Pienso, luego estorbo
Manifestantes en Plaza del Sol. EFE

Crónica periodística

Pienso, luego estorbo

La historia del 15M, el primer grito juvenil desde la crisis económica española, explicada por Ricardo Galli, uno de los fundadores del primer #Manifiesto. ¿Spanish Revolution?

Escrito por Ricardo Galli Granada

El lluvioso siete de junio de 2011, aniversario del suicidio de Alan Turing con una manzana envenenada, nos citamos los siete redactores del #Manifiesto. Fue en un restaurante de Madrid; nos veíamos las caras por primera vez desde que todo comenzó: quedaban atrás el ninguneo de la prensa, la gente en las calles, las acampadas espontáneas en España y muchas otras ciudades de Europa. Solo faltó a esa cita David Bravo, al que llamamos Mocoso. Nos debíamos una comida y unas copas de vino y allí estábamos, cuarentones todos, comentando y discutiendo lo que había pasado. Habían pasado muchas cosas. Esa cena fue un acontecimiento catártico muy necesario para nosotros. También etílico. Estuvimos de acuerdo en algunas cuestiones y en otras no, pero ya entrada la tarde Javier de la Cueva dijo una frase y todos asentimos: «Esto que ha ocurrido no puede ser cortoplacista, esto tiene que ser para toda una generación. La nuestra tuvo un problema: no hicimos nada».


Pero mejor empezar por el principio. Contaré las cosas como las recuerdo y pido disculpas si me olvido de eventos o personas importantes; el tiempo para redactar estas líneas y mi memoria son limitados. No pondré demasiados nombres; varias de las personas que mencionaré prefieren el anonimato o un perfil bajo; a otras, ni siquiera las conozco.

La noche del uno de febrero de 2011 Carlos Almeida, mi abogado y mi amigo, envió un correo electrónico destinado a Julio Alonso, Enrique Dans y al que escribe esta historia. El correo solo tenía un enlace a una página web creada esa misma noche (nolesvotes.com) y una frase misteriosa: «Las fuerzas armadas respaldarán la voluntad popular, y cuidarán del tráfico para que fluya libremente». En el sitio enlazado solo había un página en negro con un contador que decía esto: faltan 109 días.

Mi amigo Carlos es un lector tan ávido de epopeyas que su lenguaje parece el de un histriónico relator de las aventuras del fusilero Sharpe en la Extremadura invadida por las tropas de Napoleón. Para quien no lo conoce, Carlos parece un abogado que perdió la chaveta. Yo lo conozco, pero ese correo trasnochado hizo que me preocupara por su salud mental.

Respondí inmediatamente pensando: «¿Qué coño es esto?». Era de madrugada; por la mañana me llamó y me contó la idea. El Partido Popular (la derecha española) y Convergencia i Unió (la democracia cristiana catalana) le iban a dar el apoyo necesario al gobierno socialista para aprobar la espantosa Ley Sinde. A poco más de cien días para las elecciones municipales, Carlos me dijo que había que hacer algo, y que la única opción era la de apelar al voto reflexivo: no podíamos seguir votando a esos partidos políticos. Pocos días después se añadieron al grupo Javier de la Cueva, David Bravo y Javier Maestre. Así comenzó la historia del #NoLesVotes, una iniciativa que enseguida, según el periodista Bernardo Gutiérrez, «dinamitó el ciberespacio español».


La historia de este monumental cabreo colectivo comenzó el uno de diciembre de 2009, cuando el gobierno presentó la Ley Sinde, empotrada dentro de una serie de propuestas más generales llamada Ley de Economía Sostenible.

El ciberactivismo hispano es tan antiguo como las frustraciones por la sordera, las manipulaciones y las promesas políticas no cumplidas. 

La Ley Sinde generó en internet diversas protestas y reacciones. El dos de diciembre de 2009 se reprodujo en miles de blogs el «Manifiesto por los derechos en internet» (o #Manifiesto). Hubo reuniones con partidos políticos, juristas y asociaciones.

Los partidos mayoritarios, desde siempre, tomaron decisiones antípodas a las necesidades de los ciudadanos en temas claves para el futuro: la tarifa plana, el software libre, la cultura copyleft, el canon digital, la neutralidad de la red, las patentes de software, etcétera. La Ley de Servicios de la Sociedad de la Información y el Comercio Electrónico, aprobada durante la segunda legislatura de Aznar, fue muy criticada incluso por el socialismo, que fue muy duro: «La ley no debería aprobarse porque pretende regular los contenidos y, en definitiva, controlar el flujo de información en la Red», aseguró el entonces opositor Rubalcaba. Sin embargo, cinco años después, el PSOE no solo incumplió su promesa de derogarla, sino que le introdujo modificaciones todavía peores.

Se organizaron manifestaciones y cierres de webs los días que se votó la ley en el Congreso y Senado. Las acciones provenían de todo el arco ideológico; era una pésima ley desde cualquier punto de vista. Las sociedades gestoras y del negocio de la cultura, con la ayuda de periodistas y personas cercanas al PSOE, crearon grupos de presión y se organizaron campañas de manipulación contra la «piratería» en escuelas, cines y medios (lo cuenta muy bien David Bravo en el número dos de esta revista).

El diecinueve de marzo de 2010 se aprobó la ley en el Parlamento y las protestas aumentaron. En diciembre nos enteramos —a través de los cables de Wikileaks— de que el gobierno norteamericano había presionado para que el trabajo sucio se hiciera pronto. Aunque esto era un rumor ya muy extendido, finalmente pudimos verlo reflejado en documentos oficiales. El presidente de la Academia del Cine, Álex de la Iglesia, decidió reunirse con algunos internautas, cambió de opinión después de conversar con ellos, se puso del lado de los buenos y fue prácticamente echado a patadas de la Academia. Se unieron los Anonymous, se crearon webs con iniciativas diversas, se produjeron protestas en la entrega de los premios Goya.

La respuesta de los políticos, y de ciertas personalidades artísticas, fue la manipulación y el insulto. Intentaron desacreditar las protestas con el mensaje de siempre: «Son cuatro gatos piratas». Finalmente el Partido Popular, que había criticado la Ley Sinde, y Covergencia i Unió, que acababa de acceder al ejecutivo catalán, aprobaron el rescate de la ley.

Los partidos, aislados en sus cámaras de eco, dejaron a la ciudadanía sin capacidad de participación, salvo en las elecciones. Cada cuatro años se recurría al mismo mensaje:

—Cuidado —dicen siempre los unos— que si no me votas a mí se vienen los otros.

NADA QUE DECIR

Nuestra única opción era atacar al núcleo del problema, castigar a los tres partidos. Teníamos que estructurar la propuesta para dotarla de un discurso convincente, que interpretase a un consenso mayoritario. Teníamos que fundar una propuesta ideológicamente inclusiva, sencilla de comunicar y que evitara los errores cometidos en experiencias pasadas.

Esa fue la propuesta de #NoLesVotes. No debía centrarse únicamente como un repudio a la censura en internet, sino como representación de la peor corrupción política: ignorar a los ciudadanos, manipular la historia, legislar a favor de minorías y en contra de los intereses y los deseos de la sociedad.

No fue una decisión fácil. Las probabilidades de fracaso eran altas y pesaba el problema intrínseco de la propuesta: la mayoría de los medios y los periodistas —incluso los que promocionaron el #Manifiesto— no iban a sumarse. Los medios de comunicación en España (y en el mundo entero) son redes clientelares muy fuertes; los directivos tienen intereses económicos, y los empleados luchan por la supervivencia en medio de una profunda crisis de la prensa. Criticar al otro es parte del juego, pero ser autocríticos les resulta inadmisible, es ir contra el sistema. Yo tenía mis dudas. No volvimos a discutir seriamente hasta el trece de febrero. Ese día, y el siguiente, nos intercambiamos varios correos y llamadas telefónicas para debatir las ideas fundamentales.


Durante los últimos años habíamos aprendido muchas cosas, por ejemplo: los manifiestos sin acción pueden ser llamativos, pero al final lo único que cuenta son los votos. No podíamos asumir un liderazgo que sería rechazado. El eslogan «solo me represento a mí mismo» no es positivo, ni creíble. Las manifestaciones callejeras son complicadas de organizar, y no pueden ser la única forma de alzar la voz en un país con más del cincuenta por ciento de la población conectada a la red. Éramos conscientes de que la Ley Sinde no era el problema español más grave, pero sí era un punto de encuentro, un consenso importante, un globo con demasiada presión que explotaría en cualquier momento.

El catorce de febrero, por la noche, nos sentamos delante del ordenador —cada uno en su casa— a editar el texto en un Google Docs compartido. El primer manifiesto quedó redactado después de una ardua sesión de más de dos horas. Las primeras palabras estaban dedicadas a la corrupción política; luego expusimos una interpretación básica del problema de fondo de la Ley Sinde; finalmente pedimos que no se vote a los tres partidos mayoritarios. Propusimos romper con el voto útil que nos instaló en esta partitocracia sorda. El mensaje era simple: es nuestro derecho, y es nuestra responsabilidad.

La intención fue que cualquiera se apropiase de la idea; no queríamos, ni podíamos, dirigir ni representar a nadie. Se propuso que se trabajara en grupos pequeños, remotos, distribuidos, sin un nodo centralizado, sin coordinadores centrales y sin asambleas. Pero no podíamos ocultar —a la vez— que éramos los autores; era un tema a resolver. Sin estar seguros de cómo lo haríamos, decidimos publicar el manifiesto en la página nolesvotes.com. Lo hicimos el quince de febrero, el mismo día que se aprobó la Ley Sinde en el Congreso de los Diputados.


Al día siguiente ya se había recibido un aluvión de propuestas y preguntas sobre el origen del texto. Javier de la Cueva publicó dos artículos en su blog: el primero con detalles sobre el objetivo de #NoLesVotes; el segundo con el eslogan que adoptamos inmediatamente: «No propongas, haz». El primer artículo apareció publicado en Menéame y se ubicó rápidamente entre las noticias más votadas. Ese mismo día se publicó en una muy concurrida web de una plataforma de la SGAE y otras gestoras —dirigida por Arcadi Espada— un artículo con teorías conspiratorias que elaboraba la supuesta vinculación de #NoLesVotes con el sitio de enlaces y descargas SeriesYonkis. A la noche nos llamó un periodista de El Confidencial y publicó la noticia con todos nuestros nombres. Para evitar más teorías conspiratorias y confusiones, horas después publiqué en mi blog la confirmación de nuestra participación en el manifiesto.

El diecisiete de febrero #NoLesVotes ya era trending topic en Twitter; se mantuvo así durante dos o tres días, y entre los cinco primeros hashtag durante dos meses. Otras personas pusieron en marcha el wiki: el contenido aumentó considerablemente en pocas horas, se subieron vídeos y material gráfico de muy buena calidad. Se crearon más de cincuenta listas de correo de grupos locales. Se empezaba a notar que mucha gente tenía la emergencia, la necesidad de expresarse y decir basta. A los pocos días había tanta información de casos de corrupción de partidos políticos, que una ingeniera extremeña los representó sobre Google Maps. Tuvo un éxito inmediato, fue bautizado como El Corruptódromo.

La repercusión en las redes fue enorme, el wiki crecía muy rápidamente, había listas de correo muy activas, páginas en Facebook, carteles en las calles, debates en multitud de blogs. En pocas semanas el interés y el consenso ya se habían ampliado más allá de la Ley Sinde, se identificaban claramente a la partitocracia y al turnismo (derecha, izquierda, derecha…) como las causas principales de la corrupción y la sordera política.

Actualizamos el manifiesto y lo publicamos el treinta de marzo.


Como no podía ser de otra manera, las difamaciones comenzaron temprano, precedidas por las burlas. Nos acusaron de ser del Partido Popular, de estar a sueldo de Unión Progreso y Democracia (un nuevo partido político), de ser un grupo que pretendía «favorecer a los fascistas», y de otros inconfesables intereses ocultos. Un afiliado del PSOE en Cataluña, además de las acostumbradas calumnias, acusó que en mi empresa no se respetaban las leyes laborales. En algunos círculos «conspiranoicos» nos acusaron de pertenecer al club Bilderberg, y de estar experimentando en España un nuevo ejercicio hacia el Nuevo Orden Mundial. Manos anónimas modificaron el wiki para poner que pedíamos dinero y cargos en partidos políticos; a los pocos minutos un activista del PSOE divulgó capturas de pantalla con ese texto, como si fuesen ciertas. Perdíamos mucho tiempo aclarando y desmintiendo esas acusaciones; era abrumador. Mi tensión y mal humor permanente empezó a causarme problemas de familia, problemas que todavía no he recompuesto del todo. Otros amigos pasaron por crisis de ansiedad, o de pareja.

Salvo un par de excepciones, la repercusión del #NoLesVotes en los grandes medios, especialmente la prensa escrita y la televisión, fue inexistente. En la prensa cualquier trending topic se convertía en noticia, menos el nuestro. El cantante Bisbal decía una frase desafortunada en la red social y la prensa escrita hablaba de ello horas y horas. Pero #NoLesVotes era ninguneado, a pesar del centenar de mensajes enviados a conocidos periodistas teóricamente independientes y críticos.


Comenzaron a surgir diversos grupos en internet. El diecisiete de febrero nació «Estado del Malestar» (malestar.org). Este movimiento convocaba manifestaciones cada viernes a las siete de la tarde en diferentes ciudades españolas. El siete de abril «Juventud sin futuro» convocó a manifestaciones en varias ciudades con el lema «Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo», siguiendo el ejemplo de las manifestaciones estudiantiles portuguesas. La más concurrida fue la de Madrid, con unos tres mil manifestantes, según la policía. Este primer ensayo tomó por sorpresa a los medios, aunque se encargaron de divulgar únicamente los disturbios provocados por una minoría.

El dos de marzo surgió «Democracia Real Ya», responsable de la convocatoria y de la organización de las manifestaciones del quince de mayo, llamadas #15M. Algunos de sus fundadores eran participantes activos de #NoLesVotes. Ese día se publicó su documento fundacional en juventudenaccion.info. El informe decía que «activistas de varios grupos, blogs y plataformas, entre los que se destacan Anonymous, ADESORG, Estado del Malestar, Ponte en Pie, Juventud en Acción y No les Votes, unidos bajo la denominación común de ‘Plataforma de coordinación de grupos pro-movilización ciudadana’ (…) fijan como fecha para la movilización el quince de mayo, y bajo el lema ‘Democracia real YA, Somos mercancía en manos de políticos y banqueros’ (…)».

El seis de marzo se puso en marcha el sitio democraciarealya.es con la convocatoria inicial. Apareció publicado en Menéame y rápidamente se posicionó entre las noticias más populares. Dos días después se dio a conocer la convocatoria completa. El nueve de marzo se subió a YouTube el vídeo promocional: «Porque somos más, toma la calle». Los demás grupos, entre ellos #NoLesVotes, apoyamos y divulgamos la iniciativa con los hashtags #democraciarealya y #15M, que rápidamente se convirtieron en trending topics y se replicaron en multitud de blogs y páginas de Facebook.


A pesar del impacto que estaba teniendo en internet, los grandes medios no publicaron (salvo las contadas excepciones, como 20 Minutos) absolutamente nada hasta el quince de mayo entrada la noche. Le pregunté a un periodista por qué no publicaban nada del #15M.

—No es noticia hasta que ocurra —me respondió.

¿No era noticia que por primera vez, y desde internet, se convocaran las primeras manifestaciones simultáneas en más de cincuenta ciudades, sin que las liderasen sindicatos o partidos? Según la prensa tradicional, no. No era noticia. Sin embargo, el treinta de abril un grupo de periodistas propuso el hashtag #SinPreguntasNoCobertura (como queja por las conferencias de prensa de políticos que no admiten preguntas). En pocas horas esa noticia sí apareció en todos los medios, incluso antes de que se hubiera convocado una conferencia de prensa. Supongo que el protagonismo, además de la cercanía de intercambiar mensajitos de texto con los poderosos, atrae al periodismo actual más que la miel a las moscas.

A solo dos días del #15M se publicitó la iniciativa «Encuentros Piensa Opina Reacciona» (o #EncuentrosPOR) del periodista progresista Iñaki Gabilondo. En un alarde de perspicacia y capacidad de análisis social, la iniciativa se presentó con la frase: «Todos debemos contribuir a despertar una sociedad que parece dormida, y para eso queremos tu colaboración». Ni siquiera mencionaban al #15M o #DemocraciaRealYa. Como el lector puede imaginar, las iniciativas propulsadas por periodistas se convierten rápidamente en noticias periodísticas.

Así, en esa situación de ninguneo absoluto por parte de los medios de prensa tradicionales, y a veces con sospechas que querían instrumentalizar el malestar para monopolizarlo, se llegó a la hora del día clave: las seis de la tarde del quince de mayo, con las plazas de decenas de ciudades atiborradas de parejas, padres con sus niños, jubilados, jóvenes y viejos. El lunes por la mañana ya se hablaba en todo el mundo del exagerado pero simpático #SpanishRevolution (quizás inspirados por las pancartas Nobody expects the Spanish revolution). Se hablaba de ello en todo el globo, menos en España. Los medios nacionales tardaron días en reaccionar e informar del asunto con una mínima objetividad. El dieciséis de mayo fue una jornada de noticias confusas y de muchas especulaciones. Ese mismo día surgió un nuevo movimiento espontáneo: las acampadas en las plazas de diferentes ciudades.


Los medios más conservadores inmediatamente lanzaron una campaña para desprestigiar al #15M y a #DemocraciaRealYa. Dijeron muchas barbaridades, desde que era una maniobra del ministro de Interior, hasta que había miembros de ETA en la organización. En la manifestación —lógicamente— habían aparecido carteles del #NoLesVotes. Esto le llamó la atención a algunos periodistas, y no tardaron nada en tergiversar la frase y decir que pedíamos la abstención al voto, «una iniciativa tan peligrosa como antidemocrática». Era tan elevado el nivel de desinformación que el diecisiete de mayo debimos escribir de urgencia que #NoLesVotes abogaba por un voto responsable, y no era en absoluto un llamado a la abstención. Lo publicamos simultáneamente en nuestros blogs e inmediatamente fue replicado en miles de sitios —al día de hoy Google indica que hay más de cuatrocientos mil resultados—, pero fue ignorado por la mayoría de los medios. Pedro J. Ramírez, el director del diario de derechas El Mundo, por ejemplo, estuvo muy activo en Twitter con este tema que no comprendía en absoluto (o no quería comprender), a pesar de las explicaciones y los enlaces.

La manipulación no provino solo de la derecha: los medios y periodistas más progresistas también se apuntaron. Iñaki Gabilondo, en su videoblog del diario El País fechado el dieciocho de mayo, en un mensaje contra la propuesta de #NoLesVotes, recurrió anacrónicamente a pedir el voto útil: «Tened cuidado, porque cuando uno decide no votar a dos, está votando siempre a uno de los dos y en este caso es muy difícil saber por quién». Una periodista del diario Público dijo en Twitter que «#NoLesVotes es terrorífico», que «usa métodos fascistas» y que «no entiende de democracia». Otro conocido periodista de la Cadena Ser, Rodolfo Irago, acusó a Julio Alonso de estar dando órdenes a las ya establecidas acampadas. En España tenemos algunos escritores e intelectuales que consideran que la ignorancia es una virtud: es muy habitual la frase «de internet no sé nada» justo antes de opinar sobre internet.

Llegó entonces la noche del veintidós de mayo. Elecciones. Subió la participación tres puntos porcentuales sobre las elecciones municipales del 2007. El PSOE perdió más de siete puntos, el Partido Popular subió casi dos, Convergencia i Unió repitió su porcentaje. Más de un millón de votos se desplazaron a partidos minoritarios. Los votos nulos y en blanco marcaron un récord histórico y sumaron casi un millón: la cuarta fuerza política española.


Ahora regresa la calma y hay que pensar en el futuro. Después de las urnas ya hay un «consenso de mínimos» circulando en internet. ¿Qué se pide en ese consenso? Lo de siempre, pero con más fuerza que nunca: reforma de la ley electoral, ley de transparencia, separación de los tres poderes, control y consulta pública sobre la ayuda a los bancos.

Los gobernantes siguen sin dar respuestas a lo que pasó desde el #15M. El Partido Popular se cree triunfador, aunque no llegaron a subir dos puntos a pesar de la tremenda crisis y el desgaste del gobierno del PSOE. El presidente del Parlamento afirma a la prensa que «los #15M no le han hecho llegar ninguna propuesta, que está esperando». Algunos intelectuales, políticos y tertulianos —que se enteraron del #15M solo cuando vieron las acampadas por la tele— hacen ahora pedagogía de cómo interpretar el movimiento. Desde la derecha más conservadora insisten en que se trata de jóvenes antidemocráticos y escogen cualquier panfleto trasnochado para ponerlo en enormes titulares, como si fuesen reclamos del movimiento #15M. La mayoría de los informadores y políticos es incapaz de reconocer la diferencia entre el todo y las partes, entre los movimientos que generaron el #15M y las posteriores acampadas. Felip Puig —consejero de Interior de Cataluña— ordena a su policía desalojar a los acampados. La policía se encuentra con una resistencia pacífica, pero de todas formas se da el gran gusto de atacar a los manifestantes con porras y balas de goma. Las declaraciones posteriores de Puig provocan más indignación que los golpes de la policía. Y en medio de todo el caos, casi el ochenta por ciento de la población, según el Centro de Investigaciones Sociológicas de España, afirma apoyar a los «indignados».


Mientras escribo estas líneas finales es la madrugada del nueve de junio. Hay más de dos mil personas cantando frente al Congreso, con muchas ganas de acampar. También están en Grecia, en Francia, en Alemania. El #15M otra vez está mutando. Del abusado estereotipo mediático de la generación Ni-Ni (ni estudia, ni trabaja), hemos pasado a tener las plazas llenas de jóvenes indignados, sin miedo, y arrinconando poco a poco a los que les han ignorado y ahora golpeado. Son tiempos únicos para una generación que recupera por fin la indignación, el interés y el gusto por la política. Además, parece ser peligrosamente extremista: exige más y mejor democracia.

Vaya pretensión.