Luis von Ahn: el guatemalteco que está cambiando el mundo
El matemático Luis von Ahn. ORSAI.

Perfil de personaje

Luis von Ahn: el guatemalteco que está cambiando el mundo

El matemático Luis von Ahn, uno de los cerebros más interesantes de la actualidad, le explica a Orsai cómo está revolucionando la cooperación involuntaria en internet.

La primera vez que supe del matemático Luis von Ahn fue en un video que circulaba por internet. Hay varias versiones de sus charlas TED, en diferentes partes del mundo, en donde el prodigio guatemalteco aparece con sus gafas enormes, hablando en español o en inglés. Su biografía en la Wikipedia en español tiene brevísimas doscientas palabras. En la versión inglesa, más de mil quinientas. El tipo es delgado, demasiado caucásico para ser chapín, y viste con ropa semiejecutiva. En sus charlas se dirige a la audiencia con la actitud inicial de un nerd pálido que desea que los matones del recreo no le den una paliza porque sí.

—Quiero empezar haciéndoles una pregunta —dice Luis von Ahn en esos videos—: ¿cuántos de ustedes han tenido que llenar un formulario en el que deben ingresar unas letras distorsionadas?

Se refiere a esos caracteres engorrosos que debemos teclear cuando queremos descargar una película en Cuevana, o acceder a sitios de internet con una información interesante. Se refiere al Captcha. En la platea, la gente levanta la mano con rabia: muchos pierden cada día diez o veinte segundos con esa barrera de acceso.

—¿Y cuántos de ustedes odian hacerlo? —dice Von Ahn.

La audiencia levanta la mano todavía más alto. Luis von Ahn también levanta la suya, y esto causa gracia a los oyentes. Después hay un silencio teatral, y Luis von Ahn dice:

—Pues bien, eso lo inventé yo.

Y en el público hay más risas, pero también sorpresa.


Luis von Ahn en una charla TEDx. ORSAI.

¿Quién es ese hombre? En rigor, yo no sabía nada de Luis von Ahn. El tipo había disertado en el TEDx Río de la Plata de 2011, justo antes de que Hernán Casciari diera su charla sobre los intermediarios. Su exposición había sido tan deslumbrante que el director de esta revista, unos días después, me lo comentó.

«¿Conocés a este guatemalteco?», me preguntó por mail.

Como soy costarricense, y Casciari cree que Centroamérica es un barrio, sospechaba que yo tenía que conocerlo. Pero yo no había escuchado nunca sobre él. Entonces me metí en la web y di con esos videos.

La invención del Captcha le dio a Luis von Ahn cierta fama en los círculos de la inteligencia moderna y bastante presupuesto para investigar.

El hombre —tranquilo, hábil en el manejo de audiencias— era nada menos que el primer científico del mundo en hablar de «computación humana» y el inventor de varias herramientas digitales revolucionarias, empezando por el Captcha: el dispositivo con el que los portales de internet se aseguran de que somos humanos, y no máquinas.

Ese pequeño invento es, hasta hoy, el mejor escudo que existe contra el fraude cibernético. Y con ese artilugio —que después evolucionaría hasta convertirse en algo increíble— Luis von Ahn ganó en 2006 el premio MacArthur, también conocido como el «premio del genio».

Tenía veintisiete años.


La invención del Captcha le dio a Luis von Ahn cierta fama en los círculos de la inteligencia moderna y también bastante presupuesto para seguir investigando. Con el dinero que ganó gracias al premio MacArthur se dedicó a mitigar la culpa que le producía que medio mundo tuviera que perder tiempo tecleando letras para ver una película en Cuevana o descargar un PDF.

Von Ahn descubrió que —desde que su invento se hizo popular— los humanos de todo el planeta tecleaban doscientos millones de Captchas por minuto. También supo que cada usuario perdía diez segundos en cada tecleo. Entonces hizo una multiplicación sencilla (diez segundos por doscientos millones) y el pobre Luis entendió que el mundo desperdiciaba quinientas mil horas humanas ¡por día! por culpa de su invento.

La tarde que Von Ahn descubrió esto quedó estupefacto: eran demasiadas horas como para desperdiciarlas de esa manera. Ese tiempo de trabajo debía tener alguna utilidad. ¿Pero cuál?

—Si miramos los proyectos más grandes de la historia de la humanidad —dice Luis en sus charlas—, como el de las pirámides de Egipto, el viaje del hombre a la Luna o la construcción del Canal de Panamá, veremos que todos se lograron con un número similar de personas: unas cien mil. ¿Por qué siempre esa cifra?

Y él mismo lo responde:

Von Ahn descubrió que los humanos de todo el planeta tecleaban doscientos millones de Captchas por minuto.

—Porque antes de internet, coordinar a más de cien mil personas era improbable. Pero ahora, con internet, vemos que podemos coordinar, si queremos, a un millón de personas. O más. Entonces la pregunta es: si podemos poner a un hombre en la Luna con el trabajo de cien mil hombres, ¿qué podríamos hacer con un millón de personas trabajando en lo mismo?


En busca de la respuesta, Von Ahn pensó en los libros. Puntualmente, pensó en los programas que escanean y digitalizan libros antiguos. En estos procesos automáticos, las computadoras descifran las páginas escaneadas y las transforman en palabras. Pero el sistema tiene un problema grave: cuando el libro está deteriorado —con páginas amarillas, rayones o tinta borrosa—, las computadoras no logran descifrar la información. En los libros que tienen más de cincuenta años de antigüedad, por ejemplo, el treinta por ciento de las palabras no puede ser descifrado por las máquinas.

«Ey», pensó Luis von Ahn, «yo inventé justo lo contrario: el Captcha necesita palabras que las máquinas no entiendan para demostrar que el que las teclea es humano».

Y así descubrió algo tan apasionante que dan ganas de levantarse de la silla y aplaudir: Von Ahn construyó una utilidad colectiva para el Captcha.

Este nuevo giro en el invento resultó ser un ejemplo perfecto del llamado crowdsourcing, un término que se usa para definir la solución de problemas entre usuarios múltiples. Un área en la que este matemático también se registra, oficialmente, como pionero. Y además fue un negocio fructífero para él. Apenas Google se enteró de su existencia, desembolsó varios millones, le compró la idea, y la puso en marcha. Esto significa que, actualmente, hay millones de personas digitalizando a toda hora alrededor de cien millones de palabras diarias, lo que equivale a dos millones de libros al año.

Desde hace un par de años, cada vez que alguien quiere ver una película en Cuevana (o donde sea) teclea un código de acceso, pero ya no cualquier código al azar, sino dos palabras específicas de un libro antiguo que las máquinas no han podido comprender. Cada letra, cada número y cada signo de puntuación que se tipea en el mundo —en esas quinientas mil horas diarias que desvelaban tanto a Luis— está ayudando a digitalizar todos los libros de la historia de la humanidad. Y casi nadie lo sabe. Millones de personas, día tras día, desconocen que están mejorando el mundo.

A esta nueva versión de su invento Von Ahn la llamó ReCaptcha, y de este modo mitigó su culpa.

Todavía no había cumplido los treinta años.


La mayoría de los genios de la historia después de dejar semejante legado se van a dormir, se cortan una oreja, se emborrachan o se mueren. Luis von Ahn, tras vender su idea revolucionaria, ya tenía en mente otro proyecto mayor: traducir todas las páginas de internet a todos los idiomas posibles, sin la intermediación del dinero. Si se podía digitalizar toda la literatura de la humanidad en dos o tres años, sin gastar un centavo, ¿por qué no traducir internet a todas las lenguas y para siempre?

Esto va a ocurrir. O, digámoslo mejor, está ocurriendo. De aquí a no mucho tiempo podremos leer en español cualquier blog o periódico italiano, inglés o árabe, con solo hacer un clic. Pero cuidado: no serán esas traducciones automáticas con las que nos defendemos ahora. Serán traducciones humanas llenas de sentido. ¿Y quién pagará a los traductores? Nadie, lo harán por placer o por necesidad. El nuevo proyecto de Luis von Ahn se llama Duolingo: recuérdenlo, porque la revolución cultural será completa.


La primera vez que vi en persona a Luis von Ahn fue en mayo de 2013. El matemático viajaba de Brasil a Pennsylvania, pero había aceptado hacer una escala para dar un par de conferencias en Costa Rica —mi país— y decidí contactarlo. Lo busqué en el hotel donde se hospedaba y lo llevé hasta el lugar donde daría la charla.

Se le veía cansado: había dormido poco en el avión. Pero incluso así su rostro me resultó joven, casi infantil, y guardaba cierta actitud de maestro universitario: lentes de líneas simples —aunque de diseño—, aspecto austero, pocas palabras.

—Rechazo la mayoría de conferencias —me dijo, agotado por el viaje—. Me pongo como meta un máximo de una vez al mes.

En esos días, Luis von Ahn viajaba de un lugar a otro hablando ya no solo del Captcha y del ReCaptcha, sino de su nuevo invento, Duolingo. Y su nueva charla empezaba otra vez con una pregunta:

—¿Cómo podemos hacer para que cien millones de personas traduzcan sin fallos, y gratis, la internet completa a los diez mayores idiomas del mundo?

Primero se le presentaron dos obstáculos: no hay cien millones de personas bilingües en el mundo; y aunque las hubiera, no tendrían la motivación económica suficiente para traducir internet a un segundo idioma.

Cada letra, cada número y cada signo de puntuación que se tipea en el mundo está ayudando a digitalizar todos los libros de la historia de la humanidad.

Y entonces apareció la idea del ReCaptcha, pero de otro modo. Luis von Ahn sabía algo: que hay mil doscientas millones de personas queriendo aprender otro idioma. Solo en Estados Unidos, por ejemplo, más de cinco millones de personas pagan quinientos dólares en software para aprender otro idioma. Otros van a profesores particulares, otros intentan viajar. La idea de Duolingo es unir la necesidad y la emergencia. Se pregunta Luis en su charla: ¿Por qué no hacemos que esos miles de millones que quieren aprender un idioma, lo hagan gratis mientras traducen toda la internet?

La web de Duolingo está online desde hace más de un año, y cada vez tiene más usuarios. Mejor que explicarlo sería que cada lector entre un segundo allí y vea su simplicidad. El que quiere aprender inglés de cero busca el nivel más bajo, como en un videojuego. Aparecen palabras en inglés: dog, table, teatcher. El usuario las va escribiendo en español. Y así va pasando pantallas, subiendo el nivel. Hasta llegar a frases compuestas, verbos, jergas o frases hechas.

Todo lo que el usuario escribe se computa, las respuestas fallidas y las correctas. Las fallidas se eliminan de Duolingo, pero las correctas traducen la web. Segundo a segundo.

Me dice Luis que tiene docenas de proyectos parecidos, pero que el de Duolingo es hoy el que más lo apasiona.


Luis von Ahn espera su turno para una conferencia. ORSAI.

Es verdad que Centroamérica no es un barrio, pero también es extraño que poca gente conozca a Luis von Ahn en el mundo de habla hispana, y que en cambio tanta gente conozca, digamos, a Luis Miguel. Luis von Ahn nació en Guatemala, fue estudiante de honor en la American School y, una vez terminada la secundaria, decidió completar sus estudios fuera del país. Muchos compatriotas lo hacían —algunos podían pagarlo y otros, como Von Ahn, pedían becas— para formarse en carreras exactas. Von Ahn solo podía especializarse en Matemáticas en algunas escuelas de Estados Unidos. No pudo estudiar en nuestro idioma. Así que fue a Yale. Allí, mientras se cansaba de explicar a los gringos que «Guatemala no es Guantánamo», se graduó con honores para luego hacer un doctorado en la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh. Lo acabó en 2005: un año antes de inventar el Captcha y de empezar una carrera productiva que hasta ahora no encuentra techo.

Hablamos durante un trayecto que duró veinte minutos y muy pocos kilómetros. A lo largo de ese lapso —en el que millones de usuarios estarían digitalizando libros antiguos o traduciendo la web sin saberlo— Von Ahn no se mostró igual que en sus charlas públicas. Tiene un sentido del humor absolutamente natural en el escenario, pero es austero en persona. Conversa bajo presión. Es generoso en compartir lo que sabe y sensato cuando toca decir que no tiene la menor idea de algo.

Me interesó, sobre todo, hacerle una pregunta:

—¿Cómo se aprende una segunda lengua sin ninguna experiencia?

—Hay más de mil millones de personas en el mundo aprendiendo otros idiomas y, de ellas, alrededor de ochocientos cincuenta millones están aprendiendo inglés. Todos los demás idiomas combinados son trecientos cincuenta millones. Es el inglés el de mayor demanda. Aunque nuestras oficinas están en Estados Unidos, el estadounidense no representa un porcentaje importante en el aprendizaje de otra lengua. El segundo idioma es el español. Al menos entre los angloparlantes, la mitad prefiere saber cómo hablar español antes que cualquier otra lengua.

—Hablas siempre de millones de personas para esto, y para aquello, pero, ¿cómo se llega a ese volumen de audiencias?

—Hay que invertir en estudiar los comportamientos humanos frente a las computadoras. Hace una semana subimos la aplicación para Android. Desde ese lanzamiento, medio millón de usuarios han bajado la aplicación. Tiene un rating perfecto. Lo que más me gusta es que se está modificando la variedad de usuarios del sitio, al tener más acceso en países en desarrollo. Me conmueve saber que con Android llegamos a gente que realmente necesita una mano con la educación. Por diferentes razones Android está más extendido que iPhone en naciones en desarrollo. Especialmente en Latinoamérica.

—¿Cómo aprenden los estudiantes en Duolingo? ¿Con teléfonos, tablets, computadoras?

—Hoy en día, el treinta y ocho por ciento accede desde un iPhone. El treinta y cinco por ciento viene desde un dispositivo con Android. Y el resto, que es como un treinta por ciento, son personas que eligen aprender sentados frente a sus computadoras. Todo lo demás son tablets.

—¿Ya está todo hecho en Duolingo? ¿Ahora solo hay que esperar que la web se traduzca sola?

—No… Siempre nos hacemos preguntas nuevas en la oficina. ¿Qué tan pronto hay que aprender el plural en inglés?, por ejemplo. Y entonces surgen eventos inesperados. Les preguntamos a los expertos de enseñanza de segundas lenguas cuándo se debía enseñar el plural en gramática y todos teorizaban, daban giros técnicos… Sin embargo ninguno nos contestó. Nadie sabe de manera cuantitativa cuándo es más eficiente proponer a los estudiantes el uso del plural al singular. Entonces decidimos hacer un currículum inicial con las personas que estaban usando Duolingo. En realidad hicimos un experimento. Dividimos un grupo de usuarios y a la mitad no le agregamos el plural; con la otra, lo incorporamos muy pronto. En la marcha nos dimos cuenta en qué fase se aprende más rápido. La respuesta correcta es que no es necesario enseñarlo tan pronto como lo hacen todos los métodos tradicionales.

Luis von Ahn se lo pregunta todo, recopila todos los datos. Luego contrasta. Sus hallazgos son igual de sensibles que de excéntricos, como el último gran descubrimiento que me confiesa con acento monótono:

—Las mujeres italianas aprenden inglés más rápido que los hombres italianos —me le quedo mirando con gesto asombrado, y dice—: no sabemos por qué… Pero lo descubrimos.

Von Ahn siempre toma el camino largo, es un rasgo centroamericano. Aprendió a no esperar que sea el mundo el que resuelva las brechas sociales que le quitan el sueño, sabe que para eso está la ciencia. Para acelerar el tiempo, inventó una herramienta que lo logra. Va más allá de querer que la educación sea gratuita, eso no basta y Luis lo sabe: «La educación, además de gratuita, tiene que ser excelente», me dice.

—¿Con cuánta gente trabajas?

—Somos treinta personas entre diseñadores y expertos en enseñanza de lenguas. El ambiente es muy internacional. En Duolingo trabajan amigos de China, Suiza, Alemania, Italia, Estados Unidos y Guatemala. Algunas de las personas que trabajan allí son viejos conocidos guatemaltecos a quienes desde siempre he respetado mucho. Eso me hace feliz. La competencia más importante que conocemos es una transnacional enorme. Ellos tienen una planilla de personal gigante, en la que cerca del setenta por ciento de los empleados trabaja en mercadeo y ventas; en desarrollo e investigación tienen menos gente que la nómina completa de Duolingo. Un ochenta y cinco por ciento de nuestro equipo de trabajo se dedica al contenido e investigación.


—Si se piensa la educación actual como un modelo de negocio —explica Luis von Ahn en una de sus charlas—, lo claro es que los incentivos están enfocados en el pago. Primero se paga y luego se educa. Primero se paga y después se aprende. Es como la matrícula en un gimnasio. Lo más conveniente para los propietarios es que tú pagues y no vayas nunca a quemar calorías. En el caso de Duolingo necesitamos que los estudiantes se queden. Una manera de pensar más moderna es cómo refrescar, recuperar y restaurar el modelo del aprendiz. El chico que quería ser panadero iba a buscar al panadero del pueblo y se internaba allí a aprender. La Revolución Industrial masificó ese proceso e hizo que desapareciera el modelo.

Ahora, dice Von Ahn, se puede volver.

Luis von Ahn, en un retrato de Esteban Chinchilla. ORSAI

En la oficina del sitio Duolingo se emplean muchas horas de laboratorio para controlar la deserción de estudiantes. Ese es un tema prioritario. A diferencia de los gimnasios prepagos, el sitio no puede permitirse bajar el ritmo de traducciones por segundo. Se debe traducir toda la web y hay que entregar avances a quienes compran los servicios de traducción.

—¿Cómo se motiva a un estudiante para que no abandone?

—Emulando los videojuegos —dice—. Cuando alguien está alejándose de su rutina tenemos una mascota, un búho verde, que llora. Su llanto se incrementa de manera proporcional al abandono. Apelar a las emociones es el mejor camino. Sabemos fehacientemente que cuando el búho llora hay una reacción inmediata.

—Es decir, se apela a la culpa.

—Claro. La culpa sigue siendo el mayor recurso de persuasión. Esto lo aprendimos de las madres judías a lo largo de la historia. Los estudiantes vuelven para que el búho deje de llorar.

—¿Ya hay empresas utilizando Duolingo?

—Está el caso de CNN en inglés. Ellos nos pagan por la traducción y nosotros usamos sus recursos en las prácticas de Duolingo. No le cobramos al estudiante por la enseñanza y el aprendizaje funciona, porque indirectamente están leyendo las noticias del día. En este modelo de negocios, las empresas o instituciones grandes que pagan por un buen servicio, como CNN, nos ayudan a financiar el sitio.

—En el camino de lo colectivo, ¿cuáles son los riesgos? —quiero saber—. Porque hasta ahora has logrado encontrar un buen fin a tus proyectos. Pero alguien podría hacer lo mismo hacia una dirección más oscura.

—Realmente podría organizarse a mucha gente para actuar en proyectos grandes y colectivos y sin saberlo, actuar en contra. Yo todavía no he visto un solo caso. Creo que en general las personas que actúan en cooperaciones masivas en línea saben hacerlo muy bien.

—ReCaptcha para digitalizar todos los libros que existen, Duolingo para traducir la web a cualquier idioma. ¿Ya estás satisfecho?

—No sé si alguna vez voy a estar contento. Estaría satisfecho el día que cualquier persona pueda aprender sin tener que pagar. Nadie debe pagar por aprender. Me gusta que cualquier persona que quiera aprender otra lengua lo pueda hacer rápido en Duolingo. Que todos lo estén haciendo porque es gratis. No sé si esto llegará a suceder con la educación, pero es lo que quisiera que pasara.

—En tu modelo de negocio paga quien puede pagar y se beneficia el que no tiene acceso fácil a la información. ¿Crees que este sea un nuevo modo para que las economías comiencen a moverse? ¿O es un caso aislado?

—No creo que sea un caso aislado, pienso que hay otros casos en los que se puede aplicar esto. Por ejemplo, hay otros tipos de educación. Para mí esto se puede aplicar a la educación de programación, siempre alrededor de los sistemas y las computadoras. Se puede enseñar a las personas a programar gratis y que las que paguen sean empresas de software. Los estudiantes estarían, mientras tanto, aprendiendo coordinados, encontrando errores en sus programas. Pero no sé si es aplicable a todo.

—En Orsai hablamos mucho de la desaparición de los intermediarios. Desde tu trinchera, ¿hacia dónde vamos con eso?

—Una cosa que vamos a ver es que, mientras nos civilizamos cada vez más, empezaremos a tener acceso a mayores ventajas, como la educación, o la comida. Todavía no ha ocurrido, y no sé cuántos años nos tomará, pero eso va a pasar.

—Trabajás en un proyecto permanentemente complejo. ¿Hay algo más que el desarrollo de Duolingo?

—No. Estoy totalmente obsesionado con mi trabajo. Para mí trabajar no es trabajar. Me gusta mucho lo que hago. Son raros los días en que descanso. Mi esposa me reclama, dice que me casé con mi trabajo y no con ella.

—Pobre, tu esposa…

—Ella es la que me fuerza a salir de la oficina. Es fundamental. Sin embargo a ella también le gustan mucho mis proyectos, entonces siempre hablamos de ellos en casa.

—¿Con qué vas a continuar una vez que Duolingo camine libre?

—No sé. Hay dos cosas que me llaman mucho la atención: una es la educación. No solo educación de idiomas. Sino otros tipos de educación. El otro tema es el estado de la baja seguridad en varios países de Latinoamérica. Pero no estoy seguro. Es algo que me preocupa mucho, pero aún no tengo ninguna buena idea.

—¿Cómo medís tu trabajo?

—Lo que me da mayor satisfacción en la vida es saber que estoy ayudando a personas. Me gusta recibir cientos de correos dándome las gracias. Saber que hice un cambio positivo para el mundo me hace feliz. Una vez oí algo que me pareció bueno, no sé quién lo dijo: «Preferiría haber fundado la Wikipedia, que no dio mucho dinero pero mejoró el mundo, que haber sido el CEO de un gran banco que ganó mucho dinero pero que no ayudó a nadie».

FotografíasEsteban Chinchilla
Aparece en

Temporada 1, Número 14

Esta edición es la primera con tapa fotográfica, y nos damos el lujo de contar con Marcos López, el mejor fotógrafo argentino. Además, crónica sobre el crimen de La Plata, relato de Juan Forn, Casciari en África, y un ensayo muy bestia de Margarita García Robayo.

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