Un mar rojo

Relato de ficción

Un mar rojo

No sabemos quién es el hombre que mira a la pareja que duerme, con un cuchillo en la mano. Pero este inédito en español habla sobre los cuernos.

Escrito por Pia Juul
Ilustrado por Matías Tolsà

Uno de sus pezones sale por encima del borde del edredón. Su boca está un poco abierta, hay un poco de saliva en la comisura de sus labios. Él está acostado detrás de ella con el brazo alrededor de su cintura, la mano en su regazo, encima del edredón. Duermen profundamente. Parecen ser el uno para el otro. ¿Se quieren? ¿Saben dónde están acostados y con quién? Nunca pone su brazo alrededor de mí cuando duerme. Ni siquiera al comienzo lo hacía, se dormía tranquilo y estaba en la cama como una montaña solitaria que roncaba, contra la que me podía estrechar o alejar, no lo notaba mientras estaba durmiendo, le envidiaba tanto ese sueño, esa desaparición. Quiero matarlos, pero solo me quedo quieta. ¿Por qué no tiré también la llave en el lago? Entonces esto no hubiera pasado. En el umbral, les doy la espalda, muevo los pies con cuidado y espero que el piso no cruja. Pero duermen muy profundamente. Miro hacia la sala, no entro ahí, no quiero volver a entrar ahí nunca más, a la sala donde una vez estaba tan feliz, nunca más entrar ahí, pero ya no es más esa sala. ¿Cómo pudo quedar así? ¿Qué hicieron? Bebieron, porque la mesa está llena de botellas vacías, y fumaron, porque el cenicero está repleto, al lado hay ceniza y una colilla sola. Pero también hay un vaso hecho añicos en el suelo, uno de los sillones está tumbado, y discos, libros y ropa están dispersos por todas partes, como si alguien los hubiera arrojado. ¿Tuvieron sexo en todos los rincones y encima de todos los muebles o se pelearon? ¿Quiero saberlo? No quiero saber nada, pero matarlos, eso quiero. Quiero que se vaya. Que ellos se vayan. ¿Pero cómo se hace? No tengo ningún arma, ¿qué se puede usar? ¿De cuál de los dos me ocupo primero? ¿Y entonces se despertará el otro? Es tan hermosa. Sé quién es. Lo he escuchado hablar tanto de ella, siempre con desdén y enojo y cansancio en la voz, ¿por qué?, si ahora está aquí; pero no me sorprende verlos juntos, ya sabía que yo no tenía nada que hacer aquí, era demasiado bueno para ser verdad.

Para mi sorpresa noto que el deseo de matar no está acompañado de rabia o de sed de sangre. Pero considero un arma. Nunca he disparado un arma de fuego y tampoco tengo una. ¿Un cuchillo? Voy a la cocina y cierro la puerta a medias, empujándola con cuidado para que no puedan oírme traquetear. Sé que tiene un cuchillo largo, afilado y puntiagudo, ese seguro funcionará. Lo encuentro rápido. Lo pongo en la mesa. Lo miro. Lo palpo un poco. En el cajón encuentro bolsas de basura y voy a la sala, además, ¿qué quiere decir ser feliz?, es solo una palabra, en cambio el desorden es tangible. Hay que limpiar, y me tomo mi tiempo. Saco las botellas vacías. Llevo los vasos y el cenicero y los boles y los pongo al lado de la pileta. Vacío todo. Enjuago. Lleno el lavaplatos. Mojo un trapo, entro y lo paso. Junto el vidrio roto con una pala y una escoba. Lo echo en una bolsa aparte. Saco la basura y la bolsa con botellas a la escalera de servicio. Me siento y palpo el cuchillo otra vez. Quizás estoy soñando. Tal vez es una pesadilla, pero estoy completamente tranquila, la tristeza rara que fluía por mi cuerpo cuando entré en el dormitorio se ha ido. Y no puede ser un sueño porque ese pensamiento siempre hace que me despierte, tal vez solo a medias, justo lo suficiente como para poder cambiar la dirección del sueño. Pero no me despierto. ¿Puedo cambiar la dirección del sueño igual?

Podría nomás volver al vagón de tren. Hace dos semanas que duermo en él, nadie me ha descubierto, no sé por qué está ahí, vacío y sin usar. En la cuesta, detrás, ahora florecen las amapolas, es un mar rojo que veo cada mañana, y a menudo esa vista me llena de euforia, antes de que esté realmente despierta y recuerde todo. Yo misma lo dejé. Me fui porque no podía más. Su risa alegre fue lo último que supe de él. Apagué el teléfono en medio de esa risa, caminaba al lado del lago y era de noche, lo hubiera visitado, pero de repente no quise. Tiré el celular al lago. Me doblé y lloré. Nadie conocía mi decisión, solo podría haberla ignorado. Pero el celular en el fondo del lago fue decisivo. Yo misma lo creía. Así que solo caminaba. Seguí caminando y caminé por mucho tiempo; caminaba sin destino, una manera en la que siempre he anhelado caminar, se sentía bien, era de noche pero no estaba del todo oscuro, por el olor se sentía que era primavera. No tenía ni idea de dónde estaba, y se sentía muy bien, muy, muy bien. Había un hueco en la cerca que daba a las vías, y ahí estaba el vagón. La puerta estaba abierta en un extremo, este vagón era un vestigio del pasado, pero reconocía todo, incluso la sensación del tapizado del asiento cuando me acosté. Tenía rayas verdes y marrones. Picaba. Había dormido en un asiento así antes, pero entonces el tren iba al sur y me hacía dormir con movimientos suaves y de pronto frenaba chirriante y me despertaba. Aquí solo había silencio y necesitaba estar acostada. Tal vez tengo suerte y alguien me encuentra aquí y me pone fin mientras estoy durmiendo. O me vienen a buscar, ven que estoy enferma y hay que hacer algo, dicen pobre tú y me levantan y me llevan consigo y me cuidan.

Me detengo y los miro de vuelta. Él abre los ojos y me mira, pero conozco esa mirada. En realidad está durmiendo. Tengo el cuchillo en la mano, pero no reacciona porque no ve nada. La aprieta más fuerte con el brazo, se estrecha más contra su espalda y cierra los ojos de vuelta. Ahora la desesperación fluye por mi cuerpo otra vez, no la puedo detener, va a terminar en llanto, pero al subir me da en el pecho como un dolor violento. Grito su nombre y arrojo el cuchillo cuando me mira. Su mirada es clara y fuerte, su mano sale precipitadamente y lo agarra por el mango, ¡así! Y me sostiene la mirada cuando lo pone en el piso detrás de sí, no parpadea, y no dice nada. Entonces me relajo. La fatiga reemplaza todo, me arrastro hacia él y me acuesto detrás. Levanta el edredón para que pueda entrar en calor, su espalda está caliente, cierto, estaba durmiendo. Sueño. La sangre fluye, gotea y pulsa y da con el piso y gotas y salpicones forman manchas y charcos. Es un sueño tranquilo que late, todos están tranquilos, todos asesinan, todos son asesinados, todos están muertos, todos viven.

Escrito por Pia Juul
Ilustrado por Matías Tolsà
Aparece en

Temporada 1, Número 13

Gran tema portada sobre la decadencia del periodismo escrito, un policial sobre apartamenteros colombianos, cuento inédito de Sacheri, entrevista a Pergolini, cuentos daneses... Un lujo.