Nunca supe que se llamaba Guzmán
Capitán, vigilando la tumba de su dueño. La Voz del Interior.

Relato de ficción

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Hace un tiempo se conoció la noticia de un perro, en Córdoba, que dormía todas las noches en el cementerio, al lado de la tumba de su dueño. El animal se hizo famoso en todo el mundo tras un documental de la televisión francesa. Entonces un día Hernán Casciari se preguntó: «¿Qué pensará ese perro? ¿Por qué estará realmente allí?». La respuesta, en esta historia.

Yo nunca supe que mi dueño se llamaba Guzmán. Me enteré por los periodistas. Y tampoco supe nunca que Guzmán estaba muerto. Es mentira que yo sabía. No me voy a andar haciendo, a esta altura, el perro inteligente. Si Guzmán estaba muerto o si estaba escondido es cosa de él. Capaz que estaba jugando, capaz que un día salía. Yo no sé cómo funciona un muerto. 

Yo soy un perro, y los perros entendemos de olores, nada más. No entendemos de muerte, ni de lealtad, ni todas las boludeces que dice el periodismo sobre mí, para llenar dos minutos del noticiero y hacer emocionar a las viejas. Los perros sabemos mucho, muchísimo, de olores. Mi dueño, Guzmán, tenía un olor dulzón cuando venía contento del trabajo. Y tenía otro olor, áspero, cuando venía triste. Eso es todo lo que sé. 

Yo lo podía oler cinco, seis minutos antes de que entrara por la puerta. Nadie lo olía como yo a ese hombre. Si Guzmán venía con olor dulzón a contento, yo enseguida agarraba la correa y me sacaba a pasear. Me hacía mover la cola que parecía una hélice yo.

«Vamos Capitán», me decía, «Capitán viejo y peludo», y yo me meaba. 

Pero si Guzmán venía con olor áspero a tristeza, entonces yo me agazapaba atrás de la puerta para hacerle alguna gracia y ponerlo contento. No siempre me salía. A veces me revoleaba una patada y se iba a dormir. Pero otras veces yo conseguía hacerlo reír. Qué se yo: me perseguía la cola, me masticaba una mosca en el aire, boludeces que hacemos nosotros los perros, cuando el dueño viene mal barajado. ¡Ah, lo que se reía ese hombre, cuando yo lo hacía reír!

Yo nunca supe que se llamaba Guzmán, ni que se había muerto. La historia fue así: un día lo esperé toda la tarde y no apareció.

«Qué raro», me dije.

Esa noche dormí en el zaguán. Al otro día tampoco vino del trabajo. Ahí ya me empezó a preocupar, porque no me había dejado comida para dos días. Y él no era así…

Esa misma noche cayó la exmujer a buscar ropa de él, y yo dije:

«Uh, esta mina otra vez».

Entonces cuando se fue la seguí. Me acuerdo que salió a pie derechito por Avenida Perón hasta que entró al Hospital Sayago. 

Y yo me pasé dos noches ahí afuera, sobre la calle Brasil, mirando la puerta doble del hospital, sin saber qué pasaba.

Me comí una paloma, tomé agua del charco. Asusté a unos pibes. Al otro día le ladré a una Citroneta. Y en un momento sentí el olor de Guzmán de nuevo, ese olor a dueño, lo sentí: más triste que nunca estaba ese hombre.

Miré para ese lado y unos tipos lo iban metiendo en una Fiorino blanca. Y me fui atrás de la Fiorino, al galope. Porque tenía un olor a tristeza Guzmán, a resignación, a formol. Y yo tenía que estar con él, yo tenía que ponerlo contento.

En una de esas la Fiorino paró y lo metieron a Guzmán en este agujero, y le pusieron tierra encima y después una piedra blanca. Y yo me quedé acá a ver si salía, como cuando me quedaba atrás de la puerta, en casa, los días que Guzmán llegaba del trabajo arrastrando los pies. 

No sé cuánto tiempo me habré quedado acá. Un año, cinco años. Qué sé yo. No somos de contar fecha, los perros, no tenemos ni idea… Además, no es nada del otro mundo hacerle el aguante al dueño. 

No sé por qué aparecieron los periodistas. Creo que boqueó la exmujer, Marta. ¡Qué escandalosa, esa mujer! Primero apareció un pibe de La Voz del Interior. Después llegó una chica de Clarín, de Buenos Aires. Y un día aparecieron los franceses a hacer el documental. Ahí ya se desmadró. Me filmaron sacando pecho, me lavaron el pelo con champú. Me hicieron famoso. Los otros perros de acá del barrio me decían Rin Tin Tin en la filmación. ¡Se burlaban!

Lo que culié esa semana… ¡no tiene nombre!

Y desde ahí cada tanto aparecen contingentes de gringos para sacarme fotos, y me dejan carne picada, me dejan chorizo. Me pusieron un collar… Una vez dos japoneses medio que me quisieron llevar con ellos, y le tuve que morder la gamba a uno.

Ni en pedo me iban sacar de acá.

Yo en el cementerio, hasta el final.

Yo, acá: hasta la muerte.

Mirá si un día se levanta del agujero, Guzmán, y yo no estoy para hacerle fiesta.



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