Amy Winehouse, desde el más allá
Uno de los últimos conciertos de Amy Winehouse. GETTY IMAGES.

Entrevista

Amy Winehouse, desde el más allá

«O me volvía inmortal o acababa como Cher; elegí la eternidad» le dijo Amy Winehouse a José A. Pérez, nuestro periodista médium, en otra entrevista imperdible desde el más allá.

Escrito por José A. Pérez
Ilustrado por Matías Tolsà

La noche es cálida y húmeda. El sudor empapa la ciudad. Los ventiladores zumban como libélulas dentro de la casa. Alguno de ellos quizá necesite una revisión. Es peligroso tener ventiladores muy viejos. Un primo mío murió por culpa de uno, pero nunca tuve mucha relación con él, así que no fui al funeral. En vez de eso, cogí el coche y me fui a comprar un aparato de aire acondicionado. A mi madre no le gustó mi actitud, pero me dijo: compra otro para mí. Noto un escalofrío, una ráfaga de aire helado recorre la estancia. El velo de la realidad se rasga y el más allá se abre ante mí.

—¿Señorita Winehouse?

Ruido de bestias, ladridos, cristales que se rompen, un reggaeton. Sonidos del averno fruto del choque entre realidades.

—¿Sí?

—¡¿Hola?!

—¿A ver?

—¡¿Señorita Amy Winehouse?!

—Oh… No grites, por Dios.

—Perdón.

—¿Quieres que me explote la puta cabeza? Más bajo.

—No, perdón.

—¿Quién coño eres?

—Soy un periodista español. Llamaba porque… me gustaría hacerle una entrevista.

—No me lo puedo creer… ¿Es que ni muerta voy a librarme de vosotros?

—Yo…

—¿Eres una de esas prostitutas de lujo de Rupert Murdoch?

—No, soy… Trabajo para una revista que se llama Orsai.

—Jesús…

Se hace el silencio. No estoy seguro de si se ha interrumpido la conexión. Aguardo. De pronto, un sonido, como si alguien aspirase con fuerza en el más allá.

—¿Señorita Winehouse?

—Tienes cinco minutos. Pero háblame bajito, que anoche salí.

—¿Se sale en el más allá?

—¿Qué si se sale? Pregúntaselo a Kurt Cobain, que lleva dieciocho años drogado.

—Pero… ¿También hay droga en el más allá?

—Esto es el paraíso, aquí tienes lo que quieras. Yo el miércoles me comí una paella a las cuatro de madrugada, no te digo más. También es verdad que no me la pude acabar porque se me sentó al lado la Madre Teresa de Calcuta y me tuve que ir.

—¿Por qué?

—No quiero hablar mal de Teresa, pero… Cuando va de popper no hay quien la aguante.

—¿Teresa de Calcuta le da al popper?

—Como si se fuera a acabar. Piensa que esa gente, los puritanos y tal, son los peores. Porque se mueren y llegan al cielo completamente desatados. Wojtyla, el tío este que era Papa, ¿sabes?

—Sí.

—Nada más llegar aquí tuvieron que atarle de lo increíblemente a tope que iba.

—Vaya. No me imaginaba así el más allá.

—Piensa que aquí hay muchísima gente, esto es como una gran ciudad. Yo aquí me he dado cuenta que Londres no deja de ser un pueblo. Los londinenses van de cosmopolitas, pero, a la hora de la verdad, solo les preocupa el qué dirán. Fíjate lo que le pasó a Elton John.

—¿Qué le pasó a Elton John?

—No publiques esto, pero resulta que Elton es gay. Y no se atreve a salir del armario por no dar que hablar.

—Eh… Me parece que Elton John ha salido del armario.

—¿Sí? Pues ya me alegro, porque estaba fatal. Escribió un tema, «Fimosis anímica» donde hablaba de su condición homosexual y el miedo que le daba que el mundo la descubriera. Una canción preciosa, pero nunca la hizo pública. Luego le llamó Disney, cambió el estribillo y la coló en El Rey León. Le dieron un Oscar y todo.

—Ya.

—Oye, hablando de Londres, ¿sabes si la gorda esa sigue haciendo gorgoritos por ahí?

—¿Quién?

—Ya sabes.

—No, ¿quién?

—Adele.

Al otro lado de las ventanas retumba un trueno.

—Eh… Sí, la verdad es que sí. De hecho, le va bastante bien.

—Flipo. ¿Cómo puede la gente escuchar semejante porquería? ¡Esa gorda es un invento de marketing, es el Parque Jurásico 3 del soul! Tan pronto empecé a mear sangre, todos los cazatalentos de Londres se pusieron a buscar una versión aria de mí que no bebiera, ni fumara, ni tomara drogas. Y la encontraron. Pero no contaron con las salchichas.

—¿Salchichas?

—Le encantan. Es una cosa compulsiva, enfermiza. Es una yonki de las salchichas. Adele va a ser la primera cantante que se hace leyenda por morir de colesterol antes de los treinta. Vive deprisa, come hasta reventar y deja un cadáver que ocupe como tres.

—Cambiando de tema, ¿le marcó su ascendencia judía?

—¿De qué coño hablas? ¿Yo te hablo de salchichas y tú me hablas de judíos?

—Eh… Bueno, quería… Quería hablar de, ya sabe, su… infancia.

—No te ofendas, pero me han hecho preguntas más originales mientras me vendían crack. Herencia judía… Es la típica pregunta que me haría uno de esos imbéciles de Rupert Murdoch. ¿Sabes que esos cabrones de The Sun intentaron pincharme el teléfono?

—¿Sí?

—Puedes jugarte el culo a que sí. Un día empecé a oír como un zumbido en el teléfono, ¿sabes?, un zzzzzzz. Primero pensé que tenía cocaína en la oreja, pero luego me dije: esos cabrones del Sun me están espiando. Así que llamo a News Corporation y digo: soy Amy Winehouse, póngame con Rupert Murdoch. Me pasan, y el hombre muy amable, la verdad. Que si le encanta mi música, que si vaya pelo más sano tengo… Y voy yo y le suelto: corta el rollo. Le suelto: corta el rollo, enano fascista acomplejado. La mitad del Reino Unido es subnormal profundo por tu culpa, y la otra mitad es de derechas. Le digo: me da igual que espíes a la Reina Madre, a Bono o al retrasado de Liam Gallagher, pero como mi teléfono siga pinchado mañana, diré que fuiste tú quien secuestró a Maddie McCann solo para vender periódicos.

—Vaya. ¿Y cómo acabó la historia?

—Resultó que sí tenía cocaína en la oreja.

—Ya. Usted alcanzó una fama asombrosa, y se convirtió en un referente para muchos jóvenes. ¿No cree que su actitud hacia las drogas puede haber lanzado el mensaje erróneo?

—No.

—¿No?

—Yo siempre dejé bien claro que drogarse mola, pero se te caen los dientes. Los jóvenes deben poner en un lado de la balanza sus dientes y en el otro la droga. Yo lo hice. Literalmente.

—Ahora que está usted muerta, ¿considera que su comportamiento fue autodestructivo?

—En absoluto. Esa es basura freudiana que se inventaron para joder la vida a los judíos.

—Freud era judío.

—Exacto, ¿ve qué freudiano es todo?

—Pero usted murió de sobredosis y…

—¡Eso es una falacia inventada por la prensa! ¡Yo no morí de sobredosis, sino de abstinencia! Si hubiese seguido bebiendo y drogándome todavía estaría viva. ¡A mí lo que me mató fue no beber, y eso no se dice nunca! ¡Sácalo en tu fanzine! Los medios se pasan el día diciendo lo malo que es el alcohol, pero nunca dicen que, si no bebes, te atacan los bichos.

—Pero eso es delirium tremens, no…

—Escúchame. Y escúchame bien porque solo te lo voy a decir una vez. Yo fui una víctima de la sociedad. Me crie en los suburbios de Londres, donde la vida es muy dura para la gente que sabe combinar colores. La máxima aspiración de los que viven allí es tener un chándal con más brillos que su vecino. No imaginas siquiera lo que es criarse en ese ambiente. A los tres años participé en mi primer tiroteo. A los cuatro y medio muchos de mis mejores amigos ya estaban muertos. Del barrio solo se salía de dos maneras: en ataúd o con un chofer de Universal Music. Opté por lo segundo. Pero el éxito tiene un reverso oscuro. Los impuestos. Yo pagaba tantos impuestos que no me quedó más remedio que beber y drogarme para olvidar. Como cada vez me iba mejor, cada vez pagaba más impuestos y cada vez bebía y me drogaba más. Era un círculo vicioso en manos de mi asesor. Y tuve que tomar una decisión. O me volvía inmortal o acababa como Cher. Elegí la eternidad.

—Señorita Winehouse, ha sido muy amable. Le deseo muchos éxitos con las grabaciones inéditas que la discográfica vaya encontrando casualmente a partir de ahora y editando en discos recopilatorios.

—Gracias. Espero que no manipules lo que he dicho o, cuando mueras, te estaré esperando para meterte al Arzobispo de Canterbury por el culo. Cabe. Créeme.Una suave ráfaga de viento helado recorre la estancia cuando la conexión con el más allá se desvanece. El velo de la realidad se cose de nuevo. En la portada de los periódicos digitales, el FMI dice que el hambre es buena para el carácter.

Escrito por José A. Pérez
Ilustrado por Matías Tolsà

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