Francisco Franco, desde el más allá
El Generalísimo Francisco Franco. EL PERIÓDICO.

Entrevista

Francisco Franco, desde el más allá

En la última entrevista del año José A. Pérez no podía entrevistar a cualquier muerto de hambre. Así que fue a la búsqueda de la figurita difícil: el Generalísimo Franco.

Escrito por José A. Pérez
Ilustrado por Matías Tolsà

Un agujero se abre en el continuum espacio temporal, comunicando mi salón comedor con el más allá. La entropía se ordena. Ante mí se despliega El Otro Lado.

—Hola, ¿podría hablar con Francisco Franco?

—Sí, soy yo. ¿Con quién hablo?

—Me llamo José, me gustaría hacerle una entrevista.

—José. ¿Es usted español?

—Sí.

—¡Bien! ¡Arriba los españoles! ¡Arriba España!

—Sí, bueno. Lo primero… No se ofenda, pero me gustaría saber dónde se encuentra usted.

—No me ofendo. Ofenderse es de rojos, masones y maricones. Los españoles no se ofenden. Como mucho se azoran, pero jamás se ofenden. Y me encuentro en el cielo, por supuesto. La gente buena va al cielo, ¿no lo sabe usted?

—Sí, lo sé, pero…

—La gente buena va al cielo, y los rojos, los masones y los maricones van al infierno. Ah, y los franceses.

—¿Y los dictadores no?

Se hace un silencio. La tensión flota entre dos realidades, el éter se tensa. Espero que los vecinos no le digan nada al casero porque en el contrato de alquiler figura expresamente la prohibición de tensar el éter a partir de las diez de la noche. Mi entrevistado se pronuncia por fin:

—Dictar no es un pecado. Jesús dictaba. Decía: Pedro, ven para aquí, Pablo, vete para allá. Dictar es amar.

—Ya. Dígame, ¿sigue los avances de España desde el cielo?

—Si con avances te refieres a que las rojas puedan abortar por la calle, sí, los sigo.

—Bueno, yo no diría tanto como eso.

—Francamente, lo que diría usted me importa un cuerno. Lo que yo sé es que España ha estado en manos de una panda de masones durante demasiados años. Uno no puede dejar que las mujeres aborten cuando quieran o tendrás un país de zorras comunistas practicando el coito solo por el placer de abortar.

—Con el debido respeto, Caudillo, no creo que a nadie le guste abortar.

—Mire, yo me conozco perfectamente a esos masones, ¿no ve que maté a muchísimos? ¡Son todos iguales, solo les mueve el vicio! Si dejas que los maricones se besen por la calle, luego te pedirán que les dejes casarse. Si dejas que se casen, te pedirán que les dejes tener hijos. Y, para cuando te quieres dar cuenta, el país está lleno de maricas embarazados abortando por las esquinas.

—Hablemos de usted. Se calcula que, durante su mandato, fueron ejecutadas cincuenta mil personas.

—No esperará que lleve la cuenta.

—Es la cifra que dan los libros de Historia.

—¡La Historia es un invento de los rojos!

—¿Sí?

—¡Por supuesto! ¿No le parece mucha casualidad que tanto Hitler como Mussolini como yo mismo seamos tan criticados en esos libros? Hombre, digo yo que tan mal no lo haríamos todo, ¿no?

—Pero ustedes mataban a la gente.

—¡Venga, por favor, todos los gobiernos matan! Solo que algunos matan dentro de sus fronteras y otros fuera. Por algún motivo, matar fuera está mejor visto que matar dentro, pero deje que le diga una cosa: la única ventaja que tiene matar fuera de tus fronteras es que te dejan organizar unas olimpiadas.

—Pero usted es católico, y matar es pecado.

—No, lo que es pecado es matar al buen tuntún. Y la gente seria nunca mata al tuntún, mata solo a quien lo merece. A terroristas y masones y rojos y maricones. A la gente peligrosa, vaya. A Dios eso le parece bien. Créame, se lo he preguntado. Le dije: Dios, ¿qué opinas de matar? Y me dijo: «¿Tú qué crees?, yo inventé el colesterol».

—¿Me está diciendo que Dios apoya que los Gobiernos maten?

—¡Por supuesto! Dios es el mayor fascista que he conocido en mi vida. ¡Pero si mató a todos los primogénitos de Egipto por un quítame allá esas pajas! Llego a hacer yo algo así y me tiran una bomba atómica en Madrid. ¿Cómo no va a ser fascista Dios? ¿Usted cree que se puede crear el universo usando la democracia? Na. Para las cosas importantes hace falta mano dura.

—¿Qué recuerdos tiene del alzamiento militar que usted protagonizó y que acabó dando lugar a la Guerra Civil?

—Bueno, ¿quién no ha hecho alguna locura en su juventud?

Franco ríe con nostalgia.

—Digamos que el alzamiento fueron las típicas dos cañas que se te van de las manos, ¿sabe usted? Si le soy sincero, no me acuerdo de casi nada de la Guerra Civil, pero le aseguro que la resaca me duró años.

—Usted mostró públicamente su apoyo a Hitler, que ha quedado para la Historia como uno de los mayores dementes criminales.

—Hombre, tanto como demente criminal… no sé, igual es exagerar un poco, pero un tío raro sí que era, desde luego.

—¿Raro?

—Mucho. Muy raro. No le gustaba el queso.

—¿Cómo dice?

—Como lo oye. Asombroso, ¿eh? Quedé con él una vez, en Hendaya, para tratar un asuntillo sin importancia. Y le llevé queso. Un queso estupendo, de oveja, muy bueno. Lo probó un poco y lo escupió. ¿A qué clase de hombre no le gusta el queso?

—No sé.

—Yo se lo diré: a uno muy raro. Era muy especial, Hitler, no sé si sabe lo que quiero decir.

—Especial.

—Sí, ya sabe… Especial. Le gustaban mucho los hombres de uniforme. Y los hacía desfilar continuamente. No paraba de hablar de cómo debía ser el alemán perfecto. Y, bueno, raramente decía que el alemán debía ser serio o, no sé… inteligente. Él solo decía que tenía que ser rubio y musculoso, no sé si me entiende.

—¿Está sugiriendo que Hitler era gay?

—¿Qué es gay?

—Homosexual.

—¡Ah! Maricón.

—Eh… Sí.

—¡Pues me hablas en español, coño! El inglés es el idioma de los turistas.¿Acaso nuestro idioma no puede describirlo todo? ¿Acaso existe un algo en el mundo que no pueda ser descrito en el idioma de la raza española? ¡Nosotros vencimos a los moros! ¡Nosotros descubrimos América y matamos a cientos de miles de indios! ¡No matamos más indios porque no los encontramos! Los españoles no hacemos coffee breaks, los españoles paramos un momento para tomar el café. Un español no tiene hobbies, tiene actividades de tiempo libre. Un verdadero español no come de catering, sino que ingiere alimento a través de un servicio que provee de una determinada cantidad de bebida y comida en fiestas y eventos de diversa índole.

—Entiendo.

—¿Seguro?, porque yo creo que no. A los jóvenes se os ha olvidado lo que significa España.

—¿Y qué significa?

—España significa grandeza. Significa ansia de conquista. ¿Sabe usted por qué no creé yo un programa espacial, sabe por qué no quise mandar astronautas españoles a la Luna?

—¿Por qué?

—Porque en la Luna no hay gente a la que matar. Los españoles no queremos conquistar sitios vacíos, eso no tiene mérito, eso es cosa de extranjeros. ¿De qué sirve llegar a la Luna, poner la bandera y marcharte? ¡Eso lo puede hacer un mono, y hasta un francés! ¡El mérito está en matar a miles, millones de indios! ¡Eso es ser español, cojones ya!

—Vale. Hablemos ahora, si le parece, de sus últimos años. Usted nombró como sucesor a Juan Carlos de Borbón, actual rey de España.

—Sí, un gran tipo. No muy listo, es verdad, pero simpático. Un día le dije: Juan, a ti te va a tocar la parte más difícil, que es convencer a la gente de que esto es una democracia. Alzó los dos brazos y gritó entusiasmado: «¡Vagina!» No decía mucho más que eso en aquella época. Aprendió esa palabra y la iba repitiendo por todas partes. No era un tipo muy listo, ya le digo. De hecho, le teníamos prohibido tocar el arma desde la última vez que le dimos una y mató a siete prostitutas por accidente. No vea la que armó. Y, claro, ese tipo de incidentes son terriblemente incómodos para un gobernante porque, una vez mueren siete prostitutas, ya no hay quién te libre de matar a, por lo menos, veinte testigos y volar un periódico. Gobernar es mucho más complicado de lo que la gente cree.

—Me hablaba de Juan Carlos de Borbón.

—¡Ah, sí! Perdone, es que a veces pierdo el hilo. Juan Carlos, sí. Pues ya le digo, muy majo, pero no muy listo. Una vez le sorprendí coqueteando con una lámpara. Se lo dije, le dije: Juan, es una lámpara. Me respondió: «¡Vagina!» Le encantaba esa palabra por entonces.

—Pero si Juan Carlos de Borbón era… así como dice, ¿por qué le nombró su sucesor?

—Bueno, necesitaba un hombre de paja que no molestara a quienes realmente quedarían al mando del país. Su misión debía limitarse a aparecer de vez en cuando ante los medios y sonreír. Eso y salir por la tele en Navidades. Fue todo lo que le pedí y él me dijo «vagina».

—Dígame, después de haber tomado tantas decisiones en la vida, ¿se arrepiente de algo de lo que hizo?

—Bueno, pensándolo con perspectiva, creo que enterrar a los rojos en cunetas fue un error.

—Me alegra oír eso.

—Sí, debimos quemarlos. Porque, si los entierras, siempre habrá algún descerebrado que querrá sacarlos tiempo después. Si algo nos ha enseñado la Historia es que no hay tumba lo suficientemente profunda o escondida que no quiera ser abierta por algún imbécil. Mire Tutankamón. Afortunadamente, en lo que a fosas comunes se refiere, yo lo dejé todo atado y bien atado.

—¿En qué sentido?

—Apartamentos.

—¿Cómo?

—Apartamentos. Ordené construir apartamentos encima de las fosas. Miles, decenas de miles de apartamentos por toda España. ¡Ja! Soy un genio, ¿eh? Fue una jugada maestra, no solo almacenábamos a montones de pobres en un mismo sitio, ¡sino que los plantábamos encima de sus abuelos!

—O sea, que el desarrollismo fue una consecuencia de poner cemento encima de las fosas comunes.

—Efectivamente. ¿Sabe usted Federico García Lorca?

—Sí, hombre, por supuesto.

—Pues le matamos nosotros. ¿Y sabe dónde está?

—No.

—Debajo de un edificio de apartamentos. Durante muchos años tuvo un videoclub justo encima. Por maricón.

—Ya que saca el tema de Lorca… ¿No cree que la represión que ejerció contra la disidencia intelectual condenó al país a un largo futuro de pobreza cultural?

—Mire, a mí la cultura me gusta mucho. Pero la cultura de verdad, o sea, los toros y la caza, lo que viene a ser matar animales. Pero no puede ser que llamemos cultura a cualquier cosa solo porque rime. Y eso en el mejor de los casos, porque llegó un momento en que los rojos ni se molestaban en rimar. Como esas cosas que escribía Lorca: «La luna vino a la fragua con su polisón de nardos». Venga, por favor. ¿Usted dejaría a su hijo con alguien que escribe eso?

—En España se están retirando muchos de los símbolos franquistas que había por la calle. De hecho, creo que ya apenas quedan esculturas suyas en plazas públicas. ¿Cómo le hace sentir eso?

—Yo quiero estar en el corazón de España, no en sus rotondas. Y de ahí no podrían sacarme.

—Una última cosa. Si la raza española es superior, ¿por qué España es el país donde más temporadas lleva Gran Hermano?

No hay respuesta. El agujero en el éter se desvanece. En el piso de abajo, el vecino grita que baje el volumen del Más Allá o llamará a la policía. Algunos, dice, madrugan mañana.

Escrito por José A. Pérez
Ilustrado por Matías Tolsà

Temas relacionados

#España #Dictadura #Medium