Day off o un día de campo siniestro
Una mujer trabajando de noche. BBC.

Abro hilo

Audio RevistaOrsai.com Day off o un día de campo siniestro

La abogada de un importante estudio jurídico con sede en Puerto Madero se queda después de hora para trabajar en una demanda. El caso es extraño y tienen ribetes delirantes. Mientras ella más se adentra en el expediente, más enrarecido se vuelve el clima de esa noche claustrofóbica e interminable, con la oficina en silencio total. Disfruten de este gran relato de la escritora Gisela Monti.

Un cuento de Gisela Monti

Tipo siete de la tarde cae a mi escritorio Martín, uno de mis jefes, blandiendo una carpeta rosa. Todavía no lo sé, pero esa carpeta me va a tener trabajando sin dormir hasta la mañana siguiente. Se acerca con cara de loco y la corbata desanudada, como quien tuvo un día larguísimo que va a finalizar justo en ese momento. Apoya delante mío la carpeta con la demanda que llegó hace cinco minutos y que vence mañana dos primeras.

Dos primeras significa las dos primeras horas del horario de Tribunales: de 7.30 a 9.30. También se lo llama plazo de gracia. Más allá de cualquier tipo de nombre florido que se le ponga quiere decir, en resumidas cuentas, que voy a ser yo la que se encargue de que la contestación de la demanda esté presentada mañana antes de las 9.30.

Mentalmente Martín ya se fue del estudio. Saca la llave magnética del bolsillo del saco mientras apoya la demanda en mi box.

—Gigi, esto vence mañana dos primeras, confío en vos —se agarra una galletita Sonrisas de mi escritorio, me saluda y se va. El monitor marca 19.30, pero yo sé que es más temprano. Cuando entré al estudio adelanté el reloj de la compu quince minutos para no atrasarme nunca. 

Ejercemos nuestro oficio de abogados desde un estudio jurídico enorme en Puerto Madero. Los socios accionistas del estudio tienen apellidos ilustres y jamás pisan la oficina. Defendemos Aseguradoras de Riesgos del Trabajo, las encargadas de brindar cobertura a los trabajadores que se accidentan o tienen enfermedades causadas por sus labores.

Aunque nos digan doctores trabajamos como esclavos: a veces de madrugada o muy temprano en la mañana, en provincia y en capital. También trabajamos incluso si tenemos el velatorio de un familiar cercano y aunque no funcione ni un solo ascensor de Perón 990. Perón 990 es el edificio en el que se alojan algunos de los Juzgados laborales de Buenos Aires y es famoso por la cantidad de veces en que se cayeron los ascensores. Con los abogados adentro, por supuesto.

El estudio está en el quinto piso de un edificio en el que nunca se ve el sol. Es una especie de casino con las ventanas selladas. El oxígeno entra exclusivamente por los conductos de aire acondicionado. Hay máquinas de café, golosinas gratis y hasta duchas. El título de abogado es la excusa perfecta para ser un esclavo de este prestigioso estudio, esclavo modelo deluxe.

Abro el cajón del escritorio y saco una crema Just de lavanda. Me la paso por las manos y las huelo, inhalo fuerte y aguanto unos segundos el aire. Silvia, la secretaria que me la vendió, me juró que el olor de la lavanda generaba una sensación de tranquilidad instantánea. No me hace nada. Exhalo y abro la carpeta del día a las 19.00: «Roca, Néstor y otros contra Navy S.A. y otro sobre accidente de trabajo in itinere». Los accidentes in itinere  son aquellos que el trabajador sufre en el trayecto entre su domicilio y su lugar de trabajo, siempre y cuando el mencionado trayecto no hubiere sido interrumpido o alterado por causas ajenas a la rutina laboral.

La carpeta es enorme para ser sólo una demanda y contiene los antecedentes de tres trabajadores: Néstor Roca, Ángela Jiménez y Alfredo Cáceres. La historia clínica de Néstor Roca es enorme. A partir de la fecha del accidente, recibió atención médica en cinco sanatorios más el Hospital del Mercedes, donde fue derivado al momento del siniestro. Al parecer tiene el corazón bastante delicado para tener 46 años, no fumar y tener apenas un poco de sobrepeso. En su historia clínica figura también el tendal de psicólogos y psiquiatras que lo atendieron a partir del hecho.

Es tarde. En cualquier otro caso pondría el piloto automático y sacaría mi speech prearmado sobre lo difícil que resulta probar que el estrés es directamente una causa laboral, que es más bien concausal teniendo en cuenta que no vivimos en Suiza justamente, por lo que cualquier persona que pise este humilde territorio está expuesta a quedarse seca del odio y la tristeza y que ello, querido trabajador, no es indemnizable. Pero el caso de Néstor Roca supera ampliamente cualquier jurisprudencia.

Los otros dos trabajadores recibieron atención médica por vómitos, diarrea y un supuesto ataque de pánico. Pero pudieron continuar con su vida y, lo más importante, con sus labores, por lo que no perdieron el sustento económico que tanto nos importa a los abogados laborales.

La demanda tiene un post it  rosa con la letra desprolija de Martín que dice: LEER CON CUIDADO en mayúsculas, como si esa indicación me ayudara en algo. La hago un bollo y la tiro al tacho. Seguro que a esa hora Martín está jugando al Tenis con Gonzalo, otro de los socios del estudio, en el Lawn Tennis Club. Cuidado va a tener que tener él mañana con mi cara de orto. Ojeo la demanda sin ganas, primero por arriba. Si lograra activar el piloto automático simplemente agregaría los nombres de los trabajadores en mi contestación, reemplazaría los demandados y listo, pero en lugar de eso me detengo en el relato de los hechos.

HECHOS:

  • Que el día 10 de marzo del año 2010, siendo aproximadamente las 20:00, en el kilómetro 14, a la altura de la ciudad de Mercedes, los trabajadores antes nombrados han sufrido el accidente de trabajo in itinere  que a continuación se relata.
  • Que el día diez de febrero de 2010 el sector de recursos humanos de la empresa, dirigido por la licenciada Mariana Hollman, les comunicó personalmente a los trabajadores que exactamente un mes después, el día 10 de marzo del mismo año, se realizaría una actividad denominada «Day off» por intermedio de la cual los trabajadores serían transportados en una van de la empresa a fin de vivir un día de campo y una serie de actividades destinadas a fortalecer los lazos humanos. 

Cierro la carpeta un segundo para hacerme un mate. Tenemos un dispenser de agua caliente de Taragüí enorme, de esos que están en las estaciones de servicio, pero lo que me llama la atención no es eso, sino que Francisco está en el estudio a esta hora. Estamos casi solos. Queda Marcela, la recepcionista, pero está enfrascada en la revista de Avon, la estudia como si estuviera desactivando una bomba. Me acomodo el pelo y me acerco con mi termo a buscar agua. El levante de oficina es decadente, pero no tengo tiempo para histeriquear en otro lado.

Francisco es un rugbier al que le dicen Panchi, es rubio y físicamente perfecto. A veces se le mueve como una bolita en la mandíbula cuando habla y eso es hipnótico para mí. No sé qué dice, yo sólo estoy ahí para que mueva los labios, apriete apenas los dientes y se ría fuerte con esa risa y la bolita de la mandíbula suba y baje, suba y baje, mientras yo lo miro apoyada en la pared, haciéndome la sexy.

—¡Qué termo enorme! —le digo, al oído mientras le apoyo un dedo en la espalda. Lleva puesta una camisa celeste arremangada y tiene los brazos bronceados porque acaba de volver de Tailandia. 

—Sí, por suerte a esta hora siempre está lleno, porque durante el día no llega a cargar el agua para tanta gente.

Panchi carece de doble sentido, no lo hace de malo, nació en San Isidro. A veces quisiera secuestrarlo y que pasemos una semana en una pieza sucia de Constitución los dos solos, como forajidos. Tengo que volver al box, Néstor Roca y sus amigos me esperan en el escritorio y mi novio en San Telmo, para cenar en casa.

  • Que el día 10 de marzo siendo aproximadamente las 9:00, diez trabajadores de la empresa dentro de los cuales se encuentran los cinco que inician este reclamo, son recogidos en la zona del Obelisco por la van patente MEV134 conducida por el Sr. Hugo Leguizamón, chofer contratado por Navy S.A. exclusivamente para el traslado a un campo en la zona de Mercedes, donde se realizaría la actividad denominada «Day off». Arriban al Club de Campo llamado La Querencia, aproximadamente las 11:00. Los trabajadores son recibidos por personal jerárquico de la empresa y la Srta. Hollman, quien resulta ser hija de Rolando Hollman, uno de los socios gerentes de Navy S.A.
  • La primera actividad del día se denominó «Collaborative egg» y, según la misma, los trabajadores debían transportar un huevo desde una punta a otra de un camino de campo, encima de una cuchara, sin que se caiga. Se los dividió en tres equipos y a cada equipo se le otorgó una remera que lo representaría durante todo el día: CONFIANZA — VALOR — ENTREGA. Resultó triunfador el equipo ENTREGA, quien fue el único que no terminó con el huevo estallado en la tierra. Los trabajadores festejaron su triunfo y la Srta. Hollman les informó que el premio sería un voucher para tomar una clase de golf en la zona de San Fernando. No ahondaré respecto de la clase de premio ni tampoco pondré en duda en valor humano de someter a los trabajadores a esta clase de juegos, atento que ello no es objeto del presente juicio, pero sí destaco frente a Vuestra Señoría que las actividades que proponía la empresa no eran a simple vista las más tradicionales.

Miro el monitor. Son las 20:10 y escucho atrás mío un llantito débil pero sostenido. Pili está escondida atrás de una montaña de carpetas. Llorar en los estudios jurídicos es totalmente normal, el nivel de presión es tan alto que las lágrimas son una cuestión cotidiana. 

Pili tiene 22 años y es su primer trabajo. No tiene box y comparte una computadora con otros cuatro procuradores. Los procuradores son los chicos que estudian derecho y aún no son abogados, son el último orejón del tarro y a los que se les suele echar la culpa de lo que hace mal todo el resto del estudio.

—¿Qué hacés acá, Pili? —le digo mientras le acaricio el pelo castaño porque tiene la cabeza escondida entre los escritos.

—Es que me dejaron todo esto y yo no sé… no sé… por dónde empezar. Mañana no llego y tengo parcial y no me dieron el día y son las ocho… 

Mientras sigue llorando le separo tres escritos que realmente son urgentes, se los abrocho y le digo: 

—Mañana dejás estos tres y te vas a tu casa. ¿Trajiste esta campera sola?

—Sí —me dice mientras se seca las lágrimas sin entender bien.

—Ok, vamos a hacer lo siguiente: dejala colgada en tu silla, nadie se va a dar cuenta de que no estás. Acá nadie se da cuenta de nada. Andá tranquila, chau.

La subo al ascensor, vuelvo a mi box, marco el teléfono de seguridad y le digo que me voy a ir tarde, que no me apague las luces del quinto piso.

  • Luego de la mencionada actividad, siendo aproximadamente las 14:00, se realiza el almuerzo en el cual se sirve de entrada una picada de fiambres y quesos, y de primer plato una variedad de cortes de carne asada con vinos y gaseosas. Luego se procede a una mesa de postres en donde los trabajadores degustan una serie de platillos dulces, acompañados de una copa de champagne mientras se prepara la segunda actividad: una competencia de baile por equipos. En un escenario armado con tirantes de madera y chapas, toca para los trabajadores una banda de cumbia de los noventa denominada Ráfaga, cuyo líder es Ariel Pucheta, quien también resultaba ser cuñado de uno de los dueños de la empresa, atento estar en pareja con la hermana de López Ruiz, uno de los socios de Navy S.A.
  • El show de Ráfaga dura una hora y media, en la cual los trabajadores son evaluados por su performance de baile y el área gerencial de la empresa pone puntajes. Esta actividad es denominada «Navyshow» por ser la copia del conocido certamen de baile «Showmatch» a cargo del conductor televisivo Marcelo Tinelli.
  • La competencia resulta agotadora, hace calor y los trabajadores tienen libre acceso a bebidas alcohólicas. Resalto todo esto porque no es un dato menor el nivel de alcohol en sangre de los trabajadores, los cuales ven claramente disminuidos sus reflejos.

El teléfono fijo del escritorio me sobresalta. La llamada me entra directamente porque no hay secretarias a esta hora.

—Gorda, soy yo. No atendés el celular, ¿qué hacés ahí todavía? Es re tarde, ¿qué vamos a cenar?

Son las 20:30 y Esteban, mi novio, quiere saber si yo, que ni sé a qué hora voy a volver a casa, tengo pensado de qué nos vamos a alimentar ambos.

—Baby, ni idea, tengo que terminar una contestación para mañana, vos igual sabés abrirte una lata de atún, ¿no?

—Me pido una pizza entonces —dice y corta.

Con el tema de la comida resuelto, ya no le importa mi regreso. Gajes de la convivencia.

Mientras, yo busco la tarjeta magnética y me acerco a la máquina expendedora de alimentos chatarra. Saco un paquete de Lays y una Coca común. Paso por el escritorio de Panchi y le dejo un cartel hecho con resaltador rosa que dice «quiero arrancarte tu inocencia sanisidrense con los dientes». No pretendo que lo entienda.

  • Siendo las 19:00 y luego del agotador día de campo, los trabajadores vuelven a subir a la van. El sol ya está bajando y empieza a hacer un poco de frío. Una vez que están todos arriba y ya en la ruta, se apagan las luces de adentro. La van queda en silencio. En el kilómetro 14, a la altura de Mercedes, el chofer les anuncia que se desviará por un camino de tierra para «cortar camino». Ninguno de los trabajadores se opone, la mayoría duerme profundamente y los que están despiertos no le ven ninguna complicación a llegar más rápido a Buenos Aires. Al tomar por un camino de tierra, las luces de la ruta empiezan a quedar cada vez más alejadas, la oscuridad que rodea a la van es total, los trabajadores no saben distinguir bien el sitio justo, pero siendo las 19:45, la van se detiene en el medio de la oscuridad del campo de la provincia de Buenos Aires.
  • A lo lejos, se empieza a ver unas luces rojas, como las miras láser de las armas. Los trabajadores comienzan a despertarse al notar que la van se detuvo y se escuchan gritos a lo lejos que se acercan hacia ellos. Las luces de las miras láser rojas rodean la van. Cuentan cuatro o cinco, pero podrían ser más. Nadie toma conciencia del peligro de la situación, incluso algunos ríen y hacen chistes sobre sus patrones, que lo único que falta es que aparezcan disfrazados de extraterrestres.
  • Néstor Roca parece ser, hasta el momento, al único al que la situación no le causa gracia. Intenta desesperado bajarse de la van, abre la puerta y sale corriendo en la oscuridad. Al minuto comienzan a escucharse gritos de terror del trabajador y de una voz masculina que dice «ya tenemos a uno». Ante tal situación, el resto de los trabajadores comienza a alarmarse. Varios también intentan salir de la van, pero esta vez la puerta está cerrada.

—Mamita, me voy. ¿Estás segura que te vas a quedar sola acá? ¿No podes terminar mañana? —me dice Marcela, la recepcionista, cortando el clima de película de terror en el que me había sumergido. 

Levanté apenas la vista de los papeles, aproveché para tomar un sorbo de Coca Cola caliente y le dije:

—Marce, me tengo que quedar, mañana hay que presentar la contestación de esta demanda sí o sí.

—Ah, bueno mi amor, avísame mañana si vas a querer algo de Avon, ¿sabes? La chica del noveno pasa a la tarde y ya se lleva la revista con los pedidos.

—Anotame con un labial, cualquiera que me elijas vos va a estar bien —le digo dispuesta a volver a lo mío.

La realidad es que odio Avon, solo le compro a la chica del noveno porque me da culpa no comprarle, como hace la mayoría. Salvo Marcela, ella compra Avon con convencimiento. 

El silencio de la oficina a las 21:30 es abrumador, pero no más abrumador que el silencio de diez personas arrodilladas a punto de ser, supuestamente, fusiladas.

  • La combi empieza a ser golpeada con lo que parecen ser culatas de armas. «¡¡¡Bajen, hijos de puta, bajen!!!», gritan seis hombres vestidos con uniformes militares. Las puertas de la van se destraban, bajan uno por uno. «¡¡¡Manos a la cabeza!!!», grita un pelado alto al cual no se le llega a distinguir bien la cara. «¡¡¡De rodillas, hijos de puta!!!». Empujan a los trabajadores y éstos se arrodillan en la tierra. Mientras tanto, al trabajador Néstor Roca, uno de los maleantes lo sostiene de los pelos y grita: «¡¡¡Lo que vamos a hacer con él es lo mismo que vamos a hacer con ustedes, se van a morir como ratas, hijos de puta!!!». Mientras, le apunta al señor Roca en la cabeza. El tiempo pasa lento hasta que, finalmente, gatilla. 
  • La bala no sale, Néstor Roca se desploma en el suelo, al igual que la señora Ángela Jiménez y el señor Alfredo Cáceres. El resto de los trabajadores vomita o se defeca encima del terror.
  • Se escucha que el chofer de la combi grita: «¡Paren, paren, que me parece que éste se está muriendo!». Sube a la camioneta corriendo y enciende las luces, que apuntan directamente a los trabajadores arrodillados y desmayados.
  • «¡Se nos fue de las manos!», grita uno de los supuestos militares.
  • «Escuchen, esto es un simulacro, ¡no se asusten! Es un simulacro que está haciendo la empresa para averiguar cómo reaccionarían ustedes ante una situación de estrés extrema. No pensamos que se iban a poner así».
  • «¡¡¡Llamen al 911, hijos de mil puta, Néstor se está muriendo, está haciendo un paro cardíaco!!!», grita el trabajador Pedro Ruiz, quien fue el encargado de realizarle a su compañero las primeras maniobras de RCP hasta que a los diez minutos arribó la primera ambulancia. 
  • Los diez trabajadores son hospitalizados esa noche. Néstor Roca por un ataque cardíaco. Ángela Jiménez y Alfredo Cáceres, quienes también reclaman en autos, por shock post traumático, al igual que los otros siete trabajadores de la empresa Navy S.A.

Cierro la carpeta con la cara desencajada. Busco desesperada algo que salve a la aseguradora de brindar cobertura en este siniestro. Hurgo entre los papeles y encuentro que Navy S.A. había declarado el Day off a fin de tener cobertura de la ART en caso de que ocurriera un accidente de trabajo o accidente in itinere.

Creo que está todo perdido, hasta que encuentro la hoja con el trayecto exacto que se suponía que tenía que cubrir la van, y durante el cual se brindaría cobertura: Capital Federal desde el Obelisco por ruta ida y vuelta hasta la Estancia la Querencia. No estaba contemplado ningún desvío de camino. La decisión de realizar el simulacro de fusilamiento en el medio del campo les iba a costar carísima.

Entre las historias clínicas de los trabajadores, detalle de trayecto, fotos tomadas después del simulacro en el lugar de los hechos, encuentro el celular de Rolando Hollman, uno de los socios gerentes de la empresa. Son las 23:00 y sigo estaqueada en mi butaca con rueditas con la que me deslizo por los pasillos alfombrados hasta la máquina de golosinas, y de ahí a la de Nescafé. No queda nadie en la oficina. Vuelvo al escritorio cual paralítica en silla de ruedas, me prendo un pucho rezando que no salte la alarma de incendios y marco el número de Rolando Hollman desde el teléfono de la oficina. No me importa la hora, necesito saber cómo se le ocurrió esto.

—Hola señor Hollman, buenas noches, perdone la hora, soy la doctora Monti, abogada de la ART del caso Roca, Néstor. Supongo que sabe de quién le estoy hablando, el de la estrategia fallida de su equipo de recursos humanos— le digo mientras dibujo garabatos en la carpeta con una birome.

—Doctora —dice Hollman. Tiene la voz aspirada, como si antes de atenderme se hubiera fumado seis atados de Parisienne—. Perdóneme, doctora, no sé cómo pasó esto que pasó, reconozco el error, no la vimos venir, creímos incluso que los trabajadores se iban a divertir. Fue un error. Discúlpeme.

—-Pero señor Hollman, yo no tengo nada que disculparle, debería pedirle disculpas al trabajador que casi muere de un infarto, y a todo el resto también. Este llamado es sólo para informarle que la ART planteará la falta de cobertura en su caso…

Hollman no me dejó terminar de hablar. Creo que ya a esta altura estaba tan hundido que no le importaban las estrategias judiciales, sólo se quería ir a dormir.

—Mi hija Mariana es la gerente de recursos humanos de la empresa. Hizo un master en Estados Unidos para capacitarse y trajo esta idea importada de allá. Nos pareció bárbaro porque a veces los trabajadores no saben lidiar con situaciones de estrés y…

Ahora lo interrumpo yo.

—Perdóneme señor Hollman, pero sus empleados, si no entendí mal, son administrativos o vendedores. Salvo que vendan perfumes para un cartel narco en México, no creo que necesiten pasar por un simulacro de fusilamiento.

—Usted es una maleducada —dice Hollman y estoy segura de que del otro lado se prende un Parisienne.

—Y usted un sádico desquiciado. Usted y su hija. 

Corto el teléfono y me siento a redactar la contestación de demanda más larga de mi vida. Termino de imprimirla y firmarla a las 6:00, cuando ya se está haciendo de día. Salgo a Tribunales con la ropa del día anterior, sucia y sin dormir. Soy la primera en llegar al Juzgado a las 7:30.

—Doctora, qué temprano, inauguró el cargo —–me dice Nicolás, el chico de la mesa de entradas.

Mientras me sella el escrito, busco el número de Martín en mi WhatsApp y escribo una sola palabra: RENUNCIO. 

Bajo lento desde el piso sexto por la escalera. Siento el peso de los acontecimientos como si yo misma hubiera participado de ese día de campo siniestro. Pongo el celular en modo avión, pero en seguida me acuerdo de que me faltó el último mensaje. Le escribo a Marcela, la recepcionista: «Marce, buen día, please, prendé la compu de Pili». Vuelvo a modo avión sin esperar su respuesta. Quiero llegar, bañarme y olvidarme, por fin, del Day off.


Un cuento deGisela Monti