Bestiario para ser joven
Fotograma del film «La Juventud» de Paolo Sorrentino.

Crónica introspectiva

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El hostigamiento de la industria publicitaria sobre cómo debería verse una mujer es tan bestial, que en algunos casos genera una gran confusión sobre la propia percepción de la belleza. Esto le viene sucediendo a la periodista Ana Prieto, que convirtió el martirio en un texto catártico y en su primer show de stand-up. Este es el resultado.

Escrito por Ana Prieto

Cada vez que digo que acabo de cumplir cuarenta y cuatro años alguien acota “no parecés”. Suelen anunciarlo como un cumplido, cuando todos sabemos que lo que me están diciendo en realidad es: “ni ahí se nota tu inconmensurable edad” o “qué vieja estás, ¿cómo hacés para disimularlo?”

En cuanto a mí, no sé si doy de 35, 40 o 50. No sé cómo es mi cara en términos, etarios. No sé si debería ser más chupada o más redonda ni si lo que tengo alrededor de los ojos son arrugas o “líneas de expresión”. No sé cuáles son mis filtros de la vida real ni tampoco cuáles deberían ser. Cuando me miro al espejo veo una imagen expresionista de piezas móviles y textura indefinida. Y llámenme influenciable, pero puedo señalar a los culpables de ese estado de confusión: son los mensajes publicitarios que me hostigan en 360 grados desde pequeña con su percepción particular acerca de cómo debería verme, y en virtud de los cuales ya perdí el criterio y no sé cómo debería verme. ¿Al estilo de Moria, tal vez? ¿Debería más bien acercarme a Calu? ¿Debería en cambio lucir como el pequeño Mirko?

Nada de lo que escriba a continuación va a interpelar demasiado a la mayoría de los hombres. Nadie, después de todo, parece tener como misión existencial obligarlos a vivir en un estado de eterna juventud. Cuando ven televisión ningún señor de melena frondosa atraviesa cada cinco minutos la pantalla intentando venderles un tónico para revertir la calvicie. Cuando caminan por la calle no se topan cada veinte metros con afiches gigantescos en los que aparece un muchacho con los abdominales marcados intentando venderles una crema para reducir la panza cervecera. Y cuando entran a Farmacity no se encuentran con góndolas y góndolas de tratamientos para levantar esos huevos que se les están viniendo abajo con la edad. Por dar solo algunos ejemplos.

¿Pero saben ustedes cómo vivo? Levanten sus cabezas libres de procedimiento estético alguno y aprecien el esfuerzo denodado, coordinado y permanente que existe para venderme cremas. Sí. Cremas limpiadoras, desmaquillantes, exfoliantes, hidratantes, humectantes, reafirmantes, reductoras, revitalizantes, regeneradoras, para piel normal, para piel grasa, para piel mixta, para piel sensible, para piel agrietada, para piel castigada, para piel de naranja, para cuello, para escote, para manos, para culos chatos, para pies secos, para piernas cansadas, para reducir las arrugas, para reducir las estrías, para reducir la celulitis, para reducir las manchas, para esquivar las balas, y me estoy quedando corta. Sepan, además, que si yo quiero lucir como el pequeño Mirko debo comprármelas todas.

Las propiedades delirantes

Si hay algo que me resulta particularmente fascinante de la industria publicitaria que se dedica a vender cremas son sus promesas delirantes. Por ejemplo:

“Dos años menos en dos meses”

Me tomé el trabajo de sacar la cuenta con ayuda de una calculadora y concluí que, si hoy mismo empezara a ponerme esa crema y perseverara a diario durante treinta meses, al cabo del mes treinta debería dejar de tomar alcohol, volver a vivir con mis padres e inscribirme en séptimo grado. Y si en un acceso de audacia decidiera usarla durante treinta meses más, volvería al vientre materno y ya no tendría que depilarme. Win-win.

No hay que hacer un gran ejercicio de memoria para recordar que hasta no hace mucho tiempo las cremas tenían propósitos más moderados; aspiraciones, digamos, más austeras. Antes solo tenían “nutrientes”. Hoy tienen “agentes ópticos”, “tensores dinámicos”, “péptidos de oro para arrugas gravitacionales” y “células madre de la flor buddleja davidii”. Una crema ha llegado tan lejos como para afirmar que contiene “filamentos de ADN que clonan la piel joven”. Hay que estar escandalosamente seguro de uno mismo para declarar algo así. Porque un filamento de ADN –recordemos– es una estructura molecular muy compleja que contiene buena parte de nuestra información genética y que existe gracias a millones y millones de años de evolución o, para los más creyentes, gracias a la mano prodigiosa de Dios. Pero ahora resulta que podemos conseguir esos filamentos dentro de un potecito en una perfumería de Cabildo y Juramento por 300 pesos. Es un milagro.

Y esa crema funciona así: te lavás la cara, te la esparcís con cuidado, te vas a dormir. Y durante la noche los filamentos detectan aquellas porciones de tu cutis que están bien, y hacen copy-paste al resto de la cara. Es una crema tremendamente buena cuyo efecto colateral es ser tremendamente inútil, y la parte triste es que nos la pueden vender porque son muy pocos los que saben decir qué es un filamento de ADN sin abrir la pestaña de Google.

Lucifer en la sede central

Otra cosa que me resulta fascinante de la industria publicitaria que se dedica a vender cremas es el regreso de Xuxa. Todos los que en los años 90 escuchamos sus homenajes a Horacio Quiroga y sus oraciones al diablo desconfiamos de esta reaparición, que en el mejor de los casos busca engrosar las filas de Satán y en el peor vender cremas con pentapéptidos inteligentes y efecto lifting. La ex reina de los bajitos es además responsable de una actividad llamada “desafío de la juventud”, que consiste en recibir a quince mujeres de distintas edades en una “sede central” (en el mundo de la industria cosmética a la fábrica de cremas no se la llama fábrica de cremas sino “sede central”), y emparejarlas con otras quince mujeres disfrazadas de científicas que les van a resolver “los problemas con el paso del tiempo”.

Con esos modernos trajes de laboratorio y esa sede central tan espejada cualquiera diría que la resolución al paso de los años involucra un DeLorean o un entrenamiento Jedi, pero no, solo involucra cremas. En cuanto a mí, me muero de ganas de que el desafío de la juventud abra una nueva convocatoria, postular, quedar, asistir y horadarlo por dentro.

Espero, por último, que la crema para esquivar balas se invente pronto y que, a diferencia de la crema con filamentos de ADN, funcione. Porque me falta poco para pertrecharme y disparar contra quienes desde su candidez pasivo-agresiva y desde su desprecio por el inevitable y a su modo maravilloso paso del tiempo, insisten en decirme, en continuado y a todo color, “no parecés, no parecés, no parecés”.



Escrito por Ana Prieto