«El gran surubí» — Episodio 5
Portada de «El gran surubí», episodio 5. J. GONZÁLEZ.

Folletín

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La historia de Ramón Paz, reclutado por el ejército para pescar un surubí gigante en una Argentina irreal, llega a su penúltimo episodio. Los sonetos de Pedro Mairal (ilustrados por Jorge González) se ponen turbios. El protagonista logra escapar del calvario, pero no será para mejor.

Esta es la quinta parte de una novela gráfica en sesenta sonetos, exclusiva para la revista Orsai. Pedro Mairal imagina una Argentina en la peor de sus crisis. El país se quedó sin carne y escasea la comida. En medio del caos, el Ejército recluta a los varones mayores de edad. Los saca de sus casas y de los bares. Los arrastra a empujones, los uniforma y los obliga a pescar para abastecer a la población.

«El gran surubí» está escrito en seis episodios de diez sonetos cada uno, ilustrados por Jorge González. A continuación el quinto capítulo.

EPISODIO QUINTO

I.

por suerte ya no hacía tanto frío
y aguanté con la soga en el sobaco
que me arrastrara el santo bicharraco
huyendo por la noche y por el río
cerca del mediodía se amansó
y a pesar del cansancio y las ampollas
até los seis barriles de las boyas
y armé una extraña balsa que aguantó
la tapé con resaca y camalotes
y dormí desmayado como muerto
del ojo izquierdo estaba medio tuerto
del tajo del vigía de los botes
me desperté una tarde ya sin fecha
vi la costa blanqueando a la derecha

II.

cantando por el río paraná
venía navegando lento un piojo
con un hachazo mágico en el ojo
y una flor encendida en el ojal
tiraba río arriba el surubí
quizás era una hembra que subía
a desovar los huevos de su cría
a las aguas del norte guaraní
dormíamos de día el pez y yo
arrimados a zonas medio bajas
entre juncos y piélagos y pajas
pasaron días nadie me encontró
de noche cuando el cielo deja huellas
el surubí nadaba en las estrellas

III.

se escuchaban bailongos en la costa
y ladridos de ranchos y motores
ya empezaban de a poco los calores
había olor a barro a sexo a bosta
la vía láctea temblaba en la corriente
y a pesar de la larga incertidumbre
se me volvió la noche una costumbre
los ruiditos del agua la creciente
si había pique pescaba unas taruchas
y las comía crudas eran buenas
pasaban las mojarras y las penas
a veces eran pocas y otras muchas
la noche me envolvía protegido
yo era el loco el ciruja el forajido

IV.

de día cuando el pez se aletargaba
yo dormía liviano y con la oreja
mareado en los zumbidos de la abeja
y el tábano inmortal que me picaba
una vez desperté por una escuela
guardapolvos brillando a la distancia
dudé si no eran sueños de mi infancia
y me metí en el agua hasta la muela
otra vez merodearon pescadores
y me escondí en la orilla por un rato
capaz que ya tenían algún dato
mejor camalotearme entre las flores
ser barro de culebras aire trunco
pajarito meciéndose en el junco

V.

a veces a la tarde cauteloso
lo veía pasar debajo mío
era un tigre del agua un dios del río
tornasolando el flanco misterioso
entre las aguas turbias lo veía
de manera confusa aunque serena
con lentitud de tórrida ballena
con rayas venenosas de sandía
plateado sumergido medio gótico
las aletas dorsales espinosas
y las barbas azules y viscosas
sinuoso fragmentario casi hipnótico
cuando caía el sol se despertaba
y otra vez con tirones me llevaba

VI.

una tarde creció una luz extraña
y se puso amarillo el horizonte
después tronó en el fondo desde el monte
parecía que iba llover con saña
me levanté una chapa carcomida
que tapaba la bomba de un obraje
y me entregué a la rabia del paisaje
flotando con mi balsa con mi vida
el cielo se rajaba con los rayos
las raíces del sol cayendo a tierra
el trueno del recuerdo de una guerra
y arriba de un barranco los caballos
primero llovió fuerte y se calmó
después sin transiciones granizó

VII.

me cascoteaba el rancho heracliteano
me electrizaba el agua a la redonda
me entregaba de almuerzo a la anaconda
era el bíblico dios americano
yo le rezaba al hondo surubí
que me saque del medio de esa injuria
y de pronto sentí que aquella furia
era todo un continuo frenesí
una misma energía liberada
la tormenta y el pez y mi temor
una fuerza que actuaba sin rencor
peleando por seguir iluminada
igual que el corazón en su galope
sin sueños sin amor y sin un sope

VIII.

mojado no paraba de temblar
pensaba en mis amigos y en la forma
en que el tiempo nos gasta nos deforma
y nos manda tan lejos del hogar
pasaban a mi lado sin mirarme
mis amigos en botes deliraba
fabián santiago juani les gritaba
la fiebre comenzaba a trastornarme
soñaba con partidos en el agua
con la risa a la sombra de los sauces
mi cuchillo y la sangre de las fauces
querés jugar al teto a la piragua?
tuve fiebre dos días bajo el sol
soñaba con replay el mismo gol

IX.

tenía que comer alguna cosa
y tomar agua limpia y buscar techo
la intemperie me atravesaba el pecho
y el alma transparente y cenagosa
noté que el surubí me iba llevando
por ríos más angostos cada vez
y una noche pensé en soltar el pez
que se estaba también debilitando
así que cuando ya no pude más
y divisé unos ranchos y unos muelles
decidí de una vez soltar los bueyes
y me metí en el agua a lo jonás
me acerqué despacito y con gran pena
corté el cordón y adiós a mi ballena

X.

lo escuché chapoteando liberado
acuático ruidoso y en su calma
se perdió por el río donde empalma
y se abre un laberinto ilimitado
de canales lagunas islas pozos
en donde desovar su trascendencia
y así seguir nadando por su esencia
de monstruo de los ríos pantanosos
nadé con la corriente hasta la orilla
y salí caminando en cuatro patas
me agarré de los juncos y las matas
quedé todo blanqueado por la arcilla
llegué hasta un monte espeso me metí
y entre los arbolitos me perdí


Así concluye la quinta entrega de «El gran surubí», una novela en sesenta sonetos de Pedro Mairal, exclusiva para la revista Orsai, que presentamos en episodios semanales. Los siguientes diez sonetos se publican de forma gratuita la próxima semana.

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