte

Este cuento es uno de los cinco que escribe el uruguayo Nacho Alcuri en la nueva Orsai que sale en febrero. Adelanto exclusivo con la voz del autor e ilustración de Epelbaum.

Un cuento de Ignacio Alcuri
Ilustrado por Mariano Epelbaum

Desde que los animales fueron prohibidos, la principal atracción de los circos es el Globo de la Muerte, esa esfera hecha con fierros en cuyo interior varias motos giran sin tocarse. Yo era el mejor motociclista entre los cuidadores de leones, así que cuando despacharon a los felinos pude conservar el empleo y hasta tuve un aumento de sueldo.

Por razones que desconocía, aquella noche los ánimos estaban caldeados tras bambalinas. Debido a mi destreza, soy el primero que entra al globo, así que encendí mi vehículo y di unas veinte o treinta vueltas hasta que entraron dos motos más.

Como cada circo tiene su Globo de la Muerte, se hace necesario diferenciarse. Algunos lo prenden fuego, otros lo cuelgan de lo más alto de la carpa, y en el Circo Cranium nosotros le ponemos más gente adentro. Por eso el siguiente en entrar fue el enano Richard en su monociclo. Richard fue presidente de la Liga contra la Discriminación durante veinte años, y cuando cerró le ofrecieron ser ayudante de Papá Noel en un shopping, mascota de una hamburguesería o enano de circo. Eligió el menos indigno, y lo que pedalea con esas patitas chuecas no tiene nombre.

Con un timing perfecto entró el payaso Repollín, conduciendo uno de esos autos diminutos en los que entra mucha gente, aunque él iba solo y con el rostro desencajado. Por señas les pregunté a los motociclistas si sabían lo que pasaba y ellos me respondieron levantando sus dedos índice y meñique. «No es tiempo para el rock and roll», pensé.

El globo se seguía llenando. Primero llegaron los equilibristas, que corrían porque siempre tienen que ser los mejores en todo. Luego el camión con zorra que lleva la gigantesca carpa de una ciudad a otra. Y al final la lujosa 4×4 con el logo del circo pintado en la puerta, conducida por Ernesto Cranium, el dueño de todo esto.

Como cada circo tiene su Globo de la Muerte, se hace necesario diferenciarse. Algunos lo prenden fuego, otros lo cuelgan de lo más alto de la carpa, y en el Circo Cranium nosotros le ponemos más gente adentro.

Cranium no viajaba solo; en el asiento del acompañante estaba Mirtha, malabarista de profesión y esposa del payaso Repollín, riendo de los pésimos chistes que contaba el conductor. «Los cuernos», dije para nadie, ya que adentro del Globo de la Muerte solamente se escuchan ruidos de motores y pasitos de equilibristas.

Si yo me cruzaba con la 4×4 a cada segundo, quedaba claro que Repollín también lo hacía, por lo que me dirigí a mis compañeros y les pedí que mantuvieran la calma o nadie saldría vivo de allí, lo que se cumplió parcialmente.

Cuando vimos el autito de payaso sin chofer, imaginamos que su conductor estaría buscando algo en la guantera o en los espaciosos asientos de atrás, hasta que un grito desvió nuestras miradas a la camioneta, en la que Repollín y el señor Cranium forcejeaban con un arma ante la aterrada mirada de Mirtha. Nunca supe si el payaso gatilló o si se disparó sola, pero la sangre abdominal del dueño del circo salpicó el visor de mi casco y casi me hizo perder el equilibrio.

Todo pareció ocurrir en pocos segundos y es porque efectivamente así fue: la malabarista se arrojó por la ventana del vehículo y jamás volvimos a verla. Cranium se desangraba y Repollín, perdido por perdido, quiso huir con la recaudación que el dueño del circo siempre llevaba consigo. El plan era casi perfecto, porque la 4×4 era veloz y tenía el tanque lleno, pero jamás llegaría a la frontera si permanecía dentro de esa esfera inmóvil de cinco metros de diámetro.

No tuvo tiempo de analizar su error, ya que Cranium dio un volantazo justo antes de morir y se dieron de frente contra el elefante, explotando en una nube de fuego. Los motociclistas, el enano, los equilibristas y el chofer del camión resultaron ilesos.

Sí, yo sé que los animales estaban prohibidos en el circo, pero antes de que entrara en vigencia la ley, el elefante dormía encadenado dentro del Globo de la Muerte. Y cuando le sacamos la cadena, se quedó ahí.

Un cuento deIgnacio Alcuri
Ilustrado porMariano Epelbaum

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