Carta de una venezolana harta, a sus amigos argentinos
Ilustración de Norman Rockwell, 1959. The Jury Room.

Columna de opinión

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Encontramos una carta en Facebook de Victoria Sequera, una inmigrante que vive en Argentina desde hace ocho años y está un poco harta del «argensplaining», esa manía del argentino de explicarle a los venezolanos qué pasa en Venezuela.

Texto y voz de Victoria Sequera
Versión larga en

Facebook de la autora

Ilustración fnal

Bernardo Erlich

Amigos argentinos y/o no venezolanos en general: creo que todos conocen (con más o menos desapego) lo que pasa en mi país. Al margen de la discusión política, les cuento algo simple sobre mí, que me fui hace ocho años y tengo esta tonada medio lavada y —con muchísima más probabilidad— sobre ese pibe venezolano que conociste en la facultad, que agregaste a Facebook o que te maneja el Uber desde hace un año, seis meses, dos días.

El último tramo de nuestra vida ha transcurrido viviendo en la tristeza del migrante; una tristeza finita que llevamos como una segunda piel, incluso cuando parece que somos felices.

Yo, al menos, creo que soy feliz y estoy triste: siempre. Y quiero ser cuidadosa con las palabras. No dije «la tristeza del migrante venezolano». No. Dije «la tristeza del migrante», porque aprendí a sentir —después de mucho pensar y de mucho escuchar, sobre todo— que no somos los primeros y no seremos los últimos.

Hago esta salvedad porque no quiero debatir sobre mi patria, su dolor, el origen de ese dolor, la magnitud de ese dolor, el valor de ese dolor. Quiero hablar sobre cómo se siente, de este lado, eso que para ustedes es un titular.

Además de las inconmensurables dificultades que atraviesan quienes permanecen en el país, la mayor parte de los que estamos afuera coexistimos con la tragedia de tratar de que nuestras familias coman tres veces al día.

Todo, a veces, puede ser una pesadilla.

No hay vía legal real para enviarles ayuda económica que sirva, así que podrán imaginar el desgaste al que nos enfrentamos. Las posibilidad de acceder a documentación venezolana es escasa o nula, y es justamente eso lo que impide que miles de nosotros pueda acceder a la documentación legal argentina, uno de los países con las leyes migratorias más flexibles del mundo.

A fuerza de estar regados por ahí, a diario somos testigos de gravísimas denuncias de xenofobia que ustedes no ven porque el volumen de venezolanos que conocen es mínimo, aunque les parezca enorme.

Pongamos a Argentina de ejemplo: busque cualquier noticia sobre mi país, en cualquier portal que no sea su medio de comunicación amigo con conciencia social, haga scroll y lea los comentarios.

Esa aberración momentánea para usted, es nuestro día a día. Desde nuestros padres pidiéndonos medicinas de las que dependen sus vidas hasta un partido de fútbol Sub 20 en el que Díaz, de Chile, le grita «muerto de hambre» a Bonilla, de Venezuela.

Todo, a veces, puede ser una pesadilla.

No pretendo que nadie lo entienda ni lo dimensione; no vengo a hacerme la refugiada Siria porque tengo la panza llena: pero estoy herida por costados que no imaginan cuando se sientan conmigo en la mesa. Estamos heridos.

Con esto quiero decir que me gustaría que, por delante de lo apasionante  que debe resultarles el debate por estos días, hagan un micro ejercicio de humanidad. Al menos en este tiempo confuso de gente en las calles y hermanos muertos.

Antes de increparnos con un «¿Te parece democrático lo que pasa en tu país?», pregunten si nuestros padres, hermanos y amigos están bien. Antes de hacernos elegir entre «Maduro o el imperio» como culpable del hambre, piensen que el hambre de nuestras propias familias es dolorosa y confusa, y pregunten mejor si pueden ayudarnos con algo.

Antes de buscar debatir (al menos conmigo) sobre lo que pienso, fíjese si no pasé cuarenta y ocho horas sin dormir, viendo represión y muertos, lejos de los que amo, a través de un celular.

Antes de agarrar a su venezolano de turno y afirmarle en la cara que «lo otro es peor» piensen que para muchos de nosotros lo peor  puede estar siendo cortar una llamada con la voz de una madre coreada por disparos.

Con esto les quiero decir, amigos, es que sean cuidadosos. Es que antes de buscar debatir con nosotros, pregunten si estamos emocionalmente preparados para hacerlo.

Sepan que «¿Preferís que USA invada a Venezuela?» es una pregunta monstruosa. Sepan que han pasado 8 larguísimos años desde mi camada migratoria  con educación superior. Hoy «mejor calidad de vida» es «tratar de seguir con vida» y eso, pienso, tiene que ser aterrador.

Explicar lo que sucede en Venezuela es un poco más complejo que un mensaje de WhatsApp y requiere un ejercicio incómodo y doloroso para nosotros.

Lean bien ese meme antes de compartirlo; redacten bien la invitación a sus foro-debates sobre un país que no pisaron jamás. Estamos heridos y no es culpa de ustedes, yo lo sé, pero no es tan difícil no tirarnos sal. Sus opiniones de Facebook no transforman nuestra realidad. Las mías tampoco. 

Así que hagan lo que quieran: sean polémicos, opinen, opinen incluso sin saber (no hay que ser capacitista). Lleven con orgullo una remera de Maduro y una gorra tricolor. Pero también sean un poco más humildes, un poco más nobles y porten, con el mismo orgullo, su desconocimiento y su comodidad.

Explicar lo que sucede en Venezuela es un poco más complejo que un mensaje de WhatsApp y requiere un ejercicio incómodo y doloroso para nosotros.

Sin embargo, siempre que se acerquen amorosamente y estén dispuestos a comprender los lugares intelectuales que se desdibujan por la tristeza, acá estoy.


Nota: El neologismo «argensplaining» con el que arranca el copete de esta carta no es invento nuestro. Lo leímos por primera vez en una viñeta de humor que el gran tucumano Bernardo Erlich publicó la semana pasada en Clarín.

Texto y voz deVictoria Sequera
Versión larga en

Facebook de la autora

Ilustración fnal

Bernardo Erlich