Pánico al pánico
Basta de televisión. GETTY.

Crónica periodística

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¿Qué pasa con el periodismo cuando un tema lo abarca todo? ¿Qué respuestas les dan los medios al miedo y a la angustia? ¿Cómo operan los shows mediáticos para llevar una gotita de terror a cada hogar? Preguntas que se hace Josefina Licitra, y que en el texto que sigue se propone responder.

Recién, mientras almorzaba, tuve la pésima idea de encender el televisor. En la pantalla de Telefe había un informe —lo llamo así, pero no sé qué era eso— titulado «El periodismo en tiempos de coronavirus», en el que se elevaba el oficio periodístico a una categoría heroica, acompañando las imágenes de backstage —con noteros, productores y camarógrafos haciendo su trabajo— con un tratamiento estético que hacía pensar en una corresponsalía en Kosovo.

Me dio tanta vergüenza esa autocelebración, y me dio tanto rechazo también, que pensé en escribir esto, y acá estoy.

Hace mucho que no veo a los llamados «grandes medios» —sobre todo a la televisión— plegarse a los deseos del poder político y económico de un modo tan servil y explícito. Sé que hay excepciones (las que yo consumo son Radio con Vos, la Metro, Página/12, y algunos momentos de La Nación+ y Radio Mitre), pero en general el escenario es el mismo: en cuestión de días, medios que venían en picada, con agendas débiles y profundas crisis de legitimidad, recuperaron su razón de ser gracias al fogoneo constante y monotemático de noticias sobre la pandemia.

Porque por supuesto que el avance del coronavirus es un tema grave y prioritario, y está claro que si el Gobierno exige que nos quedemos en casa eso es lo que debemos hacer. ¿Pero hay algo más que pueda hacer el periodismo como institución, por afuera de oficiar de brazo propagandístico del gobierno que sea, incluso cuando ese gobierno esté haciendo —como creo que está haciendo— las cosas bien?

Perdón por machacar con esto, pero se me vuelve relevante: las epidemias anuales de gripe (no coronavirus) causan un promedio de 4 millones de contagios detectados y 470 mil muertes por año en el mundo. Eso da unos 1290 muertos por día de gripe común, suponiendo que la gripe no tiene curva y mata siempre la misma cantidad diaria. Por lo tanto, y a modo de sugerencia o de súplica, ¿no se podría hacer pública —con la misma vehemencia que se pone para amplificar noticias sobre la pandemia— la cantidad de gente que se enferma o muere por gripe común, versus la cantidad de gente que lo hace por coronavirus? No es una demanda que pretenda equiparar la gravedad de una gripe estacional con la de esta pandemia: es apenas un pedido de escala, de referencia, de información comparativa que nos permita encarar la enfermedad con responsabilidad, pero sin entrar en el tembladeral del pánico. Y recordando siempre que venimos de pandemias y epidemias silenciosas de las que hemos salido.

Trato de pensar por qué la cobertura, principalmente en la tele, es tan berreta. Y la respuesta la da Ibope, la medidora de audiencia. En tiempos de coronavirus, el rating de los programas de televisión abierta en horario central subió un 83 por ciento. Porque estamos encerrados, porque estamos ansiosos, porque en el fondo esperamos que alguien toque la campana y diga que esto era un sueño o una cámara oculta o que ya apareció la vacuna del milagro, vivimos con la nariz puesta en programas que, en vez de ayudarnos a pensar el mundo que se viene, nos accionan el botón del miedo absoluto metiendo una placa roja cada vez que aparece otro enfermo. Hace dos días este mecanismo fue claro: un informativo interrumpió la dinámica en el piso advirtiendo que acababa de llegar «una muy mala noticia», y acto seguido, en tipografía de catástrofe, puso en pantalla la frase «SEGUNDO MUERTO EN PARAGUAY POR CORONAVIRUS». Busqué entonces este otro dato: en Paraguay ya hay 50 muertos por dengue, pero no hubo marquesina del horror ni con el primero ni con el último, ni con ninguno de los que estaban en el medio. Ni tampoco con nosotros, que tenemos ya tres mil infectados en todo el país.

Después de la noticia sobre Paraguay, en ese programa de América anunciaron un corte y antes de ir a pausa —llena de publicidades de medicamentos de venta libre— una locutora leyó un aviso del Gobierno para prevenirse del coronavirus y lo hizo pronunciando la palabra clave —«coronavirus»— con un tono que me recordó a la entonación publicitaria con la que se dice «Tafirol», «Ibupirac» o «Matarazzo».

Entonces, sin desmerecer la gravedad del problema, y recordando siempre que debemos permanecer en nuestras casas porque esa es la única forma de que el virus remita, ¿no hay manera de hacer periodismo a gran escala en estos tiempos? ¿El periodismo de masas se volvió un oxímoron? ¿Por qué, por ejemplo, hay tan pocas entrevistas a Pablo Goldschmidt, un investigador que cuestiona un poco la pasada de rosca que tal vez —tal vez: es solo una posibilidad— nos estemos dando con la enfermedad? ¿Por qué antes de una entrevista a Goldschmidt se lo pasa por las normas ISO de la medicina, se evalúa todo su currículum y eventualmente se concluye que no es lo suficientemente «experto» para salir a opinar, y después a Claudio Belocopitt, presidente de la asociación que aglutina a las prepagas, titular de Swiss Medical y accionista de América, se lo tiene de gira mediática como si fuera el nuevo Favaloro, convocado siempre por los mismos programas para decir las mismas cosas todos los santos días? 

Después de esta diatriba, que salió —menos argumentada— en redes sociales, un amigo me escribió un mensaje y me dio su respuesta: «En la tele siempre hicieron show. Pero por lo menos ahora hacen el show correcto. Hoy hay que arrear gente. Para informarnos, leamos papers. Hay que lograr que la gente se quede en su casa».

Pensé mucho en las palabras de Juan (OK, mi amigo es Juan Sklar). Y en sí mi reclamo era, en el fondo, una mirada demasiado tranquila sobre la mayor urgencia sanitaria de los últimos cien años. Y la respuesta que pude darme es que ambas miradas debieran existir: hagamos que hoy la gente se quede en su casa, pero por favor bajemos del parnaso esa figura del cronista héroe y exijámosle, en vez de épica, buenas preguntas. Información completa y relevante que nos lleve a respetar las normas, pero sin entrar en la ceguera del pánico. Porque a veces pienso que es el pánico, y no solo el virus, la amenaza que realmente nos está rondando.