«El gran surubí» — Episodio 3
Portada de «El gran surubí», episodio 3. J. GONZÁLEZ.

Folletín

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La hambruna en la Argentina es cada vez más terrible, y ya ni siquiera hay ovejas para llamar la atención del gran surubí. De repente, los varones ahogados se convierten en carnada y una pregunta, del tamaño del anzuelo, empieza a sobrevolar los botes. Adentrémonos en un episodio inquietante.

Esta es la tercera de una novela gráfica en sesenta sonetos, exclusiva para la revista Orsai. Pedro Mairal imagina una Argentina en la peor de sus crisis. El país se quedó sin carne y escasea la comida. En medio del caos, el Ejército recluta a los varones mayores de edad. Los saca de sus casas y de los bares. Los arrastra a empujones, los uniforma y los obliga a pescar para abastecer a la población.

«El gran surubí» está escrito en seis episodios de diez sonetos cada uno, ilustrados por Jorge González. A continuación el tercer capítulo.

EPISODIO TERCERO

I.

contábamos un chiste muy salame
arrancando el motor muertos de frío
juan y pinchame se fueron al río
juan se ahogó quién quedó quedó pinchame
el miedo de morirnos en el agua
con el gomón volcado y en lo oscuro
el miedo a quedar plancha quedar duro
querés jugar al teto a la piragua
jodíamos temprano antes del sol
se te helaban las manos y las bolas
manteniendo el gomón entre las olas
rescatáte tomá ginebra bol
el hambre se mezclaba con el miedo
soñábamos con pollos al espiedo

II.

el viento de septiembre era filoso
te entraba hasta las muelas por la oreja
te bancabas los chistes a tu vieja
aferrado al gomón te hacías el oso
para que no pudiéramos fugarnos
nos largaban con poco combustible
nos decían que el agua era bebible
y un sangüich y a otra cosa sin quejarnos
encarnábamos con una oveja muerta
medio podrida y medio congelada
el anzuelo pesaba como nada
lo guardábamos dentro de una cubierta
cuidado que la punta pincha el bote
y terminás de ofelia y camalote

III.

un gigantesco signo de pregunta
era el anzuelo negro interrogante
la duda del mortal del ignorante
cuando el cielo parece que te apunta
con una muerte azul enamorada
de tu latido solo y huerfanito
el cagazo de ser un dios finito
pendiente de la última trompada
la gran pregunta negra caía al río
a ver si respondía el dios de abajo
o nos mandaba a todos al carajo
o dejaba el anzuelo bien vacío
salía el sol y un flaco repetía
pedazos de los simpsons que sabía

IV.

por cada cinco botes había un capo
con brújula con radio y gps
el nuestro era el petiso genovese
borrachito altanero medio sapo
te cagaba a puteadas porque sí
después contaba cosas personales
después se arrepentía en sus finales
le rezaba a la virgen de itatí
le encantaba mandar larguen la línea
apaguen el motor vayan a popa
agarren bien el remo que no es sopa
qué ganas de dormirlo de una piña
hablaba de su monstrua en balvanera
una vieja ansiolítica y petera

V.

vamos vamos muchachos nos gritaba
surubí para todos con perón
cada barco sacaba comisión
cobraba por el bloque que empacaba
el barco era una gran procesadora
compactaba la pulpa de pescado
como un ladrillo blanco congelado
que nutría a la gris devoradora
la conurba mayor capitalina
la boca de la hambruna subsidiada
la falta de la vaca iluminada
ya casi no había carne en la argentina
que pique de una vez el bagre che
surubí para todos por tevé

VI.

y el bicho no picaba no había caso
descarnaba la oveja carroñero
cauteloso nocturno cizañero
de lejos se escuchaba el coletazo
a veces un mordisco hacía que el bote
avanzara cien metros como lancha
nos llevaba tomándose revancha
con fuerza de tremendo cachalote
una vez con linterna uno gritó
lo viste no lo vieron vi la jeta
la boca era como una camioneta
es enorme puta que lo parió
a veces nos hacía un remolino
mareándonos el bote y el destino

VII.

el petiso nos daba indicaciones
cambiábamos de zona sin horario
hacia las partes dulces del estuario
porque el pez se ocultaba en las regiones
donde el agua no estaba tan salada
la escasez provocaba mal humor
principio de motines un tumor
crecía en nuestra flota envenenada
las flotas de gomones de otros barcos
pescaban uno cada siete días
y nosotros bajo las tres marías
ya sin chistes quedamos medio parcos
un gomón se volcó vuelta campana
los hallamos flotando a la mañana

VIII.

ballester y el petiso resolvieron
encarnar los anzuelos con ahogados
sin ovejas nos vemos obligados
a hacer el sacrificio nos dijeron
yo lo vi a peñalver medio verdoso
en el gomón de al lado blando muerto
con el sueño total al descubierto
tan lánguido y en paz estaba hermoso
lo vi que lo tiraban ensartado
a la pregunta viva del anzuelo
clavado en los talones bajo el cielo
cayó dentro del agua y casi nado
a sacarlo del fondo o a quedarme
abajo con su cuerpo hasta borrarme

IX.

otro gomón volcó a la madrugada
se ahogaron otros cuatro un día quieto
entonces sospechamos en secreto
nos estaban usando de carnada
abrazado a un tambor azul de plástico
que usábamos de bolla con la cuerda
uno sobrevivió la muerte lerda
y dijo que sintió como un elástico
les bajaba su bote hacia un costado
rompiéndoles la plancha de madera
y dijo que también podía que fuera
la púa en las aletas del pescado
imposible saberlo cada muerto
era plata a los ojos del mamerto

X.

cuando ya los ahogados eran trece
un motín se empezó a poner pesado
los fueron a buscar al barco anclado
a ballester y al sapo genovese
nadie dijo quién fue pero temprano
a un lado de la isla medio lejos
los trajeron ya muertos a los viejos
los iban a vengar tarde o temprano
pero antes disfrutamos un montón
buscamos las parrillas se hizo fuego
los trozamos con calma y hasta luego
el hombre sin cabeza es buen lechón
los asamos despacio nos reunimos
y en el aura del sauce los comimos


Así concluye la tercera entrega de «El gran surubí», una novela en sesenta sonetos de Pedro Mairal, exclusiva para la revista Orsai, que presentamos en episodios semanales. Los siguientes diez sonetos se publican de forma gratuita la próxima semana.

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