Francesca Woodman rompe la pared
Autorretrato de Francesca Woodman. National Galleries of Scotland.

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A treinta y ocho años del suicidio de la inquietante fotógrafa Francesca Woodman, Josefina Licitra nos recuerda a una clase de mujer con el botón del corazón demasiado fino

Letra y voz de Josefina Licitra
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El año pasado, buscando imágenes posibles para la portada de mi último libro [«38 estrellas», de Editorial Seix Barral] me empaqué con una foto que al final no prosperó. Era, en realidad, más de una.

Había una primera:


Una segunda:

Y hasta una tercera opción:

Pero todas estaban unidas por un mismo tono y una misma autora: Francesca Woodman; una estadounidense que murió a principios de los ’80 y que centró buena parte de su obra en explorar las formas en que el cuerpo femenino encarna las ideas de libertad, de ensueño y de opresión. 

Muchas de las ochocientas fotos que Francesca tomó a lo largo su vida son autorretratos donde una mujer —Francesca— se relaciona con una pared. Mi libro, «38 Estrellas», habla de presas políticas que se dan a la fuga, y es por eso que una persona atravesando un muro, agazapada contra un muro o envuelta en un empapelado rotoso me parecían resoluciones acertadas y poéticas para una historia que decía lo mismo que Francesca, pero lo hacía por otros medios.

En cualquier caso, mi idea no prosperó. La respuesta de la editorial fue que esas fotos eran confusas. Que los lectores, al verlas, no sabrían de qué estaba hecho mi libro (si era ficción o no ficción). Y que eso podía atentar contra la circulación del trabajo. 

Los tres argumentos eran razonables, así que acudimos a la única foto documental y con valor estético que teníamos del tiempo en que sucedió la fuga.

En ella se ve a dos mujeres saludando desde adentro de un patrullero y mostrando, sin proponérselo, las formas impensadas en que se pronuncia la felicidad cuando el contexto es oscuro. 

A pesar de estar en un móvil policial, las dos mujeres —las gemelas Lucía y María Elia Topolansky— están felices quizás por la vida que les tocó en suerte, tal vez por la gesta que vivieron, acaso porque están por quedar libres.

La imagen es histórica y vital, funciona a la perfección, y opera como el reverso verosímil, verificable, de las fotos que yo había imaginado para el libro. 

En sus cientos de autorretratos, Francesca también asoma por las ventanas de su propio encierro. Hasta que el 19 de enero de 1981 dio un paso más y tramó, ella también, su propia fuga. A los veintitrés años, saltó del techo de un edificio en Nueva York y quedó estampada contra el suelo como en esas fotos que sacaba donde el cuerpo se descomponía en la materia inerte.

Para algunos, esta muerte de carácter casi performático le dio hondura a una obra que, de otra manera, se hubiera entendido como la obsesión de una chica linda y loca por las selfies.

Sin embargo, cuando miraba su trabajo, cuando miraba su primer y extraordinario autorretrato, hecho a los trece años…

…imaginaba a Francesca hecha del mismo polvo que Diane Arbus o Alejandra Pizarnik: esa clase de mujeres con el botón del corazón demasiado fino o demasiado roto, a las que en algún momento la muerte se les vuelve una última posibilidad expresiva. 

Vuelvo a esta idea cada tanto, cuando miro mi libro con su foto que no fue. Y la tuve presente sobre todo ayer, cuando se cumplió un aniversario por la muerte de Francesca y pensé en lo difícil y admirable que es llevar el pensamiento al acto. También en eso, supongo, Francesca y las tupamaras se parecen bastante.

Letra y voz deJosefina Licitra
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